Pero es muy posible que si supieran que tienen mejores opciones no escogerían las soluciones menos “rentables” para su bienestar a medio y largo plazo. Quizá los drogadictos sean, muy a menudo, personas con un desfavorable desequilibrio entre sus circunstancias inmediatas y sus posibilidades para superarlas.
La Vida es un valle de lágrimas”. Así se expresa popularmente la idea de que, demasiado a menudo, nuestra existencia puede resultar excesivamente dura. Pero incluso para algunos de aquellos que no enfrentan problemas significativos, percibir que su vida carece de sentido o propósito… les puede producir una similar angustia. Unos y otros pueden sentirse empujados por el dolor psíquico a evadirse de su “insoportable realidad” particular, y muy a menudo lo hacen buscando algo que ocupe sus mentes de un modo absoluto, aunque sea por breves períodos de tiempo. Algunos de estos estímulos pueden ser drogas, entendidas como sustancias psicoactivas, otras veces pueden ser ciertas actividades, que a menudo derivan en comportamientos compulsivos, causados por la adicción al placer que producen -al menos originalmente-, ya sean los juegos de azar, las compras compulsivas, la pornografía o el sexo indiscriminado, por poner solo unos pocos ejemplos.
Pero es muy posible que si supieran que tienen mejores opciones no escogerían las soluciones menos “rentables” para su bienestar a medio y largo plazo. Quizá los drogadictos sean, muy a menudo, personas con un desfavorable desequilibrio entre sus circunstancias inmediatas y sus posibilidades para superarlas. O quizá quienes caen en el uso de sustancias -o comportamientos- adictivos lo hagan porque no saben cómo su propio cerebro puede hacerles la vida más llevadera, produciendo las sustancias generadoras de placer de un modo más estable y continuado (siempre que puedan disfrutar de las condiciones propicias para ello, claro).
“LA CULPA ES DE LAS VÍCTIMAS”
Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Antes de lapidar (verbalmente) a ningún drogadicto, deberíamos admitir que todos somos adictos, en mayor o menor medida, a sustancias o comportamientos placenteros. El problema no es tanto -diría- el uso ocasional de éstos, sino la incapacidad de controlar su consumo. Si uno es incapaz de estar un día sin fumar un solo cigarro, o una semana sin tomar una cerveza, quizá también podría considerarse drogadicto, aunque las normas sociales y la ley digan que el consumo “moderado” de alcohol o cigarrillos es aceptable. Lo mismo podríamos decir del café, el azúcar o la comida basura (chatarra o “fast food”) en general.
En el caso de las adicciones “sin sustancias” los efectos pueden ser, en ciertos casos, igual o más graves: la ludopatía ha destrozado la vida de muchos individuos y familias; los videojuegos y la pornografía, en combinación, podrían estar produciendo una verdadera crisis en el desarrollo de los adolescentes varones. El Dr. Philip Zimbardo, de la universidad de Stanford, afirma que este fenómeno relativamente nuevo está afectando a la mente de los hombres jóvenes. Según él, “… el problema no está en el número de horas que juegan, sino en los cambios psicológicos en la forma de pensar”. Y continúa: “Esto empieza a cambiar la función cerebral. Está cambiando el centro de recompensa del cerebro, y produce una especie de excitación y adicción… Lo que estoy diciendo es que los cerebros de estos muchachos están siendo reprogramados digitalmente”.
Pero esto de las adicciones, con o sin sustancia, no es un fenómeno reciente. Hace un siglo, los ricos europeos consumían una variedad de drogas -hoy consideradas duras- para doparse por puro placer. El “problema” se percibió cuando la “clase proletaria” también se interesó por estas sustancias, preocupando a las élites por la pérdida de productividad por el uso de estas nuevas sustancias. Aventurándome un poco, creo que esto podría explicar por qué a día de hoy una droga estimulante como el tabaco sea legal en todo el mundo y, en cambio, la marihuana, de efectos relajantes y que no parecía ser mucho más dañina que el tabaco, sea ilegal en la mayoría de países y esté solo empezando a aceptarse su uso terapéutico. También lo explicaría que la marihuana se pueda cultivar en el balcón de casa.
