“La ley en el Perú permite a los pueblos indígenas mantener su estilo de vida ancestral, entre cuyas costumbres se encuentra la de comer carne de mono, por lo que para ellos es legal cazarlos por métodos tradicionales y compartir el botín con sus familias, pero no vender su carne. Esto ha generado graves controversias entre el gobierno y las tribus amazónicas.”
La ley y la tradición
Si bien se la pueden comer, cazar para vender la carne de estos primates está totalmente prohibido. Sin embargo, cuando los funcionarios del gobierno explican esta prohibición, los residentes locales lo ven como una injerencia en su forma de vida.
Para los que habitan la selva, la distinción entre sus tradiciones y la ley suele ser bastante ininteligible. En sus aldeas, conviven directamente con los animales. Poseen monos a los que crían como mascotas, exactamente de la misma forma que los occidentales tienen gatos o perros.
En general los animales se acercan a las comunidades en busca de comida y luego se domestican. La diferencia estriba en que los habitantes de la selva no dudan en matar a los monos para comer, si la situación así lo requiere.
Por otra parte, los indígenas consideran que la selva es su hogar y sus acciones siempre apuntan a proteger su Medio Ambiente, por lo que dentro de sus costumbres está el respeto por la tierra, las aguas, los animales, las plantas y el aire y son intolerantes con aquellos, que de una u otra forma los contaminen o los agredan.
El problema se plantea cuando las autoridades se enfrentan al hecho de que, para muchos pueblos indígenas, la Ley está mal hecha, puesto que para ellos comerciar con la carne de un mono es hacerlo con algo que ya está muerto y su planteo es que, si se puede comer, ¿porque no se puede intercambiar por otras cosas (incluido el dinero), entre gentes que gustan de su carne?
El tráfico ilegal
Ante la explicación de que, por culpa de la caza ilegal de este tipo de especies, los monos están en peligro, la lógica de los indígenas se traduce en que ellos también acaben por exigir que se acabe el tráfico de especies, aduciendo que es algo muy dañino para la selva y la Madre Naturaleza.
Por su parte muchas comunidades indígenas colaboran estrechamente con las autoridades, con el fin de liberar animales cautivos, devolverlos a sus hábitats naturales y combatir a los cazadores furtivos, que se adentran en la selva para capturar presas vivas y llevárselas a destinos ignotos, un negocio muy lucrativo y difícil de controlar.