La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés) creó la Conferencia de las Partes (COP, que este año corresponderá a la número 30 y se celebrará en la ciudad brasileña de Belém) como el órgano encargado de tomar las decisiones necesarias para implementar los compromisos asumidos por los países en la lucha contra el cambio climático.
La COP está integrada por todos los países que han firmado y ratificado la Convención. Actualmente, 198 países forman parte de la UNFCCC, lo que la convierte en uno de los mayores organismos multilaterales del sistema de las Naciones Unidas (ONU).
En 2025 la COP30 tendrá como ciudad anfitriona a Belém, que toma la posta de Bakú, que lo fue de la COP29. De la próxima COP se espera que resulte un punto de inflexión a favor de la lucha contra el cambio climático, la financiación de la misma, el abandono de los combustibles fósiles a favor de las renovables y el rol de los indígenas, entre muchos otros temas que serán objeto de atención y debate en dicha reunión.
Belém y la responsabilidad de la COP30
Belém, la ciudad brasileña que acogerá en noviembre la próxima Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU (COP30), quiere mostrar al mundo que el desarrollo económico es compatible con la preservación de la Amazonía, aunque el crecimiento demográfico y el cambio climático desafían esa conciliación.
Pese a ubicarse en plena selva, Belém es una de las capitales regionales menos verdes de Brasil: el 56 % de sus habitantes viven en calles sin ningún árbol, frente a una media nacional del 34 %, según datos oficiales. Ahora, a pocos meses de la COP30, las autoridades construyen nuevos parques y subrayan en sus discursos la necesidad de impulsar la bioeconomía, actividades basadas en el uso sostenible de los recursos naturales, para crear empleo sin aumentar la deforestación.
Este sector representó el año pasado un 3,8 % del PIB del estado de Pará, cuya capital es Belém, y el objetivo del Gobierno regional es llegar al 4,5 % en 2030, si bien la economía aún depende en gran medida de la minería. “Existe un potencial inmenso que todavía no ha sido explotado, principalmente porque los índices de investigación e innovación son bajos”, afirma Camille Bermeguy, vicesecretaria de Pará para Bioeconomía. Ese potencial tiene, en la región de Belém, nombre de frutas autóctonas ya consolidadas como el cacao y de otras que se han popularizado en los últimos años como el acaí.
Información e instrucción
En la isla de Combú, que forma parte del municipio, un grupo de adultos aprende lo básico sobre “gestión sustentable”, una de las aulas gratuitas que las autoridades han lanzado dentro de un programa de capacitación para la COP30 en Belém.
Entre los alumnos está Ana Maria Cardozo, de 61 años, quien está construyendo una posada con vistas al río para complementar los ingresos que recibe por la venta del acaí que recolecta en su terreno. “Es importante tener esa conciencia de protección ambiental, está abriendo oportunidades”, dice, libreta en mano.
Pero, incluso con capacitación, la lista de desafíos enfrentados por los habitantes de Combú es larga: falta agua potable, alcantarillado y red eléctrica confiable. “Queremos mantener la selva en pie, pero también necesitamos tratamiento de las aguas residuales y oportunidades de trabajo”, afirma Izete Costa, fundadora de una fábrica de chocolate orgánico en la isla. A esos desafíos se suma el impacto del cambio climático, que amenaza el incipiente negocio de la bioeconomía.
La Amazonía acaba de pasar por dos de las peores sequías de su historia. La escasez de lluvias ya redujo en un 40 % la producción de Costa el año pasado y este no pinta mucho mejor. “La cosecha se atrasó unos tres meses… Esto debería estar lleno”, dice la emprendedora de 60 años, apuntando a unos baldes de madera vacíos que usa para fermentar las semillas del cacao.
Problemas con las infraestructuras, los loros y mucho más
El cambio climático es un problema existencial para Belém, que se alimenta y bebe literalmente de la naturaleza que la rodea. En el parque natural de Utinga, a una media hora del centro, se encuentran dos manantiales que abastecen alrededor de dos tercios del agua que consume la ciudad, cuya área metropolitana cuenta con 2,5 millones de personas.
Visitado por miles de personas cada fin de semana, el parque sufre una constante presión demográfica, con frecuentes invasiones de terrenos, mientras el Gobierno regional construye una carretera de 14 kilómetros para reducir el tráfico vehicular que pasa muy cerca de sus límites.
El biólogo Marcelo Rodrigues se preocupa por el futuro del guaruba, un guacamayo de color amarillo que está ayudando a reintroducir en Utinga después de que fuera declarado extinto en la zona hace unos 100 años debido a la deforestación.
Ya han soltado 50 animales, pero dos de ellos murieron tras golpearse con una red eléctrica que cruza el parque. Con motivo de la COP30 soltarán otros 30, aunque Rodrigues se pregunta sobre el impacto real del evento en la conciencia medioambiental de la población. “El otro día escuché a unos visitantes cuchichear sobre cuánto dinero conseguirían vendiendo un guaruba… Hay que estar alerta”, asegura. EFE / ECOticias.com