Los focos se multiplican en Castilla y León, Extremadura y Galicia alimentados por la larga ola de calor. A ello hay que sumarle que la lluviosa primavera generó más cantidad de vegetación, que en cuando se seca se convierte en el combustible ideal para el fuego.
Además, las olas de calor que el cambio climático fomenta y promueve se han cebado con la península, dejándonos 16 largos días de temperaturas agobiantes, que solo sirvieron para avivar las llamas de los incendios forestales y para dificultar las actividades de extinción.
Cambio climático: debemos modificar nuestra gestión forestal
Aunque los incendios han acompañado al ser humano desde hace miles de años, el cambio climático ha exacerbado su intensidad y su peligrosidad, como se ha visto en las últimas semanas con los graves fuegos que han calcinado especialmente el noroeste peninsular.
La crisis climática no es la única causa, pero desde luego es un acelerador que convierte muchos de los incendios que tenemos en extremos e inapagables, como vemos estos días, asegura Jorge Aguado.
En la misma línea se pronuncia Cristina Santín, investigadora del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (CSIC-Universidad de Oviedo-Principado de Asturias) y especialista en incendios, quien señala que el cambio climático es «un factor predominante» en fuegos destructivos como los actuales. Un ingrediente más del cóctel explosivo que, junto a otros como la acumulación de vegetación, explican la actual situación catastrófica.
Los datos respaldan esta tesis: según un estudio publicado en la revista Nature en 2024, el número y la intensidad de los incendios forestales más extremos de la Tierra se han duplicado en las dos últimas décadas, y los seis años más extremos se han dado desde 2017.
Mayor cantidad de biomasa seca
Pero, ¿de qué manera influye el calentamiento global por el cambio climático en los incendios? Este fenómeno hace más frecuentes, largas e intensas las olas de calor como la que hemos vivido este agosto, una de las más extensas desde que hay registros, y que explican en gran medida los fuegos.
«Para que la vegetación queme tiene que estar seca», algo que ocurre tras periodos de temperaturas muy elevadas y de falta de precipitación durante meses. Incluso aunque no haya un largo periodo de sequía hidrológica, el calor extremo que ha hecho este mes seca rápidamente las plantas en lo que se conoce como «sequía térmica» o sequía flash.
El panel de expertos de la ONU sobre cambio climático, el IPCC, confirmó en su último informe que el calentamiento global provoca una mayor frecuencia de las olas de calor y sequías simultáneas a escala global, que son las condiciones meteorológicas favorables para la ocurrencia de incendios forestales.
Además, los incendios suponen un «círculo vicioso climático». Emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero, que a su vez aceleran el cambio climático y por tanto provocan más fuegos. Basta echar un vistazo al gráfico de emisiones provocadas por los incendios que recoge el servicio europeo de observación Copernicus: en apenas unos días 2025 ha pasado de estar por debajo de la media en cuantos estas emisiones a ser el peor año en dos décadas.
La cuestión se ha convertido en un caballo de batalla en la política española, después de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, propusiera un pacto de Estado contra la emergencia climática a raíz de los fuegos. Desde el PP lo han rechazado tildándolo de «ideología». No seré yo quien niegue el cambio climático, pero la mayoría de estos incendios han sido provocados, señaló el miércoles el vicesecretario de Política Autonómica y Municipal del PP, Elías Bendodo.
Abandono del medio rural
Los expertos coinciden en que, más allá del cambio climático, hay otros factores en juego. La raíz del problema está en que durante las últimas décadas, por abandono de la actividad rural, de la agricultura, la ganadería y la gestión forestal, se ha acumulado una gran cantidad de vegetación y de combustible incontrolado que ahora está disponible, señala Fernando Pulido, catedrático de la Universidad de Extremadura y director del Proyecto Mosaico para el estudio de la prevención de incendios.
Coincide con opiniones de las organizaciones ecologistas, quienes creen que a la crisis debida al cambio climático se suma otra territorial y de falta de gestión forestal y del paisaje. En España hay una acumulación de biomasa que se estima en 30 millones de metros cúbicos de madera que no estamos extrayendo, perdiendo la oportunidad de crear empleo rural, local y no tener que traer la madera de terceros países.
Además, cada vez hay más bosques degradados que necesitan de procesos de restauración para reducir el riesgo de incendio, a lo que se suma una deficiente ordenación forestal, ya que el 77% de los montes carece de planes de ordenación.
