La agricultura y ganadería ecológica es un método de producción cuyo objetivo es obtener alimentos utilizando sustancias y procesos naturales. Por ello, la agricultura y ganadería ecológica tiende a tener un impacto medioambiental limitado, ya que promueve:
- El uso responsable de la energía y los recursos naturales.
- El mantenimiento de la biodiversidad.
- La conservación de los equilibrios ecológicos regionales.
- La mejora de la fertilidad del suelo.
- El mantenimiento de la calidad del agua.
Además, las normas de la agricultura y ganadería ecológica persiguen un alto nivel de bienestar animal y exigen de los agricultores que respeten los hábitos de conducta específicos de los animales.
Por su concepción, la normativa de la Unión Europea en materia de agricultura y ganadería ecológica proporciona una estructura bien definida para obtener productos ecológicos en toda la UE. La meta es satisfacer la demanda de productos ecológicos fiables que emana de los consumidores y garantizar, simultáneamente, un mercado equitativo para los productores, distribuidores y comercializadores.
Ahora un proyecto de agricultura y ganadería ecológica, pionero en Cáceres, ha formado a decenas de inmigrantes para permitirles regularizar su situación. La Escuela de la Tierra busca ser además un antídoto contra la despoblación y la «desvinculación» con lo rural.
Llegaron a España de forma irregular. Ahora, recogen lechugas y dan de comer a vacas y caballos en un pequeño y tranquilo pueblo de Cáceres.
Escuela de la Tierra es un proyecto de agricultura y ganadería ecológica que, en pleno debate sobre la acogida de extranjeros, y cuando la inmigración ha llegado a situarse como principal problema para los españoles, reivindica un modelo de coexistencia basado en «cuidar a la tierra y cuidar a las personas».
«En el campo cabe muchísima gente», defiende Alberto Cañedo, de la asociación Educatierra e impulsor de esta iniciativa que nació hace algo más de un año y por el que ya han pasado unas 60 personas, la mayoría marroquíes, aunque también senegaleses o argelinos. A lo largo de unos tres meses, aprenden a cultivar la tierra con técnicas de agroecología, a llevar un tractor o a hacer conservas.
Al final de ese proceso obtienen un certificado de profesionalidad con el que pueden solicitar un empleo y regularizar, al fin, su situación en España. Es el sueño de todos ellos tras pasar meses de penurias y, sobre todo, tras soportar la eterna incertidumbre que supone vivir sin papeles.
Un antídoto contra la despoblación y la «desvinculación» con la tierra
Extremadura cuenta con la misma población que hace un siglo. No sufre la pérdida de habitantes al mismo nivel que la limítrofe Castilla y León, pero «los pueblos están desvinculados de la tierra», lamenta este ganadero. Cañedo, nacido en Valladolid fruto de la diáspora extremeña, decidió volver a su tierra a los 21 años tras dejar los estudios y dedicarse al campo.
«La gente en España no quiere trabajar en el campo, yo soy el más joven que se dedica a ello en el pueblo», cuenta. «En cambio esta gente que viene de fuera sí que quiere y sabe trabajar, es la oportunidad de que este sector no se vaya al garete», sigue, rodeado de sus vacas, la mayoría de razas autóctonas y en peligro de extinción, como la berrenda en negro.
El proyecto nació a raíz de que acogieran al hijo de unos amigos, que tenía problemas familiares. «A este chaval le salvaron la vida las vacas», asegura. Tras ello, pensaron ampliar la formación a extranjeros, ya que salieron convencidos de que «el campo puede rescatar a las personas».
«Yo tengo un hijo de ocho años, no sé si querrá ser ganadero», por lo que ha buscado, ahora que peina canas, «alguien a quien traspasar estos conocimientos que hemos adquirido». Se refiere a la agroecología, una filosofía por la que no se usan químicos y se recurren a métodos tradicionales frente al modelo imperante en la actualidad, con un gran impacto en el clima y los ecosistemas. Una técnica necesaria, defiende, «porque este planeta es finito».
Múltiples problemas para regularizar su situación
Los inmigrantes solo pueden acceder a la formación tras permanecer dos años en España, y al acabar la misma se enfrentan a una especie de carrera contrarreloj. Tienen, desde entonces, tres meses para conseguir un precontrato laboral, un proceso además ralentizado por las trabas burocráticas para lograr los papeles. En caso contrario, vuelven a estar en situación irregular.
«Les estamos abocando a la caridad«, lamenta Cañedo, que denuncia un sistema que obliga a miles de inmigrantes a sufrir durante dos años el limbo de la irregularidad antes de acceder a un empleo legal. Lo que ofrecen ellos, en cambio, no es «caridad, sino solidaridad», ya que aquí no solo reciben un alojamiento, sino que también aprenden un oficio.
‘Mafias’ para trabajar en negro en el campo
Carcaboso es el primer paso en su nueva vida, donde empieza un camino que no está libre de obstáculos e incertezas. Algunos de quienes ya han acabado la formación trabajan ahora en explotaciones agrícolas o ganaderas en otras partes de España, a otros les cuesta más encontrar trabajo y permanecen más tiempo en el pueblo aunque ya se haya acabado el curso.
El idioma es la principal dificultad, señalan desde la asociación, a lo que se suman los largos plazos de espera para recibir los papeles necesarios que les permitan poder trabajar. Sin un contrato legal, vuelven a verse abocados a trabajar en negro, como ocurre muy cerca de aquí, en las plantaciones de tabaco cerca de Talayuela, uno de los municipios de España con más población marroquí.
«Hay mafias establecidas», lamenta Lorena, también trabajadora de la cooperativa. Connivencias entre empresarios españoles e intermediarios marroquíes para traer a jóvenes del país vecino y hacerles trabajar irregularmente. Todo sería más fácil con una regularización a gran escala, coinciden desde la organización, como la que ahora se negocia en el Congreso y que beneficiaría a medio millón de extranjeros.
Las autoridades miran hacia otra parte, continúa. Dejar que los imigrantes «se busquen la vida» durante dos años hasta que puedan empezar a regularizar su situación en lugar desde un inicio, permitiendo, por ejemplo, que pagaran impuestos y contribuyeran a la Seguridad Social.
‘No hay fronteras para los animales, pero sí para las personas’
Alberto Cañedo muestra, orgulloso de su explotación de agricultura y ganadería ecológica, el verde paisaje que le rodea desde el alto en el que se sitúan los terrenos de pasto de las vacas. Un «oasis», lo define, tanto para él como para los «fondos de inversión, que están viviendo porque hay agua», poniendo en apuros a quienes tienen sus terrenos alquilados y no en propiedad.
Es un oasis, continúa, a medio camino «entre la dehesa y la pradera, entre África y Europa«. «Me gusta también trabajar con personas migrantes porque hay animales que son comunes de aquí y allí, la abubilla, el abejaruco, el alimoche, animales de ida y vuelta«. Y termina con un alegato: «No hay fronteras para los animales, pero sí para las personas».