Cada año pasa lo mismo. Una gran cantidad de gente pone la mira en las vacaciones y se olvida de las responsabilidades que asumió cuando adoptó o compró a sus las mascotas. El resultado es que, luego de conocer lo que es tener un hogar y una familia, acaban en la calle o en las perreras, donde son presa del estrés y la depresión y su destino más probable es la muerte.
Ante la perspectiva de unas justas y merecidas vacaciones mucha gente hace su presupuesto pensando en el alojamiento, en las cañas que se podrán tomar en el chiringuito de la playa, las salidas a comer y cientos de cosas más, pero se olvidan de incluir un porcentaje para llevarlas consigo o para contratar a alguien que se haga cargo de sus mascotas.
Y claro, a la hora de marchar, si no se consigue con quién dejar al perrito, gatito, pajarito, tortuga o lo que sea, estos acaban siendo desechados de las maneras más cobarde: gatos y perros terminan en la calle (muchas veces atados) o en una perrera, los pájaros se sueltan y las tortugas se colocan en el primer lago que se encuentre en el camino, y que las mascotas se las arreglen como puedan.
Trágicas consecuencias
Lo que no tienen en cuenta estos “genios de la libertad” es que un pájaro que ha nacido en cautiverio y que está acostumbrado a comer una mezcla de semillas determinada, no sabrá encontrarla y acabará muriendo de hambre o en las fauces de algún depredador.
Con los conejos, tortugas, serpientes, arácnidos, hámsters, jerbos y demás, pasa exactamente lo mismo, más el agregado de que como algunos no son autóctonos, si logran adaptarse al sitio donde se los “libera”, se transforman de inmediato en especies invasoras, que desequilibran los ecosistemas locales y algunos pueden resultar hasta peligrosos.
Y qué decir de gatos y perros. Los canes, que son muy dependientes y que generan una estrechísima relación con sus dueños, sufren de una manera muy acusada el abandono. Es muy duro para ellos el cambio de la calidez de un hogar a la soledad y los peligros de la calle o la superpoblación de las perreras, donde el destino de estas fieles mascotas, es generalmente la muerte.
Se cree erróneamente que los gatos, al ser más independientes que los perros se las ingeniarán para sobrevivir en la calle. Craso error. Un felino acostumbrado a comer su pienso especial, a dormir en un sitio mullido y a ser mimado y cuidado, siente el abandono de la misma forma que un perro.
Si intenta ser parte de una colonia de callejeros, será rechazado de plano y tendrá que luchar para poder hacerse un lugar. Si está desungulado (se le extrajeron las uñas) no tiene la más mínima posibilidad. Pero aun siendo capaz de intentarlo, es difícil que lo logre y acabará muriendo de hambre, de tristeza o de las heridas recibidas.
En cuanto a dejar a un gato en una perrera, al igual que pasa con los perros, su destino más probable es el estrés y el abandono. Pero en innumerables casos, estas mascotas son presa de la angustia, por lo que dejan de comer, sufren graves trastornos de conducta y salud y acaban dejándose morir de pena.
Camadas indeseadas
Pero esto no es todo. Lamentablemente como en nuestro país la castración de los animales de compañía aún tiene sus detractores o simplemente no se hace por mera desidia, aunque haya una ley de protección Animal que obligue a ello, en verano es cuando las pariciones aumentan. Y los dueños de las madres se apresuran a repartir a las crías, sin preocuparse de si los adoptantes de estas mascotas son gente responsable y consciente. El asunto es quitarse los bebés de encima como sea.
A ello se le suma que especialmente las gatas y las perras callejeras (por falta de previsión de la mayoría de los municipios que deberían ocuparse castrarlas), están en plena época de tener sus camadas, por lo que suelen aparecer cachorros por doquier. Y muchos de los que están de vacaciones en plan relax y felicidad, se encuentra un cachorrillo indefenso y amoroso y se lo lleva a casa.
El problema es que terminadas las vacaciones, cuando los animalitos ya se acostumbraron a los mimos, al confort y a la seguridad que para ellos representa tener una familia, se dan cuenta de que en el piso no aceptan mascotas o que la abuela es alérgica o que no van a poder mantenerlo y el cachorrito adorable acaba donde empezó: en la calle.
Lo que falla es la Responsabilidad
Adoptar mascotas no importa si es un mamífero, ave, insecto, roedor o reptil requiere una reflexión previa importante, porque hablamos de vidas que estarán bajo nuestra responsabilidad durante muchos años (una tortuga puede vivir un siglo).
Y cuando llegan las vacaciones es fundamental planificarlas tomando en cuenta que en nuestro hogar también hay un miembro “no humano” y que hay infinidad de opciones para ellos, desde hoteles y casas de veraneo que aceptan mascotas, hasta residencias en las que dejarlos mientras estamos veraneando.
Parece inconcebible que alguien dé su cariño a un animal y luego tenga el desapego de abandonarlo como si fuera un trasto más, del que hay que deshacerse porque genera problemas. Pero lamentablemente es algo que sigue sucediendo y para combatirlo hace falta educación y conciencia animalista.
Desde estas páginas hacemos un llamamiento a la concienciación y la responsabilidad. Las mascotas no piden ser adoptadas o compradas, por lo tanto, una vez que es acogido en el seno de una familia, no merecen ser abandonados bajo ningún concepto.