Después del periodo de post-guerra, cuando la humanidad había salido de una de las peores etapas de su historia, el comercio empezó a aumentar a una velocidad que superaba incluso la de la producción mundial. El problema reside en la alta concentración geográfica y sectorial de dicho comercio.
Para que el proceso de globalización fuera posible, se necesitó de una liberación económica. Lo que en un principio quería ser un proceso de acercamiento entre diferentes culturas, acabó viéndose nublado por aquello que, al fin y al cabo, siempre tira más: el dinero. La producción se llevó hacia países más permisivos en cuanto a temas medioambientales y sociales. Las grandes multinacionales, se aprovecharon de los países con salarios más bajos para disminuir el precio de sus productos en el mercado y conseguir ser más competitivos, lo que evolucionó hacia una caída de los precios en el sector primario del mercado internacional.
Mientras en los países desarrollados aumentaba el consumo de productos de tecnología punta llegados desde cualquier rincón del mundo, en los menos desarrollados la dignidad de muchas familias se veía rebajada a unos límites impensables.
Un gran ejemplo de lo que está pasando, es algo tan simple como comparar el esfuerzo que tienes que hacer para comprarte un Big Mac en distintos lugares del mundo. Un hombre adulto con un trabajo estándar sin experiencia tendría que trabajar de 15 a 30 minutos para conseguirlo en la Europa del oeste, Estados Unidos o Japón; en Costa Rica o Santiago de Chile, tardaría 1 hora y 25 minutos (el triple de tiempo); y en la India, podría tardar de 3 a 4 horas en ganarse ese dinero. ¿Te imaginas tener que trabajar durante cuatro horas para comerte una hamburguesa?
Otro ejemplo muy impactante es el de la empresa Foxconn. Ésta, es una multinacional taiwanesa que se ocupa de la producción de grandes marcas como Apple. Hace unos años, unos periodistas chinos sacaron a la luz algunas cifras que dejaban entrever las condiciones en las que trabajaba el personal. Su jornada oscilaba entre 12 y 16 horas de trabajo con el tiempo de descanso justo para comer; estas horas se pagaban con un salario base de 100€ al mes, lo que obligaba a los trabajadores a realizar horas extra. Muchos llegaban al límite de horas permitidas por el gobierno chino (36 horas adicionales semanales). Las protestas sociales a nivel internacional y los suicidios por el estrés que provocaban estas condiciones, convencieron a la empresa de que subiera los salarios un pequeño porcentaje.
Como en China o en la India, la población de muchos países tercermundistas vive bajo condiciones denigrantes debido, en gran parte, a la globalización tal y como está planteada actualmente. Ahora que muchos de nosotros nos estamos viendo afectados por una crisis fruto de haber puesto a la economía como centro de nuestra atención, podemos comprender mejor lo que otros llevan viviendo desde hace más de un siglo.