“En el papel, Chile puede ser fácilmente considerada una nación muy rica en agua. De hecho, la delgada franja de tierra que se extiende a lo largo de la costa occidental de América del Sur cuenta con más de 50.000 metros cúbicos de agua por persona al año.”
Sí, pero no
Pero las apariencias pueden ser engañosas. Gran parte de esa agua descansa en la zona más austral del país, en la escasamente poblada región de la Patagonia y transportarla al norte, donde vive la mayor parte de la población y donde se ubica la industria minera del país, no es económicamente factible.
A medida que los ciudadanos y las empresas compiten por los escasos suministros de agua que quedan en la árida región norteña, Santiago la capital del país, luchará por equilibrar las demandas competitivas del sector público y privado, frustradas por sus propias restricciones financieras y regulatorias.
En sus más de 4.200 kilómetros de norte a sur, Chile experimenta cambios dramáticos en su clima. El norteño desierto de Atacama, uno de los lugares más secos de la Tierra, gradualmente se desvanece en el centro templado del país, hogar de la mayoría de la población chilena. Este clima mediterráneo eventualmente da paso a las tundras y a los glaciares montañosos del sur.
Aunque la agricultura es el mayor consumidor de agua en Chile, la industria minera es la más importante. Como motor de la economía, su acceso al agua es de suma preocupación para el gobierno, sobre todo porque el sector ya se enfrenta a los bajos precios mundiales de las materias primas.
Sed en Santiago
Pero las regiones centrales más templadas de Chile no son inmunes a la escasez de agua. La capital depende en gran medida del deshielo de la Cordillera de los Andes, que es de donde se alimentan los ríos circundantes, como el Maipo y Mapocho, para satisfacer su demanda de agua.
Esta dependencia ha hecho a Santiago vulnerable a las fluctuaciones estacionales y anuales de los niveles de agua. Las inundaciones y las sequías también pueden crear escasez de agua a corto plazo en algunas áreas metropolitanas y según algunas estimaciones, la disponibilidad de agua se reducirá en un 40 % durante los próximos 50 años.
El empeoramiento del estrés hídrico intensificará la competencia entre los residentes urbanos y los productores industriales, mineros y agrícolas, por el agua chilena. De hecho, ya han comenzado a surgir signos de estrés hídrico: en 2015, una prolongada sequía redujo la producción total del país.
A medida que la situación se vuelve más nefasta, el agua está pasando a liderar el debate político en Chile. Y las condiciones climáticas que experimenta el país a causa del Cambio Climático no ayudan en nada a solventar la crisis hídrica nacional.