El negacionista climático Trump, presidente electo de EEUU, ha puesto su mirada en Groenlandia que es algo más que un trozo de hielo en mitad del mar por su riqueza en materias primas. El calentamiento global, que Trump niega, crearía una gran ruta comercial por el deshielo de Groenlandia. Su hijo, Donald Trump Jr., ha visitado ya el país y ha llevado una bandera de EE.UU.
Para el negacionista del cambio climático Trump y amigo intimo de las energías fósiles, son 2,2 millones de kilómetros cuadrados. Prácticamente helado. Con apenas 57.000 habitantes. Pero plagado de recursos. Uno de ellos es el petróleo y Trump le tiene echado el ojo. Se estima que tienen la mitad de las reservas que tiene Arabia Saudí. Y en gas natural cuentan con el 30% de la reserva mundial.
Nuuk es la capital de Groenlandia. Y dicho así, suena como algo muy grande, porque la isla es gigantesca. Tiene cuatro veces el tamaño de España. Sin embargo, Nuuk es poco más que un pueblo con unos 20.000 habitantes que han aprendido a vivir entre el frío del verano y las temperaturas gélidas del invierno.
Donald Trump quiere Groenlandia, y para hacerse con ella no descarta la fuerza militar.
Un colega periodista danés dice que está aterrorizado. «Putin nos odia por apoyar a Ucrania. Y ahora también nos detesta Trump por no querer desprendernos de Groenlandia. Son dos enemigos muy grandes para un país tan pequeño«.
Sin embargo, la mayoría de los groenlandeses en Nuuk lo ven de otra manera. No como una amenaza, sino como una oportunidad para su soñada independencia; la posibilidad más cercana de deshacerse de la metrópolis, Dinamarca, que adormece sus deseos de emancipación con unos 600 millones de euros anuales.
El cambio climático ya afecta a los ‘inuit’ de Groenlandia. Los inviernos fríos, el hielo robusto y la nieve son vitales tanto para la comida como para el agua de los inuit del Scoresby Sound, que viven profundamente entrelazados con el mundo natural. Las temperaturas en el Ártico están aumentando hasta cuatro veces más rápido que la media mundial.
El pueblo no se vende
El Gobierno independentista de Groenlandia es libre desde 2009 de convocar un referéndum de autodeterminación cuando le plazca. Pero es muy difícil rechazar a un dinero que significa la mitad de su presupuesto y repudiar unos servicios públicos gratuitos y de calidad, como la sanidad o la educación.
Ahora , el imperialista Trump tendrá que saber que «el pueblo y Groenlandia no se venden«, tal y como aseveró en inglés «chapurreado» Karl Ingemann, un pescador local que recogía firmas en el Nuuk Center, el único centro comercial de la capital, con la intención de formar un partido político nuevo y gobernar algún día su país.
Muy a su pesar, Estados Unidos, Rusia y China tienen puestos sus ojos en Groenlandia. Sobre todo, por culpa del calentamiento global. La gran isla helada es ahora punto estratégico para el control del cada vez más derretido Océano Ártico. Una paradoja, teniendo en cuenta que Trump es, probablemente, el mayor ejemplo del negacionista del cambio climático.
Trump, Putin y Xi quieren controlar y acceder a esas riquezas ocultas hasta ahora bajo el hielo de Groenlandia, sin caer en la cuenta de que, si todo ese hielo se derrite, todas esas riquezas no tendrán ningún valor. Porque el problema será otro. Y quizá ya no haya futuro para esos motores eléctricos.