Urge un sistema de resiliencia global. El cambio climático está causando una destrucción cada vez más severa y frecuente en todo el mundo. Esta situación obliga a la urgente consolidación de la infraestructura energética, especialmente en los pequeños estados insulares en desarrollo. Que muy a menudo están ubicados “en el ojo de la tormenta”.
Pobres, vapuleados e indefensos
Estos países representan más del 60% de las naciones más afectadas por desastres. Con pérdidas de hasta el 9% del PIB. Las lluvias y los fuertes vientos cada vez causan más estragos en las naciones insulares. Y privan a sus residentes de servicios esenciales como la electricidad o el agua.
Expuestos a los huracanes, las dificultades que afectan a los sistemas básicos de estos países se agravan cada vez más. Porque son incapaces de soportar otros eventos climáticos extremos: terremotos, incendios, tormentas de nieve o aumento del nivel del mar. Sin estos servicios esenciales, se resiente el resto del sistema.
Por un lado, los hospitales son incapaces de dar servicios mínimos que podrían salvar vidas o para mantener una temperatura adecuada para ciertos medicamentos. Pero también se resiente el mercado de alimentos, puesto que pueden perderse reservas y cosechas. Y los habitantes se ven obligados a vivir en la oscuridad, sin poder usar ni una estufa o un ventilador. Es una situación límite en la que la vida se detiene, literalmente.
El hombre no puede controlar la ocurrencia de huracanes, tormentas o terremotos, pero puede anticiparse a ellos. De esta manera sería capaz de prepararse. No solo para enfrentarlos poco antes de que ocurran, sino para estar preparados a la hora de solventar las dificultades que los mismos entrañan. Y lograr una repuesta y una recuperación rápidas y eficaces.
Ante los desastres naturales, la mejor solución para anticipar y planificar el restablecimiento de la normalidad es contar con un sólido plan de respuesta a emergencias. El mismo debe ir acompañado de inversiones estratégicas que puedan reducir los tiempos de recuperación y limitar el impacto de estos desastres destructivos.
Solos no pueden conseguirlo
Por los países más vulnerables vienen exigiendo hace ya mucho que los más poderosos se comprometan de forma seria a ayudarlos. Y no es una limosna lo que piden, sino la justa compensación por las consecuencias de la emisión desaforada de gases de efecto invernadero. Que son los principales causantes del calentamiento global.
Hay una mínima parte de la población mundial que vive como si no hubiera un mañana. Despilfarra alimentos, electricidad y recursos y contamina el medio ambiente del resto del planeta consumiendo voraz y destructivamente. Y los demás, que son mayoría, sufren a causa de su negligencia, ambición y modo de vida.
Por tanto, es justo que quienes más contaminan sean los que paguen los platos rotos, de una vez por todas. Pero deberían comenzar a hacerlo de verdad y apostar por la resiliencia. Porque el resto del mundo ya no cree en sus promesas ni en los papelotes que firman en las COP del Clima ni de la Biodiversidad ni de nada. Quieren hechos, porque de palabras ya van sobrados. Urge un sistema de resiliencia global.