DESEQUILIBRIO MUY ESTABLE
En cualquier caso, el uso de drogas, ya sean estimulantes o recreativas, y aunque sean legales, si no es muy ocasional y controlado, no es algo que parezca merecer la pena desde un análisis riguroso de los pros y contras. De todas formas, no me atrevería ni a juzgar a las víctimas de las adicciones por una supuesta “debilidad” de carácter, ni animar a nadie a experimentar con ellas de modo lúdico (entre otras cosas porque yo no lo he hecho), pero sí me atrevo a señalar algo que parece bastante claro: que la “guerra contra las drogas” basada en su ilegalidad no puede tener éxito porque actúa únicamente sobre el lado de la oferta, pero deja intactos los verdaderos factores generadores de demanda. Mientras la demanda sea fuerte, la oferta existirá. Por otro lado, ilegalizando su consumo también se produce el efecto de encarecer el producto, por lo que se incentiva la existencia de más oferta. Por otra parte este tipo de demanda es casi insensible al precio, algo que los fumadores compulsivos y alcohólicos han demostrado durante décadas de resistencia ante las reiteradas recargas impositivas sobre el objeto de su adicción.
Pero si drogarse no vale la pena porque puede producir peligrosos efectos secundarios, adicción, síndrome de abstinencia, etc., y la gente -por lo general- lo sabe, ¿por qué sigue cayendo en las adicciones? Ésa es la pregunta, y creo que se va a aclarar a continuación.
RATAS YONKIS Y PARQUES DE ATRACCIONES
Hay algunos datos y experimentos que contradicen la hipótesis comúnmente aceptada de que es la droga, por sí sola, la que crea la adicción.
En la guerra de Vietnam, los soldados norteamericanos estuvieron sometidos a un nivel de estrés enorme: guerra de guerrillas en la jungla, enorme incertidumbre, posibilidad de morir en emboscadas repentinas, no poder fiarse de nadie entre los locales, etc.; todo ello les produjo un estado de ansiedad que llevó a muchos a tratar de evadirse mediante el consumo regular de heroína, una droga de la que se dice que es enormemente adictiva. Se calculó que un 20% de los soldados americanos la consumía, por lo que se preveía una catástrofe cuando decenas de miles de excombatientes heroinómanos volvieran a sus casas. Sin embargo, parece ser que hasta un 95% de ellos pudo dejar la heroína sin mayores problemas al integrarse a sus vidas normales, acompañados por sus familias, recuperando sus vínculos e intereses. Simplemente, dejaron de drogarse, sin acudir a rehabilitación ni presentar síntomas de síndrome de abstinencia.
Esta información acerca las verdaderas causas de la adicción a las drogas duras se empezó a conocer unos pocos años antes de acabar la guerra de Vietnam, pues un psicólogo canadiense, con la ayuda de sus colegas de la FSU de la Columbia Británica, diseñó un experimento con ratas que desafiaría las creencias acerca de la adicción. El Dr. Bruce K. Alexander diseñó una jaula para ratas de laboratorio un tanto peculiar, algo así como un parque de atracciones para los roedores, con ruedas, túneles y juegos, amplio espacio para varias ratas de ambos sexos, comida variada, etc. También puso un dispensador de agua normal y otro de una solución de morfina (un opiáceo, como la heroína). En los experimentos anteriores, que trataban de demostrar que la propia heroína causaba la adicción, las ratas estaban aisladas y no tenían ningún otro incentivo o entretenimiento que la solución de morfina, por lo que efectivamente terminaban cayendo víctimas de un consumo compulsivo de la solución adictiva, que les terminaba produciendo la muerte. Curiosamente, se interpretó que la morfina (o la heroína) era la causa única de la adicción de las ratas. En estas otras jaulas (Rat Park), “acondicionadas” para el estímulo y el bienestar de las ratas, éstas apenas bebían de la solución de morfina, y ni siquiera las más atrevidas, que la probaron ocasionalmente, cayeron en comportamientos adictivos. Curiosamente, las dos principales revistas científicas rechazaron la publicación del estudio, que contradecía la idea anterior de que los opiáceos por sí solos son la causa de la adicción, sin valorar las condiciones “ambientales”. Posteriormente la universidad donde se llevaban a cabo las investigaciones canceló la financiación de los “parques de ratas”.
