La Universidad de Tsinghua, en Pekín, ha hecho un estudio según el cual frenar las emisiones a partir de 2030 le costará a China el 1% de su PIB, porque su pico de emisiones debería alcanzarse, según la tendencia actual, una década después.
Estados Unidos y China han llegado a un acuerdo sobre cambio climático. Toda la prensa lo ha recogido, destacando que es la primera vez que el gigante asiático pone una fecha al momento en que empezará a reducir sus emisiones de CO2; concretamente, el presidente Xi Jinping ha anunciado que será a partir de 2030. No por casualidad, es el mismo año en que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) considera que empezará a remitir el consumo de carbón de la República Popular, que por esas fechas será la mitad de todo el que se queme en el planeta para producir electricidad.
La Universidad de Tsinghua, en Pekín, ha hecho un estudio según el cual frenar las emisiones a partir de 2030 le costará a China el 1% de su PIB, porque su pico de emisiones debería alcanzarse, según la tendencia actual, una década después. Nótese que esta estimación choca con los datos aportados por la AIE, porque si se minora el consumo de carbón, el volumen de emisiones también se frenará o bajará, al usarse combustibles menos contaminantes. En consecuencia, China no se ha comprometido a hacer absolutamente ningún esfuerzo, a pesar del aire irrespirable de sus megalópolis.
Barack Obama, por su parte, queda muy bien en la foto anunciando que la superpotencia reducirá entre un 26% y un 28% las emisiones para 2025, en relación a lo que emitía en 2005. Supone doblar el objetivo de reducción que tiene actualmente, fijado en el 17% para 2020, pero tampoco significa hacer un esfuerzo, por dos razones.
La primera es que en EE UU las emisiones ya se están reduciendo –más del 15% en 2012– por la sustitución de carbón por gas, más barato y menos contaminante. Las renovables están creciendo mucho, pero su peso aún no es suficiente como para afectar de un modo relevante a las emisiones de CO2.
Y la segunda es que las dos cámaras norteamericanas están controladas por el Partido Republicano, poco menos que negacionista del calentamiento global, y, si con la tendencia actual no se llegase a esos objetivos, no se podrá aprobar la normativa que permitiría alcanzarlos hasta que haya otra mayoría política, dentro de algunos años. Es más, los republicanos están amenazando con cortar los fondos de la Agencia de Protección Ambiental para evitar que actúe, de modo que, aunque Obama dictara normas que se salten el bloqueo de las cámaras, la falta de recursos impediría que tuvieran efecto. Así pues, el acuerdo, calificado de “histórico” por el propio Obama, es auténtica pólvora mojada.
Poco antes, la UE también había anunciado sus compromisos de reducción de CO2 para 2030: ha decidido bajarlas un 40% en relación al nivel de 1990. Pero no ha potenciado el principal mecanismo para conseguirlo, un Mercado Europeo de Derechos de Emisión en el que el precio de la tonelada del anhídrido carbónico –ronda los seis euros por tonelada– es demasiado bajo para resultar realmente efectivo.
Además, no ha querido que los objetivos de renovables y eficiencia energética para 2030, básicos en la descarbonización de la economía, se repartan de un modo vinculante país a país y, por lo tanto, estén sujetos a sanciones económicas por incumplimiento. En la UE las emisiones también están bajando, sobre todo por la crisis económica, y no habrá problema para alcanzar el objetivo de reducirlas un 20% en 2020.
Por lo tanto, tampoco la UE está apostando por frenar el calentamiento global, si bien tiene cierto compromiso, mientras que EE UU y China no tienen ninguno.
El resto de mundo cuenta poco en las cuentas climáticas, y se supone que actuarán en función de cómo lo hagan China, EE UU y la UE, aunque habría que estar atento a lo que ocurre en India, que superará a EE UU como segundo consumidor de carbón antes de 2020.
Cumbre Paris 2015 a la vista
Estando así las cosas, en diciembre del año que viene se celebrará una cumbre climática en París en la que se debería aprobar un nuevo tratado internacional que entre en vigor tras la caducidad del Protocolo de Kioto. A la vista de los pasos dados hasta ahora, todo apunta a un acuerdo descafeinado, que dé buenos titulares, pero inefectivo.
La AIE considera que la tendencia actual nos lleva a que el planeta se caliente 3,6º durante el presente siglo, cuando el límite establecido por la comunidad científica para evitar efectos catastróficos está en 2º. Un reciente informe del Joint Research Centre, de la Comisión Europea, advertía que, de seguir con la tendencia actual, el impacto económico sobre la UE a finales de siglo será de 190.000 millones de euros al año, el 2% del actual PIB comunitario, de los que un 70% se concentrará en la región mediterránea.
Esperanza en la opinión pública
La única esperanza que hay para que no nos muramos de vergüenza al mirar a nuestros hijos y nietos dentro de 50 años es que la opinión pública presione a los gobiernos para que hagan lo que los científicos les dicen que deben hacer. Más del 95% de los expertos considera que el cambio climático actual está provocado por la actividad humana y la quema de combustibles fósiles.
Esa opinión pública ya ha conseguido que los políticos cuiden las apariencias a la hora de pronunciarse sobre el calentamiento –acuérdense del famoso primo de Rajoy– y la tendencia es mejor que la de hace 10 años, porque la eficiencia y las renovables han madurado mucho más de lo que se preveía. Por lo tanto, actúen: consuman energía renovable y reclamen más renovables.
Tomás Díaz, periodista especializado en energías renovables.
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