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martes, octubre 3, 2023

La transformación de conflictos socioambientales en contextos de alta sociodiversidad

Una alta sociodiversidad no puede verse de ninguna manera como un obstáculo al desarrollo sustentable, todo lo contrario, significa tener un potencial muy grande de diferentes formas de entender, sentir y vivir el “desarrollo” que enriquecen la experiencia y las manifestaciones humanas. El reto no es generar propuestas que busquen homogeneizar a la población a productores y consumidores sino de administrar inteligentemente toda la energía cultural que está latente en una sociedad con diversas matrices culturales.

Cierto es que en sociedades plurales existen múltiples formas de entender la realidad. No solo se despliegan diversos significados, sentidos, decires y sentires sino que cada uno de los actores carga con su equipaje histórico, emocional y de valoraciones. La conflictividad surge cuando desde cualquiera de las partes se trata de imponer una única perspectiva aduciendo a razones legítimas desde su particular punto de vista e interés. El tema no está en qué tanto un actor tiene la razón sino la medida en que cada actor en la interrelación tiene la suficiente capacidad para exponer razones y entender razones.

Escenarios en los que cada uno de los actores se mantiene inmutable en su posición porque le asiste la razón no ayuda a tender puentes comunicacionales y afectivos para predisponerse a entrar en un proceso de diálogo generativo y transformador. Los insultos abiertos o encubiertos, las descalificaciones mutuas, la adopción de patrones de victimización o la posición del incomprendido, no ayudan a una relación más asertiva y empoderada. En nombre de los derechos, del interés nacional o del crecimiento económico también pueden generarse climas emocionales y  discursivos que bloquean la construcción de relaciones de confianza necesarias para entrar en un proceso deliberativo con evaluación equilibrada de posibilidades.

Cierto es que no nos encontramos en el mejor de los mundos y las ciencias políticas nos recuerdan que el tema del poder es consustancial de las sociedades. Cierto es que también en nombre del interés nacional se trata de imponer concepciones de desarrollo que no necesariamente tienen correlato con las perspectivas de los diversos actores. Por ello es legítimo, generar escenarios y condiciones que permitan entrar a la deliberación, sin que ello signifique que toda medida de fuerza es legítima. El grado de gobernabilidad democrática de una nación o de una región también puede medirse en la forma cómo nos hemos organizado para procesar nuestras diferencias sin que ello signifique afectar otros derechos para imponer solo los míos.

La cultura democrática de una sociedad también puede medirse en el grado en que la sociedad desarrolla su capacidad argumentativa y fortalece sus capacidades para la incidencia política. Todo ello implica un esfuerzo conjunto de gobernantes y de ciudadanos para institucionalizar los espacios y las prácticas de diálogo como condición para avanzar hacia una gobernabilidad democrática intercultural.

Así como no es posible que desde el concepto de Estado de Derecho se pretenda a reducir la realidad a una mirada hegemónica, tampoco en nombre de la cultura puede imponerse una visión. Por ello es que como sociedad nos hemos inventado la interculturalidad como un enfoque, herramienta y mecanismo para invitarnos a pensar como el otro, a sentir como el otro y a evaluar de manera conjunta los escenarios futuros de la dirección y consecuencias de una decisión. En un marco de sustentabilidad no solo está en juego el ahora, así como tampoco se niega la historia, sino también las consecuencias intergeneracionales incluyendo a los que en este momento no tienen voz o los que aún no han nacido. Como humanidad solidaria también tenemos responsabilidad por las futuras generaciones.

Esto es más fácil entender si dejamos de reconocernos como islas y nos sentimos como parte de un gran sistema en que se interrelacionan no solo las dimensiones naturales sino también las dimensiones económicas, sociales, psicológicas y políticas. Las decisiones que tomemos hoy o las que dejemos de tomar también tendrán influencia en el sistema presente o futuro, aún cuando actualmente no podamos percibirlo o siquiera imaginarlo. Para ello se requiere una palabra clave: coherencia.

Soluciones fáciles pueden ser levantar la voz, destruir la propiedad o criminalizar la protesta pero ello no resuelve el tema de fondo. Necesitamos una sociedad que sepa diseñar, construir e implementar plataformas o arquitecturas institucionales para que sea el diálogo el elemento central para resolver nuestras diferencias y atender nuestras legítimas preocupaciones e incluso intereses.  Sería iluso decir que no existan los intereses, porque siempre van a estar presentes, el tema es cómo aprendemos a gestionar equilibradamente esos intereses y la resultante final derive en alternativas innovadoras y respetuosas para avanzar hacia la sustentabilidad.

Promover una cultura de diálogo no es ser funcional a los grupos de poder ni tampoco haber claudicado en los principios de sensibilidad social. Devaluar el diálogo mediante prácticas dilatorias o engañosas no es responsable. Convocar al diálogo pero desprestigiarla en la práctica es antidemocrático. Necesitamos avanzar hacia una cultura dialógica con repercusiones tangibles en la prevención y transformación de conflictos. Ese es nuestro gran reto como sociedad.

ECOticias.com

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