¿Qué valoración hace del Congreso Mundial de ICLEI y en concreto de la participación del mundo local catalán?
¿Cuáles fueron las novedades y las conclusiones?
De las líneas de trabajo que ha mencionado, ¿qué hay que priorizar en unos momentos en que las políticas públicas se ven dificultadas por la crisis? ¿Cómo se puede poner en marcha el círculo virtuoso?
Estas cuestiones nos las hemos planteado, no sólo ante el congreso del ICLEI, sino a la hora de enfocar la política del área de medio ambiente en la Diputación. Y la respuesta es que hay que priorizar los ámbitos de la eficiencia energética y las renovables. El tema de las renovables ha quedado frenado, aunque hablando con el ministro Arias Cañete nos comentó que, entre julio y septiembre, saldrá el decreto de autoconsumo. Entonces, en función de este decreto, retomaremos el impulso de las renovables. La línea de la eficiencia es la que vemos que, en tiempos de crisis, nos permite trabajar con un partenariado público-privado y obtener inversiones en los municipios, de las cuáles se deriva un ahorro. Los ayuntamientos están predispuestos a que les vaya bien económicamente y se contribuye a un objetivo final ambiental. Priorizar un tema, sin embargo, no quiere decir que nos olvidemos de la importancia del resto.
¿Qué diferenciaría un congreso del mundo local como el de ICLEI de la Cumbre Río+20 donde el mundo local también está pero el protagonismo es de los estados?
Una de las impresiones más fuertes del congreso del ICLEI en relación a Río+20 es que, en cuanto a las ciudades, no hay tantos problemas particulares y que de hecho prácticamente todos los problemas son comunes, por no decir que son los mismos: abastecimiento de agua, tratamiento de residuos, transporte y contaminación atmosférica. Las soluciones también son, con pequeñas variaciones, muy similares. Y no tienen color político, sino un marcado acento técnico. Las ciudades comparten más objetivos y más urgencias que los estados. Se ha hablado del fracaso de Río +20 por culpa de los estados. Y, efectivamente, se llega a la conclusión de que es muy difícil que los Estados se pongan de acuerdo y esto tiene como resultado un nivel de compromiso bajo, porque todo el mundo se sienta cómodo, que limita el avance.
Una ciudad no puede esperar 20 años para tener un sistema eficiente de recogida y tratamiento de residuos, las soluciones no se pueden aplazar de esta manera. Los representantes del mundo local estamos liberados de los condicionantes geopolíticos de los estados. Si a nivel internacional podríamos decir que hay competición entre países, a nivel local domina la cooperación, la gente tiene ganas de compartir conocimiento para aplicarlo inmediatamente en su municipio.
Por las respuestas que debe dar a la gestión del día a día …
El presidente mundial de ICLEI hizo un discurso donde dijo que «las grandes decisiones en mi casa correspondían a mi padre y las pequeñas a mi madre, pero nunca llegaba el momento de tomar grandes decisiones». Es de aquellas bromas que esconden un fondo muy serio: si se van resolviendo muchos temas a pequeña escala disminuirá la necesidad de tomar grandes decisiones. Evidentemente, para tratar temas como los derechos de emisiones o del transporte aéreo o marítimo siempre harán falta tratados e internacionales. En cualquier caso, mientras los estados sólo llegan a un acuerdo de mínimos, las ciudades y los gobiernos locales van a menudo en la misma dirección y eso es un movimiento imparable que hace 20 años, por ejemplo, no existía.
Esta sintonía que se da en el mundo local, ¿se refleja bien organizativamente hablando?
Sí, el ICLEI mismo es una prueba. De hecho las ciudades se agrupan en múltiples organizaciones que ponen énfasis en temas diferentes. En el caso de ICLEI es la sostenibilidad pero hay otras agrupaciones como Ciudades y Gobiernos Locales Unidos que son más generalistas. Cataluña ahora vicepreside la red Network of Regional Governments for Sustainable Development, que promueve el desarrollo sostenible a nivel regional y es la voz y la representante de los gobiernos regionales a nivel internacional en este ámbito de actuación.
¿Hasta qué punto son conocidas fuera las iniciativas del mundo local catalán?
Creo que el Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación son referentes en muchos temas ambientales. No hay duda, y se nota mucho, que el peso de la marca Barcelona a nivel internacional ayuda. Pero hay una realidad sólida detrás. En el caso del Ayuntamiento de Barcelona porque ha tenido unas políticas muy avanzadas y la Diputación, como primera estructura de soporte del Pacto de Alcaldes, porque permite mostrar las experiencias de muchos pueblos y ciudades. Cuando explicamos que tenemos 140 PAES acabados y 186 municipios adheridos al Pacto de Alcaldes esto nos da una masa crítica que no está en otros lugares. El programa ELENA favorece que las iniciativas no queden sólo en la planificación y que las actuaciones se vayan concretado.
Ha citado anteriormente el uso del término «fracaso» aplicado en Río. ¿Comparte esta conclusión?
Los medios, en general, han hecho valoraciones más bien negativas
Entiendo que la lógica mediática pide resultados muy visibles que puedan traducirse en un titular y, como no ha habido convenios y tratados, a diferencia de lo que pasó hace 20 años, pues el juicio es más negativo. Pero si lo pensamos bien, en 1992 no hubo resultados inmediatos de los grandes compromisos. Las Agendas 21 tardaron su tiempo en desplegarse. En 2015 se habrán de revisar los objetivos del Milenio integrando la visión sostenibilista y quizás aquí veremos un primer resultado importante de Río+20. En mi opinión tampoco se podían plantear ahora unos objetivos absolutamente ambiciosos cuando todavía no hemos sido capaces de cumplir muchos de los objetivos anteriores. Por otro lado, la crisis económica también condiciona negativamente a la hora de plantearse grandes metas. En el caso de la creación de una nueva agencia de Naciones Unidas con financiación propia, está claro que esta cuestión ha incidido.
¿Le ha decepcionado que no se creara esta nueva organización?
Para la gobernanza mundial esta es una cuestión relevante y el hecho de que hubiera una autoridad mundial en medio ambiente, en los términos en que se había pensado, habría sido un hito importante. Pero de cara a la tarea que se está haciendo ahora mismo en el mundo local, el hecho de que se cree o no la nueva agencia no es tan significativo.
¿Por qué la economía verde ha levantado tanto recelo?
Creo que desde algunas posiciones hay mucha desconfianza y eso hace que se vean amenazas dónde no lo están. Desde las comunidades indígenas piensan que es un subterfugio del capitalismo para apoderarse de sus recursos y desde algunas economías emergentes se ve como un instrumento de los países ricos para limitarlos el crecimiento.
Un hecho curioso es que en Río algún estado se ha posicionado sobre esta cuestión de manera crítica, mientras que en el congreso del ICLEI una ciudad importante de este mismo estado defendía iniciativas totalmente alineadas con la economía verde. De hecho, esto tiene mucho sentido, porque en el congreso se dio mucha importancia a las ciudades productivas y en tender hacia un cierto grado de autosuficiencia en los recursos. Por lo tanto la economía verde puede ser en buena parte una economía local.
¿Qué lectura hace del gran número de compromisos voluntarios que hubo en Río+20?
Los compromisos voluntarios permiten a quien quiera salir adelante, ya sea desde el ámbito público o privado, hacerlo sin tener que esperar los grandes acuerdos. De esta manera, nadie está limitado en su ambición y en marcarse unos objetivos a los que puede llegar.