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viernes, diciembre 1, 2023

Entrevista a Francisco J. Rubia. Neurociencia y ecología

Nos acercamos a hablar de neurociencia con Francisco J. Rubia. Su trayectoria como científico se ha ido construyendo entre Alemania y España. Entre las actividades desarrolladas a lo largo de más de 40 años, se encuentra su labor en la cátedra de Fisiología de la Universidad de Manchen, ha sido catedrático en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y director del Instituto Pluridisciplinar de esta misma universidad. Además, es miembro numerario de la Real Academia de Medicina, del Senado de la Academia Europea de las Artes y las Ciencias y del capítulo español del Club de Roma.

Otra faceta importante de su trabajo, es la divulgativa, que incluye numerosos artículos, entrevistas y libros, algunos de los cuales se citarán a lo largo de la entrevista. La neurociencia está adquiriendo cada vez más notoriedad y sus trabajos sirven de reflexión a otras disciplinas. Francisco J. Rubia, uno de los más eminentes expertos en fisiología del sistema nervioso, está convencido de que la neurobiología está cambiando la imagen que tenemos de nosotros mismos y del mundo.

 

Para empezar, nos gustaría saber qué puede aportar la neurociencia a la ecología y a nuestro conocimiento de la naturaleza…

La neurociencia moderna está «deconstruyendo» una imagen del ser humano que se ha caracterizado por el orgullo de creerse único en la naturaleza, separado de ella y de los animales, a pesar de ser uno de ellos. El estudio de las funciones mentales que la neurociencia consigue tras la superación del dualismo (antes se llamaban funciones «anímicas», es decir, del alma), ha permitido entender que esas facultades han tenido precursores en los animales que nos han precedido en la evolución. De esta manera, el hombre ya no es la «perla de la creación», sino un animal más, que vive en un entorno al que tiene que adaptarse y del que tiene que cuidar. La tierra no le pertenece, sino que pertenece también a todos los demás animales que en ella viven.

Usted ha escrito un libro con un título contundente: El cerebro nos engaña. ¿No es esto lo que desde la antigüedad han afirmado las tradiciones espirituales, cuando nos advertían que el mundo es ilusión, maya, hechizo, sueño, irrealidad…?

Ciertamente. Ya los Vedas hablan de que tanto el yo como el mundo son maya y eso hace ya unos 3.500 años que se dijo. Pero lo que esas escrituras no dicen es que el «engaño» del cerebro tiene como fin la supervivencia del órgano que lo alberga. Si en el bosque, en la oscuridad, creemos que una roca es un oso y salimos corriendo, es posible que el cerebro nos haya engañado si realmente es una roca; pero, si es un oso, podemos salvar la vida. Algunos autores dicen que la capacidad de distinguir lo animado de lo inanimado es una predisposición genética con la que nacemos y que ha sido imprescindible para la supervivencia; y no sólo de nuestra especie, pues muy probablemente la compartimos con otras.

Uno de los capítulos de su libro, Descubriendo el poder de la mente, el neurocientífico inglés Chris Frith lo titula: “Nuestra percepción del mundo es una fantasía que coincide con la realidad”. Otro libro suyo estudia El sexo del cerebro. ¿Qué puede aportar la neurociencia al debate social sobre la igualdad del hombre y la mujer?

En primer lugar, luchar contra un igualitarismo que confunde la igualdad ante la ley o la igualdad de oportunidades y de salarios por un mismo trabajo con una inexistente igualdad biológica. En segundo lugar, el libro establece comparaciones con la sexualidad de otros animales, con lo que se intenta contribuir a relativizar nuestras costumbres. También es importante afirmar que la base orgánica de la conducta y las tendencias sexuales se encuentra en el cerebro y que las diferencias entre hombre y mujer están en relación con los diferentes niveles de testosterona. Además, el dimorfismo sexual es algo que ocurre muy prematuramente.

