Galicia podría tener la llave para descongestionar uno de los mayores nudos gordianos de la industria europea actual. Un estudio presentado por la Xunta, y avalado por la Universidade de Santiago de Compostela (USC), pone cifras a lo que hasta ahora eran estimaciones geológicas, que es que el subsuelo gallego alberga recursos minerales valorados en una horquilla que oscila entre los 25.000 y los 45.000 millones de euros.
No hablamos de minería tradicional, sino de los ingredientes básicos para la tecnología del futuro. El informe, que se ha nutrido del análisis de más de 42.800 muestras geoquímicas, revela que esta comunidad autónoma atesora 18 de los 34 materiales que la Unión Europea ha catalogado como críticos. Es decir, Galicia tiene en su patio trasero el 53% de los elementos necesarios para fabricar desde baterías de coches eléctricos hasta componentes de defensa.
El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, no ha dudado en calificar este hallazgo como una oportunidad histórica, afirmando que la comunidad registra “una de las concentraciones más valiosas de minerales críticos en todo el continente europeo, desde luego en la parte occidental”. La relevancia de este dato no es menor si consideramos el contexto geopolítico: Europa busca desesperadamente reducir su dependencia de terceros países, especialmente de China, que controla actualmente el 95% de la producción mundial de tierras raras.
Los cinco corredores estratégicos
El estudio ha permitido dibujar un mapa preciso dividido en cinco grandes áreas, denominadas técnicamente “corredores metalogenéticos”, donde se concentra esta riqueza. El primero de ellos, el eje Santiago-Touro-Lalín, se perfila como el gigante tecnológico, albergando cobre y cobalto, este último esencial para el almacenamiento de energía. Por otro lado, la zona de Cabo Ortegal-Moeche destaca por sus concentraciones de cromo y elementos del grupo del platino, con niveles que los expertos comparan ya con “yacimientos internacionales”.
Pero quizás la joya de la corona, por su singularidad, sea el corredor Penouta-Forcarei. Aquí se encuentran el tantalio y el litio. De hecho, el yacimiento de Penouta es el único en Europa con producción activa de tantalio, un metal indispensable para la electrónica de consumo, aunque su actividad se vio frenada judicialmente en 2024 por cuestiones ambientales. Completan este mapa el corredor de San Finx-Santa Comba, conocido como la histórica “cintura del wolframio” (vital en la industria pesada), y la zona de Vigo-Tui-Porriño, donde los complejos alcalinos sugieren un alto potencial en tierras raras.
El equilibrio entre riqueza y sostenibilidad
Sin embargo, transformar este potencial geológico en una realidad económica no es un proceso automático ni exento de fricciones. La conselleira de Industria, María Jesús Lorenzana, ha dejado claro que la intención del gobierno autonómico es ser “proactiva” para facilitar la investigación, pero ha matizado que el hallazgo de recursos “no quiere decir que automáticamente la mina pueda ser explotada”. La sombra de la contestación social y los estrictos requisitos medioambientales planean sobre proyectos como el de Touro o la mencionada paralización de Penouta.
La estrategia planteada busca un equilibrio delicado. Por un lado, la Ley Europea de Materias Primas Críticas exige que para 2030 al menos el 10% del consumo de estos materiales provenga de extracción europea. Por otro, la Xunta promete una “tramitación escrupulosa” para garantizar que cualquier explotación sea sostenible y respete la calidad hídrica y ambiental del entorno. La previsión es que los nuevos permisos de explotación comiencen a gestionarse en 2026, priorizando sustancias como el litio y el wolframio.
Galicia, que ya aporta el 9,5% de la producción minera nacional y es la segunda comunidad en empleo dentro del sector, se enfrenta a un escenario complejo. El reto no es solo extraer la riqueza, sino hacerlo encajando las piezas de un puzle donde convergen la presión de Bruselas por la soberanía industrial, la protección del patrimonio natural y los intereses de las comunidades locales. Lo que es innegable es que, bajo los montes gallegos, descansa un capital estratégico que podría redefinir el papel de España en la economía verde global.













