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martes, marzo 21, 2023

Artículo del Ministro de Asuntos Exteriores británico, David Miliband

En menos de tres meses, en la cumbre de la ONU que se celebrará en Copenhague, se tomarán decisiones que determinarán el futuro del planeta. Pero peligra la existencia de un acuerdo en Copenhague; y el mayor peligro de todos es que entre las prioridades relacionadas con la recuperación económica y con Afganistán y la no proliferación nuclear, no somos capaces de ver el problema hasta que sea demasiado tarde. Con el ánimo de inclinar la balanza, esta semana el gobierno británico inició contactos diplomáticos con los colegas europeos de Francia, Finlandia, Dinamarca y Suecia. Estamos trabajando en cuatro frentes.

 

En primer lugar, el cambio climático debe ser sacado de la caja «medioambiental». No tan sólo cabe desear un acuerdo, sino que este acuerdo es ineludible para la seguridad nacional y para una recuperación económica sostenida a medio plazo, al igual que para la lucha contra el terrorismo. Los elevados precios del petróleo y de los alimentos dispararon la actual crisis económica, forjaron los desequilibrios financieros mundiales e impulsaron los tipos de interés. La limitación de los recursos es el segundo causante de la crisis junto con la restricción de los créditos. El cambio climático desembocará en una migración en masa, en sequía y en escasez de agua, lo que provocará tensiones y conflictos en los propios países y entre ellos. Puede que el calentamiento global no figure ahora en el orden del día del Consejo de Seguridad de la ONU, pero sí lo hará en el futuro si no nos deshacemos del dióxido de carbono.

 

En segundo lugar, debemos lograr un acuerdo capaz de superar una sencilla prueba: si es razonable vivir en un mundo en que la temperatura no aumente más de 2 grados. La mayoría de las negociaciones diplomáticas implican un compromiso. En este caso sucede lo mismo.  Pero la única cuestión en la que no deberíamos ceder es el nivel de ambición para llegar a un acuerdo en Copenhague. El cambio climático no es un fenómeno lineal. Más de 2 grados y los científicos nos advierten que los efectos en el planeta podrían ser catastróficos. Peor aún, existe un riesgo considerablemente mayor de que estos efectos creen círculos viciosos que causen un cambio climático descontrolado como, por ejemplo, el derretimiento del permahielo.

 

En tercer lugar, el principal bloqueo para llegar a un acuerdo en Copenhague es buscar un justo reparto de la responsabilidad entre los países en vías de desarrollo y los desarrollados. El mundo rico carga con la responsabilidad histórica del problema y presenta unas emisiones actuales muy elevadas per cápita. Pero el mundo en vías de desarrollo será el responsable de la mayoría del incremento de las emisiones en el futuro, y sufrirá los mayores costes por el cambio climático. El camino a seguir es diáfano, pero desafiante. El mundo desarrollado debe reducir drásticamente sus emisiones hasta alcanzar un equivalente del 25 al 40% en el año 2020. Debe proporcionar la financiación y la tecnología necesarias para permitir que los países más pobres puedan desarrollar energías con baja emisión de dióxido de carbono y adaptarlas al cambio climático en curso. Por el contrario, con los niveles de desarrollo actuales, no cabe esperar que los países más pobres reduzcan sus niveles totales de emisiones; pero sí deben comprometerse a emprender cambios contrastados en el perfil de sus emisiones desde la responsabilidad del elevado incremento del dióxido de carbono.

 

En cuarto lugar, necesitamos un cambio de táctica. El cambio climático no es un juego de suma cero. Si esperamos a las negociaciones en Copenhague para enseñar nuestras cartas y así conseguir el mejor acuerdo en detrimento de otros países, el acuerdo no se alcanzará o no será lo suficientemente ambicioso. Si los países pobres saben que los países ricos están preparados para asumir la responsabilidad, creo que se pasarán de la raya. Debemos despertar confianza y ganar velocidad en el período previo a Copenhague. Ahí radica la importancia de la decisión del nuevo gobierno japonés de pasar de una reducción del 8% de las emisiones en el 2020 en base a los niveles de 1990 a una reducción del 25%. En los tres próximos meses necesitamos un mayor número de intervenciones que cambien las reglas del juego. Tal como ha declarado el Primer Ministro británico, debemos crear una oferta financiera, unos 100 mil millones de dólares anuales en el 2020, para  permitir que los países más pobres puedan iniciar la transición a un desarrollo y a una adaptación a las emisiones de bajo contenido de dióxido de carbono.

 

El Reino Unido está decidido a mostrar su liderazgo en esta cuestión. Somos el primer país que ha establecido un objetivo legalmente vinculante para el recorte de las emisiones en un 34% en el 2020 en base a los niveles de 1990 hasta alcanzar una reducción del 80% en el 2050. Pero el Reino Unido puede conseguir un mayor impacto como parte integrante de una movilización en la UE.

 

La UE tiene el primer mercado del mundo de dióxido de carbono y transfiere fondos a los países más pobres en los que las reducciones de las emisiones son más rentables.  La UE es el mayor mercado individual del mundo. Cuando establece normas para coches o neveras, impulsa la innovación. La UE es el segundo donante de ayudas del mundo, cuando reúne un paquete de cambio climático, multiplica la acción de los países en vías de desarrollo. Y la UE tiene previsto celebrar seis importantes cumbres entre ahora y diciembre con los demás protagonistas principales. El cambio climático debe ser el eje central de estas cumbres. Y la UE se crece en los grandes proyectos: paz y reconciliación tras la II Guerra Mundial, el mercado único, el euro y la ampliación. El próximo gran proyecto de la UE, la unión medioambiental, será el catalizador para un mundo sin dióxido de carbono.

 

El cambio climático involucra a la ciencia, a la economía y a la tecnología. Pero ahora el acuerdo depende de la política. Necesitamos un planteamiento inédito, y lo necesitamos ya. 

 

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