Los incendios forestales en la región del Cantábrico representan una amenaza significativa para el oso pardo, una especie en peligro de extinción que habita en esta área. Estos incendios, provocados en ocasiones por actividades humanas o por condiciones climáticas extremas, destruyen vastas áreas de su hábitat natural, afectando directamente su supervivencia y conservación.
Además, los incendios generan un impacto psicológico y fisiológico en los osos. El humo y las llamas causan estrés, y en algunos casos, los osos huyen de sus áreas habituales, lo que los expone a peligros adicionales como atropellos o conflictos con humanos. Las crías, especialmente vulnerables, pueden quedar huérfanas o desplazadas, dificultando su supervivencia futura.
El oso pardo, otra víctima de los graves incendios de este mes
Arden los Picos de Europa, arde Somiedo y el norte de León. El hábitat del oso pardo, especie emblemática de la fauna ibérica y uno de los mayores casos de éxito en la recuperación de una especie en nuestro país, se ha visto gravemente afectado por los incendios que este agosto han arrasado el norte y noroeste de la península. «Se han calcinado extensiones muy amplias de áreas críticas para el oso, tanto desde el punto de vista de la alimentación como del refugio», explican ecologistas en defensa de este animal.
Organizaciones que prevén llevar a cabo en las próximas semanas un análisis sobre el terreno del alcance de la destrucción, ya que muchos de los focos siguen activos y aún es pronto para hacer balance. En este sentido, confían en que no haya muerto abrasado ningún ejemplar, ya que es una especie con mucha capacidad para moverse y marcharse con rapidez. Sin embargo, admiten que estos incendios de repente avanzan muy deprisa y pueden rodear una zona rocosa donde estén encamados.
Historia de éxito en la conservación de este animal clave de la escena ibérica
En España hay unos 370 ejemplares de osos en la zona cantábrica, según el último censo elaborado en 2020 por las autonomías (Cantabria, Asturias, Castilla y León y Galicia) en las que habita la especie, que ha conseguido pasar de estar en peligro crítico de extinción al siguiente nivel (peligro de extinción), y que ahora avanza hacia la categoría de vulnerable.
La especie llegó a estar al borde de la extinción entre los 80 y 90, con apenas 50 o 60 ejemplares repartidos entre dos pequeñas poblaciones incomunicadas, la occidental y la oriental. Sin embargo, la tarea conjunta de administraciones y organizaciones conservacionistas como la FOP consiguieron cambiar la percepción social de este plantígrado y recuperar su presencia en parte del territorio que antes había ocupado.
Los incendios han tenido un impacto muy grande en hábitats de alto valor ecológico para la presencia del oso pardo o del urogallo, un ave más amenazada que el oso, en peligro crítico de extinción, y de la que quedan apenas unas decenas de ejemplares.
Un hábitat que necesita 15 años para recuperarse
Además, preocupa también la intensidad del fuego que ha azotado España estas semanas, ya que alcanza temperaturas muy elevadas, lo que destruye totalmente el suelo y hace que la recuperación espontánea de estos ecosistemas sea muchísimo más lenta. El hábitat de especies como el oso pardo o el urogallo necesita «entre siete y 15 años» para recomponerse, tal y como apunta el biólogo y experto en fauna asturiana Carlos Nores. «Nos encontramos en una situación grave para la conservación de estas especies que ha costado mucho sacarlas adelante».
Un punto a favor de la especie es su «capacidad de movimiento alta» de la especie: las salidas de campeo de las osas están en el orden de decenas de kilómetros y de centenares en el caso de los machos, detalla Palomero. Cree que las hembras de crías pueden buscar territorios con «suficiente calidad» para sacar adelante a sus camadas en las proximidades de lo quemado, donde «seguirá habiendo hábitats de calidad».
Esos posibles desplazamientos se van a poder analizar en colaboración con la Junta de Castilla y León y el Principado de Asturias, tiene geolocalizados varios ejemplares que, aprovechando cuando se acercan a los núcleos de población, son marcados con collares emisores u otros mecanismos de seguimiento.
Si se acercan a los pueblos…
No se teme tanto un impacto a corto plazo, precisamente por esa capacidad del mamífero de huir, sino a medio. Se han quemado, por ejemplo, los hormigueros, fuente de proteína clave en la dieta de los osos, y pasarán años hasta que vuelvan a crecer especies productoras de frutos, como las encinas, los cerezos o los robles, de las que se alimentan en gran parte estos animales.
Esto puede provocar que los osos busquen alimento en basuras y frutales más cercanos a las zonas pobladas, como se ha visto estos días en Somiedo, generando «molestias y malestar entre la gente», según los ecologistas. En este sentido, lamentan que en Asturias «la estructura de gestión ambiental no existe», siendo esta comunidad «una región con una biodiversidad fabulosa, de lo mejor de Europa». «No hay en estos momentos una estructura política que cuide de la naturaleza asturiana, que cuide de los osos. La conservación de los espacios protegidos depende de bomberos», señala.
El fuego ha quemado ya el 3,6% del área de distribución del oso en la cordillera Cantábrica. Entre los lugares más afectados está Somiedo, un espacio vital para la conservación del oso en España, y uno de los lugares más frecuentados para avistarlos. Es el primer parque natural de la historia de Asturias y es también Reserva de la Biosfera por la Unesco desde el año 2000.
Los incendios —el más grande de ellos el de Genestoso— han quemado más de 5.000 hectáreas tanto dentro como fuera del parque, aunque aún se trata de datos provisionales y se desconoce el impacto real en las zonas de mayor valor natural. Algo más al sur, en León, el incendio de Anllares del Sil ha calcinado otras 7.000 hectáreas y se expande también por Degaña, el foco que más preocupa actualmente en Asturias.
También se ha quemado parte de los Picos de Europa, otro espacio emblemático de la biodiversidad en nuestro país —fue el primer Parque Nacional, creado en 1918—, y con población de oso. Allí han ardido unas 1.400 hectáreas en el incendio de Caín de Valdeón, en el corazón del espacio protegido, y 22.000 en la vertiente leonesa, en el foco de Boca de Huérgano —en el que ya es uno de los peores incendios de España desde que hay registros—.
El urogallo, en una situación aún más «crítica» que la del oso pardo
Y aunque el oso es probablemente la especie más icónica de la fauna cantábrica, hay otras que preocupan a los expertos. Nores ha subrayado la pérdida de población en micromamíferos, como ratones o musarañas, que «mueren achicharrados» al no poder escapar y que tendrán además problemas para recolonizar esas áreas.
Sin embargo, ha considerado que la especie más afectada puede ser la del urogallo. Su situación ya es «crítica sin incendios»: ha vivido un declive del 90% entre 1978 y 2019, y por esta escasez sufre problemas de endogamia y falta de diversidad genética. Los incendios en Asturias, y especialmente el que ha afectado a la zona de Omaña, en León, han sido «tremendos porque han afectado a los últimos enclaves donde todavía el urogallo tiene una presencia estable», señala este ecologista, y lanza: «Esperemos que la siga teniendo».