Benirràs es una pequeña cala situada entre acantilados y colinas coronados de pinos, en el
municipio de Sant Joan de Labritja. El lugar se ha hecho conocido por los grupos que tocan
tambores al caer el sol. Este espíritu “hippie” fue interrumpido por un incendio provocado,
según las autoridades, por una negligencia en una cueva cercana a la zona de aparcamientos.
Si bien se ha podido controlar, que no es lo mismo que extinguir, desde el domingo se han
quemado más de 350 ha de superficie, principalmente boscosa. Las tareas se han visto
dificultadas por los cambios del viento, el tipo de terreno, las pendientes, la vegetación, las
altas temperaturas y la baja humedad.
Las áreas quemadas pierden mucho valor paisajístico, pero es un hecho que en los
ecosistemas mediterráneos el fuego ha modelado el paisaje. Muchas especies se han adaptado
y han generado defensas naturales contra los incendios: el alcornoque presenta una corteza
muy gruesa y aislante, el roble tiene gran capacidad de rebrote, otras especies desarrollan
raíces profundas o tienen semillas con cubiertas duras. Incluso especies como el pino blanco,
rico en resinas, dependen del fuego para su propagación y suelen ser los primeros
colonizadores del espacio quemado. Cuando llegan a una determinada altura crean
condiciones para que nuevas especies puedan crecer.
De cualquier manera, la naturaleza está preparada para defenderse ante los incendios
naturales, pero no tiene la suficiente capacidad de respuesta ante los incendios causados por
el hombre y las consecuencias pueden ser devastadoras. Los daños provocados por los
incendios se suelen medir en términos de la población, sobre todo si hay pérdidas de vidas o
si las personas sufren quemaduras o inhalan humo. Además, se toma en cuenta la pérdida
económica que se origina al quemarse edificaciones y afectarse las actividades productivas.
Se consideran los bienes, pero muchas veces se dejan de lado los elementos que conforman
los ecosistemas y sus funciones:
– El suelo -Los cambios más significativos se producen en el suelo, el cual, a causa del
calor, pierde humedad y materia orgánica, lo que ocasiona cambios químicos y
biológicos. Estructuralmente se vuelve poco cohesionado, lo que aumenta el riesgo de
erosión, un riesgo que se incrementa con la llegada de las lluvias, que pueden originar
avenidas y riadas.
– La atmósfera – Los incendios emiten humos que, como pudimos ver en el reciente caso
de Rusia, pueden llegar a las ciudades afectando la visibilidad y la respiración de las
personas. Por otro lado se emiten gases de efecto invernadero.
– El agua – El agua de las cuencas incendiadas recibe cenizas, se enturbia y no deja pasar
la luz del sol, alterando la fotosíntesis de las plantas acuáticas. Las partículas sólidas
en suspensión también provocan alteraciones en el sistema respiratorio de la fauna
acuática. Como al suelo le tomará un tiempo recuperar su humedad, los acuíferos
tardarán más en llenarse.
– La flora – Un incendio no sólo elimina y daña visiblemente a las plantas. El aumento del
pH (el suelo pierde la acidez que aporta la materia orgánica) dificulta el desarrollo de
algunas especies, los residuos muertos son focos de enfermedades y plagas y la pérdida
de cobertura hace que se alteren los ciclos hídricos de evaporación y transpiración, lo
que reduce localmente las precipitaciones. Además, sin la protección de los árboles, los
rayos del sol llegan más rápido a la tierra y se pierde una barrera de contención de
vientos.
– La fauna – Los animales pierden fuentes de alimento y refugios. Muchos huyen,
haciendo que se rompa el equilibrio de los ecosistemas. Las especies que se mueven
lentamente mueren. Se ven especialmente afectados los reptiles y anfibios, que son
muy vulnerables ante el calor.
Los daños sobre la naturaleza, el paisaje y la biodiversidad son muy grandes y no todas las
aves son como el fénix. Ahora la zona debe ser limpiada para poder volver a ser reforestada,
pero no será tan sencillo. Desde las diversas entidades especializadas en Medio Ambiente de
Ses Illes se ha confirmado que los pinos tardarán al menos 15 años en llegar a los 2 metros de
altura, y 20 años si queremos volver a ver la zona natural protegida tal y como estaba.
Y mientras tanto los habitantes de Benirràs ya han vuelto a sus casas, y los turistas han
regresado a las playas. Los tambores suenan y seguirán sonando cuando se pone el sol.

















