Limitado a pistas deportivas o urbanizaciones privadas, el césped artificial se ha ido extendiendo en muchas ciudades tapizando rotondas, jardines, vías de tranvías y otros espacios públicos. Tiene a su favor el coste (incluido el mantenimiento) y un bajo consumo de agua en relación con el césped natural, importante ventaja en tiempos de sequía, además de crear la ilusión de naturaleza de la que tanto se carece en las ciudades. Pero el césped artificial también presenta importantes inconvenientes.
Para conocer los impactos de un producto debe abordarse su ciclo de vida completo, desde la producción a la eliminación. En este caso, estamos ante una mezcla de plásticos cuya materia prima es el petróleo. Su extracción, refino, polimerización…, son procesos industriales que consumen energía junto a la emisión de gases invernadero. Y su empleo presenta también diferentes problemas.
Cespéd artificial: una mezcla de plásticos cuya materia prima es el petróleo
Con la lluvia, o agua de riego, se produce migración de microplásticos, unas sustancias que, desde diferentes procedencias, están presentes en todos los seres vivos (con riesgos todavía inciertos), que solemos eliminar por la orina. Y en los charcos que permanecen, proliferan bacterias y hongos, no muy deseables en el ámbito urbano. Aunque lo peor se produce por el calor, pues suelen llevar un soporte de caucho, procedente de neumáticos fuera de uso, que, con temperaturas elevadas emite una gran cantidad de compuestos orgánicos volátiles, algunos de ellos alteradores hormonales o de marcado carácter cancerígeno, junto a metales pesados como el plomo o zinc. El calor aumenta mucho la temperatura del césped, que puede alcanzar los 70ºC, emitiéndolo a la atmósfera y contribuyendo al efecto de “isla de calor”, tan común en las ciudades y tan penoso en verano.
Con el tiempo, el plástico se degrada esparciendo subproductos. A los 6-8 años tendrá que ser sustituido, momento en el que surgirá la pregunta de qué tratamiento darle. Lo más adecuado sería el reciclaje, pero su práctica no está muy extendida, pues solo se reciclan fácilmente plásticos homogéneos (como el polietileno de los invernaderos o los residuos de las propias fábricas) siendo más difícil hacerlo con mezclas, como es nuestro caso. Por ello, lo más probable es que termine en un vertedero ocupando bastante espacio, al tiempo que su degradación continúa.
Por tanto, parecen mayores los inconvenientes que las ventajas, sobre todo porque es un producto totalmente innecesario. Ciertamente, las ciudades tienen déficit de naturaleza, pero esto no se suple con sucedáneos sino con plantas y arbolado que aporten sombra, humedad y oxígeno al tiempo que eliminan contaminantes. Renaturalizar de verdad las ciudades es uno de los grandes desafíos (frente a la contaminación y el cambio climático) para el que todo Consistorio debiera preparar (tal como marca la legislación) un plan de reducción de emisiones y adaptación urbana, con participación ciudadana, que lleve a la conservación del patrimonio natural de sus barrios, parques y zonas infantiles, donde plásticos y neumáticos debieran ser eliminados.
Federico Velázquez de Castro González