Seguramente tienen razón los expertos en que se trata de accidentes absolutamente incomparables y que Chernóbil fue único e irrepetible por las circunstancias de abandono y falta de medios en las que se produjo. En número de muertos todo indica que así es y que cuando acabe el recuento no habrá que lamentar una catástrofe humana como aquella; pero, al margen de las monsergas de los ecologistas ‘de guardia’: las consecuencias sobre la vida cotidiana de la gente, lo que estamos viendo y oyendo en la prensa y en Internet, son las mismas que entonces para millones de ciudadanos, otra vez cientos de miles de evacuados y de damnificados, de nuevo cientos de miles de personas que no podrán volver a sus casas ni a sus cosas de por vida o que han visto evaporarse sus trabajos por un accidente nuclear. Hoy en el moderno y dicen que bien preparado Japón como entonces en la destartalada y soviética Ucrania, esto es lo que más asusta.
Probablemente es cierto que la seguridad de las centrales nucleares más modernas y sobre todo las de última generación es muy superior a la de la accidentada en Japón, construida en los años setenta del siglo pasado; que ha mejorado tanto que podrían soportar un terremoto incluso superior al que hoy nos abruma. La seguridad total no existe en nada en la vida, con eso hay que contar. Pero lo único que rompe la oscuridad es la luz. El miedo es libre y la falta de información le pone alas. El consumo de energía mundial lejos de retroceder va en aumento, muy deprisa, y las renovables por si solas son insuficientes. ¿Necesitamos la energía nuclear para mantener nuestro nivel de vida? ¿Son asumibles y mejorables los riesgos que hoy conlleva? Y, si queremos un riesgo cero: ¿estamos dispuestos a apagar la luz? ¿Qué es lo que queremos? El futuro energético del mundo pasa, tal como lo conocemos, por la energía nuclear, que como acabamos de comprobar todavía plantea más preguntas que respuestas. Habrá que buscarlas juntos y sin hacernos trampas, con sinceridad. La canciller alemana Angela Merkel ha sido la primera en admitir que algo ha fallado y que para aprender la lección hay que reabrir el debate sobre la seguridad del uso de la energía nuclear, una reflexión mundial que Alemania y ella misma se ofrecen a liderar. Parece un buen camino, pero si alguien sabe otro que lo diga.
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