PROMISCUIDAD SEXUAL Y DROGAS A DISCRECIÓN
Algunas décadas antes a la publicación de estas investigaciones, Aldous Huxley imaginó en su novela “Mundo feliz” (Brave New World), de 1931, una sociedad futura en la que el control social se ejercería muy calculadamente, sin necesidad de fuerza ni vigilancia (a diferencia de la novela “1984”, de G. Orwell, que imaginaba una vigilancia asfixiante de cada ciudadano). En la distopía de Huxley el control se mantenía con una combinación de dos estrategias:
-Inducir una “adecuada predisposición social” de los individuos mediante diseño genético y programación subconsciente
-Controlar y dosificar el placer, mediante el fomento de la promiscuidad sexual y la oferta de estímulos lúdicos y drogas legales
Las clases altas (los alfa y los beta) podían producir la mayor parte de su dopamina de forma natural, mediante el sexo libre, sin restricciones culturales ni sociales, así como toda clase de actividades recreativas más o menos estimulantes, como turismo, deportes, etc.
Los individuos de clase más baja eran los epsilon, diseñados genéticamente con una inteligencia inferior, encargados de las tareas de mantenimiento más desagradables. Estos ocupaban una situación similar a la de los esclavos africanos de las colonias europeas o los obreros de los primeros tiempos de la industrialización, no tenían ningún tipo de derecho salvo trabajar obedientemente, y, si los hubieran tenido, probablemente dispondrían de pocas energías o capacidad para disfrutarlos. Para mantenerlos pacíficamente controlados, las autoridades les administran generosamente una droga llamada soma calmando sus posibles brotes de ansiedad o rebeldía, logrando que los epsilon fueran eficientemente productivos.
MARIHUANA
Aventurándome a hacer un poco de prospección, cabría prever que conforme las sociedades futuras se vayan automatizando, y, por lo tanto, los empleos sean cada vez más escasos, la necesidad de drogas estimulantes será menor, y en cambio será mayor la de drogas relajantes, como podría ser la marihuana. Quizá por ello, en pocos años empezará a observarse cómo se dan pasos claros en la legalización de la marihuana para usos “recreativos”.
En España, según datos del Ministerio de Sanidad, un 40% de la población fuma tabaco y un 9%… marihuana, pero con un crecimiento del consumo de los derivados del cannabis entre los jóvenes, lo cual es un dato muy preocupante, pues, según leemos en el diario “El PaÍs”: “Los científicos del National Institute on Drug Abuse (NIDA) de EE.UU. alertan sobre los riesgos que el cannabis provoca en la salud mental y capacidades cognitivas de los adolescentes. La investigación Effects of Cannabis Use on Human Behavior’ señala una disminución neuropsicológica que se agrava cuanto más temprana es la edad a la que se inicia el consumo”.
LA DEPRESIÓN DE LOS “AFORTUNADOS”
Por supuesto, las circunstancias no lo son todo, pero sin duda son mucho más de lo que algunos pretenden. Pero, como casi siempre que se experimenta con ratas, cuando se trata de extrapolar los resultados al ser humano, las cosas se complican mucho.