Políticas de gestión territorial
No es casualidad que los incendios se hayan concentrado en el triángulo de la despoblación del noroeste de España —Ourense, León o Zamora son algunas de las provincias que más población pierden—, una zona acechada desde hace cerca de medio siglo por el abandono rural y de los usos tradicionales del monte.
Allí, en lo que antes eran cultivos y pastos, conformando «paisajes mosaico» o «paisajes cortafuegos», la naturaleza está volviendo a tomar lo que era suyo. La masa forestal ha crecido imparable en España en las últimas décadas, de cerca de 12 millones de hectáreas en 1975 a 19 millones en 2022, lo que representa el 37% del territorio nacional. Nuestro país es el segundo más boscoso de la UE, solo por detrás de Suecia.
Tenemos la España más verde del último siglo y por tanto más susceptible de arder debido al cambio climático. Ha crecido la continuidad forestal, creándose «masas homogéneas» por las que el fuego tiene «más fácil avanzar» y se dificulta su extinción.
Los ecologistas abogan por potenciar estos «paisajes mosaico» para romper la continuidad del bosque. La organización ha trabajado en proyectos para recuperar cultivos o pastoreo tradicional en zonas afectadas por incendios como el de Corte de Pallás, en Valencia, en 2012.
Nueva normalidad en los incendios
Sin embargo, no podemos volver a los años 50 dado que la mayor parte de la población vive en zonas urbanas y tanto la sociedad como la economía han cambiado radicalmente. Por supuesto que hay que incentivar los usos tradicionales y los paisajes en mosaico, pero no lo vamos a poder hacer en todo el territorio.
Entonces tenemos que entender cuáles son las zonas que tenemos que priorizar y gestionar. Por las condiciones climáticas y de acumulación de vegetación, estamos en una nueva normalidad en cuanto a incendios forestales, recuerda, y aunque se puede y se debe avanzar mucho en prevención,no va a haber un riesgo cero.
Así, se debe tratar de que los fuegos lleguen lo menos posible, pero que cuando lleguen, porque van a llegar, tengan el menor impacto posible en la sociedad. Esto pasa por mejorar la gestión forestal en algunos puntos —con podas, quemas controladas o clareos—, especialmente aquellos cercanos a los lugares habitados, pero no es posible por recursos llegar a todas. Esto es muy duro decirlo, pero otras zonas tenemos que asumir que seguramente se van a quemar, igual no ahora, ni el año que viene, pero sí dentro de diez años.
Además, el clima mediterráneo es proclive a los incendios y los ecosistemas necesitan del fuego para regenerarse. De hecho, en países como Canadá, Australia o Estados Unidos, algunos incendios se dejan quemar con este fin, y también se ha ensayado en Cataluña. El problema es que en Europa la densidad de población es tan grande que hay mayor probabilidad de que afecten a poblaciones humanas, puntualiza.
Educar y prevenir frente al cambio climático
Más de la mitad de los siniestros se producen de forma intencionada, según datos del Ministerio de Transición Ecológica correspondientes al decenio 2006-2015, y la cifra crece hasta el 68% en el noroeste peninsular, la zona más afectada por esta oleada de incendios. Pero, en contra de lo que comúnmente se cree, los fuegos provocados por pirómanos solo representan una ínfima parte, apenas un 3,7% del total de siniestros, según los datos del decenio de 2006 a 2015 del Miteco.
En su lugar, la mayoría se debe a quemas agrícolas, eliminación de matorral y conflictos sociales en el medio rural, ya sea entre vecinos o entre estos y la administración. Por ello, aboga por la prevención social: trabajar con los habitantes del territorio para conocer cuáles son sus problemas reales, algo que se ha puesto en práctica en Castilla y León con el Plan 42 de prevención, implantado en 2002.
En todo caso, la lucha contra el cambio climático es crucial a la hora de abordar los incendios. Y esta implica tanto la mitigación o reducción de emisiones, como la adaptación a sus efectos, trágicamente visibles estas semanas en España.
Hace años que los expertos están advirtiendo que la nueva Normalidad pasaría por olas de calor, incendios y fenómenos climáticos extremos, pero recién ahora se están comenzando a planificar medidas, cuando en realidad deberíamos estar más que preparados para la que se nos viene, porque advertidos ya estábamos. ECOticias.com