En 2023, la Inteligencia Artificial o IA irrumpió en el mundo de las herramientas digitales. Y si bien está muy claro que su uso implica un consumo masivo de energía, las empresas responsables resultan cada vez más opacas a la hora de reconocer las emisiones de CO2 asociadas al empleo de la IA.
Los gigantes de la comunicación que utilizan Inteligencia Artificial o IA están reduciendo la información que tenga que ver con el impacto climático de sus actividades. Por lo que no se conocen a ciencia cierta cifras como el número de usuarios, la ubicación de los centros de datos o la potencia informática necesaria para su aprovechamiento. A medida que se dispara la huella de carbono de la tecnología digital, se tienen menos datos comprobables para controlar sus efectos climáticos.
Los usos de la Inteligencia Artificial o IA se disparan con la aparición de tecnologías generativas de conversaciones o de imágenes a demanda. De hecho, ya hay conexiones e integraciones en buscadores, lo que permite que otras herramientas tengan un acceso a la IA casi ilimitado. Lo que implica que la actividad de los centros de datos también se dispare.
Ante un mundo que prefiere la inminencia y parece carecer de paciencia para esperar una respuesta, el despliegue de esta tecnología no para. Pero en todo el sector llama la atención la falta de mención de los impactos medioambientales de la Inteligencia Artificial o IA .
De hecho, este tema ni se nombró en la primera cumbre mundial sobre los riesgos de la inteligencia artificial. Que se celebró el pasado mes de noviembre en el Reino Unido. Y resulta algo muy preocupante, porque, algunas estimaciones de las emisiones de CO2 son realmente aterradoras.
Es una bomba de relojería climática de CO2
Según los cálculos de los expertos, si 3.000 millones de personas utilizaran IA para hacer 30 búsquedas diarias durante dos décadas emitirían el equivalente a lo que generan los megaproyectos de petróleo y gas. Hablamos de más de mil millones de toneladas de CO2 en toda la extensión de su ciclo vital. Y alertan que cada solicitud de datos tiene un impacto físico y emite dióxido de carbono.
El problema es que, en actualidad, se desconoce cuál es la huella de carbono de las IA más populares, dada la falta de datos den cuanto a cantidad de usuarios o consumo energético real de los centros de datos. Y como cada vez la opacidad en cuanto a nuevas versiones de IA es mayor, se desconoce qué parámetros emplea. Debido a esta carencia de datos, que comenzó en noviembre del año pasado, a día de hoy resulta imposible saber cuál será su impacto y cómo contribuirá su uso al empeoramiento del cambio climático.
La Inteligencia Artificial o IA incrementa el CO2 y el consumismo
Los técnicos aseguran que cada una de las empresas tiene medios para calcular, de forma muy exacta, cuáles son las emisiones de CO₂ que están directamente relacionadas con el uso de la Inteligencia Artificial. Porque los parámetros que las indican son mensurables. Solo hay que hacerlo.
Se pueden conocer no solo los gastos de energía asociados a la IA, sino también cuál es la energía que consume cada petición de búsqueda y hasta la frecuencia de las mismas. Y como es obvio, conociendo la fuente de la energía empleada, se sabe cuánto CO₂ emite la IA. También es posible conocer la cantidad de agua vinculada al mismo uso.
Todo ello sin entrar en el tema de las emisiones de CO2 y los impactos indirectos de la IA. Que tiene que ver con la multiplicación de la fiebre de consumo. Y hasta del uso de combustibles fósiles. Por lo que el empleo de la IA no es tan maravilloso como nos lo pintan. Al menos medioambiental y ecológicamente hablando.