En un curioso experimento se presentaron a sujetos de ambos sexos juguetes de distinto tipo: coches de bomberos y muñecas. Los sujetos del sexo masculino elegían los coches de bomberos, y los del sexo femenino, las muñecas. Siempre se ha argumentado que esto se debía a la educación y a la influencia de los padres en los diferentes sexos. Pero, sorprendentemente, el experimento se llevó a cabo no con seres humanos, sino con monos africanos.

Y siguiendo con esta línea de influencias en temas sociales, ¿cómo sería una educación y una pedagogía basada en los descubrimientos actuales de la neurociencia?

Por lo que respecta a los dos sexos, para mí resulta claro que la educación debería impartirse en sexos separados. Cada uno de ellos tiene cualidades que son más fáciles de desarrollar que otras y una educación conjunta no satisfaría los intereses de los dos sexos; es más, probablemente impediría el desarrollo de facultades en los dos. La educación debe tender siempre al máximo desarrollo de las potencialidades de los individuos. Y éstas son distintas en el sexo masculino y en el femenino. Esto queda claro por lo que respecta a la aritmética y las matemáticas, en donde cada sexo tiene una preferencia por determinadas tareas.

Según estudios de laboratorio, se afirma que no existe el libre albedrío; el cerebro se activa cuando se va a tomar una decisión y antes de que el individuo sea consciente. Esta conclusión parece muy chocante y nos gustaría que nos explicase cómo se elaboran estas conclusiones. ¿El experimento se ha realizado en tomas de decisiones automáticas que no precisan de una elaborada reflexión? ¿Si las decisiones no son conscientes en primer término, ¿cómo es entonces que hay una aceptación consciente? ¿Qué sería esa aceptación: un condicionamiento, otra ilusión-engaño del cerebro?

En el problema de la libertad o libre albedrío se parte de que la impresión subjetiva que todos tenemos es la de la libertad de elección. Por eso me pregunto: ¿son de fiar nuestras impresiones subjetivas? Hemos tardado veinte siglos en aceptar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, desde Aristóteles en el siglo IV a. C. hasta el siglo XVI con Nicolás Copérnico. Y la impresión subjetiva es clara: el Sol sale por oriente y se pone por occidente. Si le hubiésemos hecho caso a Aristarco de Samos, un contemporáneo de Aristóteles, Giordano Bruno no hubiera tenido que morir en la hoguera en la Piazza del Campo dei Fiori, en Roma. Podríamos poner otros ejemplos de impresiones subjetivas que resultaron ser falsas.

Efectivamente, por los datos de que hoy disponemos, el cerebro se activa de manera inconsciente hasta 7.000 milisegundos antes de que el sujeto de experimentación tenga la impresión subjetiva de voluntad. Por tanto, ésta no es la causa del movimiento, sino una consecuencia más de una actividad inconsciente. Siempre repito que si otros datos hablasen a favor de la existencia del libre albedrío, habría que cambiar nuestra opinión, como siempre se ha hecho en ciencia. En los experimentos realizados, tanto en California, como en el Reino Unido y en Leipzig, Alemania, los sujetos no hacían movimientos automáticos, sino «voluntarios», es decir, cuando querían. Si en vez de movimientos simples se hubiesen hecho movimientos que requerían una elaborada reflexión, probablemente los resultados serían aún más contundentes en contra de la existencia de una voluntad libre, ya que los condicionamientos serían mayores, así como la ilusión del control de todo por la conciencia.

Que exista una aceptación consciente es muy común. En la toma de decisiones suele ocurrir que la conciencia se atribuye funciones que no le corresponden. Ese «yo», que también está considerado una construcción cerebral, se atribuye funciones que, en la mayor parte de los casos, están previamente determinadas, por ser inconscientes, y que, por tanto, no le corresponden. La conciencia suele justificar racionalmente comportamientos que no provienen de ella; se ha calculado que sólo se ocupa de un uno o un dos por ciento de todas las funciones cerebrales; el resto funciona de manera automática.

