Un equipo internacional que salió al Atlántico Norte en plena pandemia ha puesto números y mecanismos a una idea que llevaba años rondando los modelos climáticos. Las grandes tormentas actúan como una batidora que primero rompe la “nieve marina” (los copos de materia orgánica que caen desde la superficie) y, poco después, dispara un pulso de partículas que se hunden y transportan carbono hacia el océano profundo. Ese retraso de unos días es la clave que faltaba para entender por qué el océano a veces “guarda” carbono mejor de lo que parecía.
La expedición, parte de la campaña EXPORTS de la NASA, salió en abril de 2021 con tres buques de investigación (R/V Sarmiento de Gamboa, RRS Discovery y RRS James Cook) y logró completar el muestreo sin casos de COVID a bordo, pese a la logística extrema y el mal tiempo.
La “nieve” que regula el clima
En el océano, el fitoplancton hace un trabajo gigantesco. Convierte CO2 en materia orgánica y sostiene la cadena alimentaria marina. Las estimaciones que manejan los investigadores sitúan esa fijación anual entre 55 y 60 mil millones de toneladas métricas de carbono, y alrededor del 15% termina exportándose desde la capa superficial hacia el interior del océano, sobre todo en forma de partículas que se hunden.
Ahí entra la nieve marina. La NOAA la describe como una “lluvia” de material orgánico que cae desde aguas superficiales hacia el fondo, una mezcla de restos de organismos, heces y partículas. En tamaño puede parecer insignificante, pero su comportamiento decide cuánto carbono queda fuera de la atmósfera durante meses o incluso siglos.
“Es increíblemente porosa, así que parece nieve mientras cae desde la superficie”, resumió Siegel.
Lo que hacen las tormentas y por qué importa el retraso
Durante la campaña, cuatro tormentas principales golpearon a los barcos con vientos por encima de 50 nudos y olas que superaron los 20 pies. Los científicos vieron un patrón repetido.
Primero, el oleaje intenso fragmentaba la nieve marina en trozos más pequeños. Eso frena el hundimiento, porque las partículas finas caen mucho más despacio. Pero, cuando el temporal remitía, ocurría algo contraintuitivo. Dos días después, los instrumentos registraban un pulso de nieve marina saliendo de la zona superficial.
La explicación está en la “capa de mezcla”, esa parte del océano donde la turbulencia lo remueve todo. La tormenta la profundiza, y cuando vuelve la calma la capa se hace más somera. Ese “encogimiento” deja una reserva de partículas rotas por debajo de la turbulencia, en aguas más tranquilas donde pueden reagruparse y formar copos mayores listos para hundirse.
El carbono no cae solo, también se lo comen
El equipo siguió el rastro a 200–500 metros y encontró otra pieza del puzle. El número de partículas menores de 0,5 mm se duplicó a lo largo de un mes, algo que no encaja con una simple caída por gravedad. Allí abajo, la turbulencia es demasiado débil como para romperlas, así que la mano (o la boca) tenía que ser biológica.
Los autores estiman que los procesos biológicos descomponían las partículas a un ritmo de alrededor del 12% diario. Y, al cruzar datos, vieron que los microbios consumían menos de la mitad de lo “comido”. El resto apuntaba a zooplancton que muerde, tritura y reempaqueta la materia mientras cae.
Qué deberíamos tener en cuenta
Este resultado importa porque el océano funciona como una gran válvula de carbono y, si queremos prever el clima con precisión, hay que representar bien estas microdecisiones del sistema. El equipo ya trabaja en integrar estos mecanismos en modelos y ha anunciado un encuentro técnico en Glasgow en marzo de 2026 para trasladar lo aprendido a la próxima generación de simulaciones del ciclo del carbono.
La historia se apoya en el trabajo liderado por el oceanógrafo David Siegel (UC Santa Bárbara), publicado en Global Biogeochemical Cycles.



















