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miércoles, junio 7, 2023

Jardín Botánico de Bogotá, el verde mejor protegido de la capital

En él se da la conjugación del saber vegetal heredado de los sabios de la Expedición Botánica del siglo XVIII

Un recorrido por la biodiversidad del altiplano, de la mano del periodista Antonio Morales Riveira.

El Jardín Botánico José Celestino Mutis, además de ser hoy una consolidada institución científica que recoge toda la biodiversidad del altiplano y del país, es el más delicioso descansadero de la capital. Del cuerpo y del espíritu.

En él se da la conjugación del saber vegetal heredado de los sabios de la Expedición Botánica del siglo XVIII, con la apropiación que hacen los bogotanos de este paraíso vegetal de 20 hectáreas con 21 ambientes y colecciones especializadas, que fundó el cura Enrique Pérez Arbeláez en el corazón geográfico de Bogotá. Hoy ha entrado en un proceso multidisciplinario, de la mano de la hipermodernidad.

Pero para fundirse con la colcha verde que hojea a Bogotá desde el Bosque Popular, hay que entrar en armonía con esa joya capitalina llena de sensaciones, olores y sueños, en un recorrido antojadizo y a mano alzada por los caminos fértiles del JBB.

Los pasos van de la mano de las texturas de la biodiversidad, se adentran en el mundo de las orquídeas, voluptuosas o diminutas preciosuras. Conducen al bosque andino de niebla donde los toches son toches, el ciclo del agua culebrea en la cascada y les da paso a los pastales donde las palmas de cera añaden la nación.

Se abre la página del romántico rosedal y al fondo el señor yarumo, amigos de las hormigas, con su plata vegetal, otea la calle 63.

Se adentra en el tropicario, evocando mares, cordilleras, sabanas y selvas. Aparece la catleya buscando el sol arrugado, el cacho de venado, los quiches, la flor drácula, el chusque de los cercados muiscas cuando esta sabana era un gran humedal. Vienen las sábilas curativas, la azul para el cáncer, la llama y el camarón, el anturio. En medio del invernadero se calienta la vida de las sabanas, ya las flores son hojas en este psicotrópico alucinado y repentino. La iguana mira desde la esquina de vidrio, el árbol del corcho sugiere una botánica económica.

La selva húmeda tropical acuna la regia Victoria, la pequeña Amazonía palpa el cielo fiel a su búsqueda insaciable de Sue, el mundo se calienta, el agua se atibia. La anaconda es un tronco de lianas, la ceiba diosa del doncel pretende reventar sus límites.

Cambio brutal, como la propia geografía vertical, y se entra de lleno en el desierto. Una mini Guajira brota con esfuerzo entre pencas y sábilas y rastreros rastrojos rojos. El país pesa de la mejor manera, como quien lleva el fardo de las épocas y las generaciones. Todo se reproduce, hasta las ganas.

Afuera, al aire libre, un viejo magnolio tiene cosas que decir. Más bosques, un guayabo triste mira desde Guaduas. Una palma ‘boba’ conversa con los dinosaurios.

De lejos el jardín herbal; huele a medicinas sin laboratorio. Ruda para la buena suerte. ¡Que la ruda te acompañe! De solo oler algo se sana. Capuchino, manzanilla, paico, salvia, guasca. Hambre de vida. Vigor y fuerza sostenibles. Santa María para las heridas de la piel y las de más adentro…

El páramo anhela más agua. Ya los bebés frailejón crecen en un vivero, niños traídos de las alturas de Güicán, que deberán aclimatarse y llenar sus orejas del abrigo de sus vellos prehistóricos.

El humedal es igual al penacho del Zipa de Bacatá. Los patos trazan destinos inciertos en el agua. Los huertos y los frutales conviven con la datura, el poderoso y tremendo cacao sabanero, depositario de un mundo alucinado de tanto verse a sí mismo. Y todo ello rodeado por el bosque andino de nuestra infancia en el altiplano.

El Jardín Botánico cuenta con un Plan Educativo Institucional y avanza en la asesoría ambiental de 125 colegios públicos de la ciudad. El Jardín tiene un sólido programa de Interpretación Ambiental dirigido a los visitantes para el reconocimiento de la flora y sus características. En las relaciones arte y naturaleza a través del programa cultural se acoge la música, la danza y las artes plásticas en torno a la naturaleza.

Hay procesos de capacitación con población vulnerable como madres cabeza de familia. De la educación ambiental de las nuevas generaciones dependerá la conservación de nuestros ecosistemas…

El área de Investigación trabaja para conocer y restaurar los ecosistemas estratégicos de la ciudad, como los humedales, los bosques que conforman los cerros tutelares de Bogotá, los páramos asociados y los ambientes secos.

Igualmente se dedica al inventario de especies útiles y potenciales en Bogotá y sus alrededores y avanza en la construcción de un conocimiento propio de la biodiversidad en las áreas de transición urbano rural. Este programa es un esfuerzo por salvaguardar el conocimiento tradicional y de enriquecerse con su ruralidad.

El área científica mantiene 3.000 especies vegetales vivas.
Específicamente se labora en la investigación para el mejoramiento de las áreas verdes de Bogotá y la incorporación de nuevas tendencias ambientales para grandes urbes, como fachadas verdes, los techos verdes y las nuevas tecnologías de la agricultura urbana.

El programa de Investigación social está dirigido especialmente a habitantes de rondas de ríos, población de los bordes urbano-rurales y comunidad

http://m.eltiempo.com/ – PNUMA – ECOticias.com

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