Usted afirma que la libertad es una ficción cerebral. Pero ―perdone que insista en este tema― entonces, lo contrario, es decir, la falta de libertad, sería un hecho digamos que natural. ¿Qué idea del hombre se desprende de este principio axiológico? ¿Cómo sería un modelo político basado en la neurociencia?

La falta de libertad es un hecho natural porque el cerebro es materia y está tan determinado por las leyes de la naturaleza como el resto del universo. Einstein se preguntaba que por qué el cerebro iba a ser una excepción. La idea que se desprende de este hecho, si se sigue confirmando experimentalmente, es que volvemos a estar equivocados respecto a lo que es el ser humano. He dicho muchas veces que la neurociencia va a modificar la imagen que tenemos no sólo del mundo, sino de nosotros mismos. Si la falta de libertad resulta ser un hecho, entonces conceptos como el pecado, la responsabilidad, la imputabilidad y la culpa no existirían. Y el pecado forma parte de la base de las tres religiones abrahámicas o «religiones del Libro»: judaísmo, cristianismo e islam. Eso no quiere decir que tengamos que modificar el código penal y dejar que los que delinquen, esto es, quienes atentan contra las reglas que la sociedad se ha dado a sí misma, queden libres. Lo único que cambiaría sería la imagen que tenemos de esa persona. Pero los delincuentes deben ser separados para que no vuelvan a delinquir. Esto lo hacen también muchos otros animales que viven en sociedad, porque de este modo la protegen.

En la pregunta anterior se plantea también la definición del fenómeno de la conciencia. ¿Cómo están los trabajos de la neurociencia en la «localización» de la conciencia?

El problema de la conciencia es probablemente el que más trabajo va a dar en este siglo. Sabemos qué estructuras son necesarias, porque sin ellas la conciencia desaparece, como es, por ejemplo, la formación reticular del tronco del encéfalo o el tálamo, pero esas estructuras no son suficientes. El problema es cómo se pasa de la actividad de miles o millones de neuronas de nuestra corteza cerebral a la conciencia. Sabemos también que hay zonas de la corteza cuya actividad no es consciente. Pero estamos aún lejos de pasar de «lo objetivo» (la actividad neuronal) a «lo subjetivo». Esto ha sido definido como the hard problem, el problema difícil, de la neurociencia.

Usted afirma en su libro La conexión divina que se pueden provocar experiencias místicas estimulando estructuras emocionales del cerebro. ¿Pero estas experiencias de «laboratorio» son las mismas que las de los místicos? Le pregunto esto porque es muy frecuente cuando uno se acerca a estos autores, que se advierta al neófito de la diferencia entre la mística verdadera y las experiencias más psíquicas. Es decir que para los grandes místicos el fenómeno de la experiencia como tal no es siempre fiable…

Se le preguntó a W. T. Stace, filósofo de la Universidad de Princeton y autoridad a nivel mundial sobre misticismo, sobre la similitud entre las experiencias místicas inducidas artificialmente y las producidas de manera natural, y respondió: «No se trata de que las experiencias artificiales sean similares a las experiencias místicas, sino de que son las experiencias místicas».

Desde luego, desde el punto de vista de sus características, tanto las experiencias «naturales» como las inducidas experimentalmente o por drogas alucinógenas son muy parecidas. Lo que ocurre es que se suele hacer esa distinción porque existe una resistencia a aceptar que las experiencias místicas naturales sean producto de la activación de estructuras cerebrales y no de la influencia de seres o entidades sobrenaturales. Pero cada vez está más claro que cuando las estructuras del cerebro emocional, que se localizan en la profundidad del lóbulo temporal, se activan, sea espontánea o inducidamente, producen esas características comunes. Como esto suele ocurrir también en la epilepsia del lóbulo temporal se ha intentado rechazar las características que presentan estos enfermos diciendo que los místicos no son enfermos. Desde luego que no todos lo han sido, pero sí un número considerable de ellos. En cualquier caso, la activación de las estructuras del cerebro emocional que producen estos fenómenos no tiene por qué producirse sólo en ese tipo de epilepsia. Los chamanes, por ejemplo, los derviches danzantes y otras figuras de culturas que llamamos primitivas saben desde tiempos inmemoriales cómo activar esas estructuras mediante técnicas activas o pasivas para entrar en éxtasis y en contacto con sus seres espirituales y personas ya fallecidas.

