En este sentido, los ecosistemas cuyo funcionamiento ha sido ampliamente estudiado se corresponden con zonas templadas (Norteamérica y Europa Central). Por el contrario, el papel de las regiones áridas ha sido hasta hace muy poco ignorado, a pesar de que varios estudios han demostrado su gran influencia en la variabilidad del balance global de carbono (C).
Un estudio realizado sobre zonas áridas determina que en los suelos de esta categoría en el sureste de España hay grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) acumulados en el subsuelo y que en determinados momentos pasan a la atmósfera por el proceso de ventilación, lo que provoca emisiones adicionales de CO2.
Durante las últimas décadas, multitud de investigaciones se han centrado en el intercambio de gases efecto invernadero (GEI) entre la atmósfera y la biosfera, especialmente en el intercambio de dióxido de carbono (CO2), el GEI que más ha aumentado en la atmósfera. Un tercio de las emisiones de CO2 debidas a la actividad humana son absorbidas por ecosistemas terrestres, como por ejemplo, la tundra, los bosques, las selvas tropicales, los humedales o los desiertos: por tanto, cualquier perturbación en estos ecosistemas puede ser crucial en un contexto de cambio climático.
En este sentido, los ecosistemas cuyo funcionamiento ha sido ampliamente estudiado se corresponden con zonas templadas (Norteamérica y Europa Central). Por el contrario, el papel de las regiones áridas ha sido hasta hace muy poco ignorado, a pesar de que varios estudios han demostrado su gran influencia en la variabilidad del balance global de carbono (C).
En este sentido, el estudio demuestra la gran importancia de la ventilación subterránea motivada por el viento, un proceso comúnmente obviado que consiste en la salida de aire cargado de CO2 desde el subsuelo a la atmósfera cuando el suelo está muy seco, fundamentalmente en verano y en días ventosos, según explica la investigadora de la Estación Experimental de Zonas Áridas y de la Universidad de Granada, Ana López Ballesteros. Otro aspecto estudiado es el relacionado con la procedencia de ese CO2 acumulado en el subsuelo.
El sitio experimental del trabajo es un espartal semiárido situado en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar (Almería) en el que los investigadores han registrado datos de CO2 durante seis años mediante una técnica usada internacionalmente (técnica ‘eddy covariance’ o covarianza de remolinos), junto con sensores subterráneos y medidas micrometeorológicas.
La creencia mayoritaria en la comunidad científica era la de que el balance de C de los ecosistemas semiáridos es neutro, es decir, que la cantidad de CO2 que es absorbida mediante la fotosíntesis que realizan las plantas es compensada con la cantidad emitida a través de la respiración de animales, microorganismos y plantas.
Los resultados de esta investigación confirman que durante los últimos seis años (2009-2015) este ‘espartal’ ha emitido en torno a un kilo de C por metro cuadrado. Según los investigadores, esta gran emisión de CO2 no puede ser debida a la actividad biológica del ecosistema, dado que es una zona donde hay un gran estrés hídrico y una limitación de nutrientes, lo que hace que la actividad biológica de microorganismos, animales y plantas sea muy baja. La hipótesis es que el C se transporta subterráneamente desde otros sitios con mayor actividad biológica.
Aunque se necesitan más investigaciones para conocer mejor los procesos que componen el ciclo del C en los ecosistemas áridos, los investigadores que han realizado el estudio concluyen que «los resultados obtenidos constituyen un gran avance en el conocimiento del ciclo de C de las regiones áridas, señalando su gran complejidad y su posible relación con el movimiento subterráneo de agua y de aire».
«En un contexto de cambio climático, esta situación afectaría negativamente al calentamiento global, dado que una parte de los ecosistemas naturales, en lugar de absorber el CO2 emitido a través de la quema de combustibles fósiles, estarían añadiendo CO2 a una atmosfera donde los GEI no paran de aumentar», concluye el investigador Francisco Domingo Poveda, de la Estación Experimental de Zonas Áridas.
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