Por ejemplo; a muchos sorprende que en demasiadas ocasiones sean las personas que viven en un “parque de atracciones”, es decir, con unas circunstancias personales aparentemente envidiables, las que arruinan o incluso deciden dar fin a sus vidas (a menudo pueden ser actores y cantantes de fama, que “caen” en las drogas). Me aventuro a adivinar que su “desafortunado” período de vida regalada, ya sea por los royalties de sus pasados trabajos (flaco favor el que les hacen los “derechos de autor” tan a largo plazo) o por la fortuna heredada, les evitó el estímulo del trabajo productivo y gratificante, a la vez que les saturó de placeres demasiado fáciles de obtener, que desequilibraron la “química de la felicidad” de sus cerebros.
EL SENTIDO DE LA VIDA
Quizá no podamos saber con absoluta certeza qué propósito tenemos en la vida, pero, aun así, cada cual puede buscarlo dentro de sí. Claro que para “escuchar” algo así hace falta un poco de “silencio”. Y eso es lo que quizá dificultan las pequeñas y grandes adicciones.
Las sustancias psicoactivas, las conductas adictivas compulsivas, como también muchas conductas “normales”… son distracciones para la mente. Las distracciones normalmente no tendrían nada especialmente negativo, pero el exceso convierte lo saludable en dañino. La felicidad “natural” podría también ser excesiva y en tal caso tampoco sería más que otra distracción que impide ver más allá de los sentidos. Como en todo, el camino del medio es síntoma de sabiduría; “suficiente pero no demasiado”. Para escuchar la voz interior conviene desintoxicar el cuerpo y vaciar la mente de deseos y fantasías placenteras, se ha de eliminar el “ruido de fondo”. La moderación y cierto estoicismo podrían ser fórmulas para prepararse a escuchar la intuición. Cierto espíritu de sacrificio, para lograr propósitos nobles a medio y largo plazo, serán fuente de grandes satisfacciones, por encima de la primaria “felicidad” de las más efímeras sensaciones placenteras.
FAST FOOD
Ante la excitación de los sentidos y los estímulos externos, frente a la atracción de una vida de alcohol, cocaína, dinero rápido, poder y velocidad; la lentitud, la serenidad y la frugalidad son valores totalmente destructivos, pero no para el individuo, claro, sino para el Sistema.
Siguiendo con la rapidez; el Fast Food (con sus grasas, potenciadores del sabor y aromas “de márketing”) aúna la adicción de los ingredientes como grasas, harinas refinadas o los dulces, a la velocidad misma, parte esencial de la “fórmula”. Ante ésta, la mejor defensa sería anteponer la calma también a la hora de comer y cocinar, idea que ha dado lugar a la aparición del sensato movimiento Slow Food.
Pero la norma es la aceleración; de ello da cuenta este dato: la Federación Española del Café apunta a que se consumen 170.000 toneladas de café verde al año, lo que equivale a 599 tazas por habitante. Un estilo de vida más sereno implicaría sustituir el café por el té. A similares concentraciones de cafeína, el té negro parece que ofrece la ventaja de la más lenta dosificación de su efecto, más prolongada, en contraste con el café, de efecto potente pero breve. El té también presenta otras sustancias que actúan sinérgicamente, haciéndolo muy efectivo como estimulante. Sin embargo, la gente suele ser más adicta al “chute” literal de cafeína, que podría compararse con el que produce la sacarosa (o azúcar), rápido pero breve: una montaña rusa para el páncreas, al que puede acabar agotando. O sea, que mejor tomar el té con poco o nada de azúcar.
AZÚCAR
Resulta llamativo que el azúcar (de caña), el café, el tabaco e incluso el cacao, son productos originarios del comercio con las colonias esclavistas, que contienen sustancias estimulantes que han creado amplia adicción entre la población de los países a donde se enviaba la producción. Sin embargo, el uso original de estas sustancias entre los pueblos indígenas no siempre era para el placer. Incluso el tabaco era considerado en América una planta sagrada, destinada a ceremonias especiales. Se fumaban hojas liadas o en pipa. Los cigarrillos de papel liado fueron una “innovación” surgida de la observación de que la gente pobre recogía restos de cigarros “puros” para liarlos en papel y fumarlos. Alguien tomaría nota de que así podrían aprovechar los restos normalmente inservibles de las hojas, así como mezclar distintos tipos y calidades, logrando que el coste por unidad de peso pudiera ser considerablemente alto en relación a la calidad y cantidad de tabaco real contenida. Más adelante, gracias al procesado industrial, podrían añadirse sustancias potenciadoras del aroma, y también de los efectos adictivos, e incluso a veces se añadirían algunas evidentemente nocivas, nunca con intención de causar daño alguno al consumidor, sino solo como otro aditivo más que mejorara las ventas.