En su libro El cerebro nos engaña se cuestiona toda noción de objetividad. ¿Qué tipo de ciencia es la que se desprende de esta visión?

No creo que haya puesto en entredicho la objetividad en ciencia porque acabaríamos con ella. A este respecto prefiero responder con lo que nos ha enseñado al respecto la etología, con Konrad Lorenz a la cabeza. Lorenz se preguntaba cómo es posible que podamos entender el mundo o la realidad exterior; y respondía que era debido a que las categorías del entendimiento humano son fruto de la evolución, o sea, de la interacción del organismo con ese mundo. Por eso no es de extrañar que ambos coincidan. Textualmente dice: «…por las mismas razones que la forma de la pezuña del caballo se adapta al suelo de la estepa y la aleta del pez al agua».

¿Qué relación hay entre la neurociencia y la física cuántica? Pues ambas investigan en realidades llamadas interiores y curiosamente están aportando algunas conclusiones semejantes en cuanto a nuestra noción de la realidad…

Existe de hecho una relación, a saber, la que pone en entredicho la realidad independiente del que la observa. El constructivista Heinz von Foerster dijo: «La objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él».

Y el físico Stephen Hawking, en su último libro El gran diseño dice que «aunque el realismo puede resultar una posición tentadora, lo que sabemos de la física moderna hace difícil defenderlo».

En otro lugar leemos: «Es difícil imaginar cómo podría operar el libre albedrío si nuestro comportamiento está determinado por las leyes físicas, de manera que parece que no somos más que máquinas biológicas y que el libre albedrío es sólo una ilusión».

En cuanto a este último tema, se está utilizando la física cuántica para justificar la existencia del libre albedrío. Pero yo argumento en mi libro El fantasma de la libertad que si las decisiones las hacemos dependientes de la probabilidad y el azar, todavía es peor para la existencia de la libertad. Dejar las decisiones al albur del azar no nos hace más libres.

¿Qué le parece el debate sobre la abolición de una diferencia entre lo artificial y lo natural? Si no hay diferencia, ¿podríamos ver en un futuro ciborgs e inteligencias artificiales?

Ni al campo ni a la ciencia se le deben poner puertas. Que las comparaciones entre los ordenadores y el cerebro no tengan hoy por hoy una base satisfactoria no debe significar que en el futuro no se llegue a ello. Cierto es que en el cerebro existen las emociones y la neuroplasticidad, de manera que el software puede cambiar el hardware y eso no es posible en los ordenadores, pero, repito, hace no muchos años no podíamos ni siquiera soñar con lo que hoy sabemos.

Finalmente: parece que, en vez de ciencia, se habla constantemente del lenguaje, de conceptos: libertad, conciencia, realidad, etc. ¿Es la neurociencia otra forma de filosofía?

Afortunadamente, como dije antes, la neurociencia ha podido superar el dualismo que impedía que se abordasen desde el método científico temas que antes pertenecían a la teología, la filosofía y la psicología teórica, como la libertad, la conciencia, la realidad o la espiritualidad. Ya era hora, porque los resultados van a mostrar claramente que estábamos equivocados en muchos de los planteamientos respecto a la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos. ¿Quién nos iba a decir hace unos años que la neurociencia iba a estar buscando las raíces biológicas de la espiritualidad, de las experiencias religiosas y las experiencias místicas?

Desde luego que la neurociencia no es una forma de filosofía, pero tiene tanto derecho como ella a abordar esos temas. Yo diría que habría que preguntarse por el futuro de la filosofía si sigue haciendo caso omiso de la ciencia. Se ha dicho que si la filosofía no escucha a la ciencia tendrá en el futuro poco que aportar.

 

Autor/es:

Dionisio Romero / http://www.agendaviva.com – ECOticias.com

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