SOLO PARA VIPS
Como las entradas a los “parques de atracciones” son escasas, es decir, que pocos van a tener la doble suerte de tener una salud perfecta de por vida y los problemas materiales resueltos, nos conviene desarrollar una cierta resistencia a los avatares de la vida; aprender a “ser fuertes”. En realidad, muchos de los sufrimientos del ciudadano moderno son evitables por tratarse de puntos de vista subjetivos, en los que se obsesionan con carencias a menudo más percibidas que reales.
Por otra parte, someterse a la tiranía de los pequeños placeres es más un problema que una solución, pues a cambio de breves momentos de felicidad sintética se pierde la capacidad de obtener momentos genuinos de bienestar y satisfacción. Algunas estrategias clarificadoras y desintoxicantes, que nos hacen más fuertes, son el ayuno y la simplicidad voluntaria, una versión light del ascetismo.
SIN LÍMITES
Hace poco vi una película en la cual todo giraba alrededor de una droga de diseño que potenciaba las capacidades del cerebro, haciendo que quienes la usaban incrementaran su capacidad mental espectacularmente, pero solo por unas horas. Con una inteligencia y memoria prodigiosas, el protagonista, que antes de encontrar la droga era un “fracasado” según los cánones habituales, se vuelve en cosa de días un “triunfador” en casi todas las áreas de la vida, aunque en el fondo seguía siendo el idiota de siempre. Porque, por supuesto, lo que no hacen las pastillas de la película (ni las de la realidad) es mejorar lo esencial de las personas. Lo que haga la gente con su vida, y la satisfacción y felicidad que experimentan, depende de factores más importantes, quizá una combinación de determinación, voluntad, estoicismo, sentido del humor e intuición.
Las drogas, como en la película, no te hacen más sabio, ni más honrado, ni -mucho menos- más feliz. Sus efectos son comparables a los fuegos artificiales: pueden llegar a ser espectaculares, pero son muy breves y salen muy caros (en el caso de las drogas, para la salud sobre todo; la salud propia y la salud de los demás).
Alberto Montiel
Sobre la química de la adicción
MECANISMOS BIOLÓGICOS
Nuestra felicidad y equilibrio psicológico se fundamenta bioquímicamente en un puñado de sustancias, entre las que la dopamina y las endorfinas son algunas de las más relevantes, pues están vinculadas con las sensaciones de placer y felicidad. La dopamina, en concreto, interviene en los mecanismos de recompensa del sistema nervioso que tienen como fin motivar las actividades que persiguen objetivos de supervivencia de la especie, como la reproducción o la alimentación, por lo que el sexo o los alimentos dulces o ricos en grasa (para acumular energía) producen placer como mecanismo biológico para “motivar” al individuo a obtenerlos.
Las drogas son sustancias químicas que procuran un “atajo” en la estimulación de la recompensa bioquímica; y las adicciones de comportamiento se explicarían por tratar de reproducir una y otra vez placeres “novedosos”, como comprar algo, ganar más dinero, o conseguir una nueva pareja. Dicho esto, la adicción a las sustancias y comportamientos compulsivos podrían explicarse por un “mal aprendizaje” de cómo generar las recompensas naturales del cerebro, o de una imposibilidad de obtenerlas, al vivir en un entorno tan degradado que no ofrezca opciones de placer ni estímulos (económicamente deprimido, violento, muy estresante, o totalmente falto de alicientes).