Cada año debemos enfrentarnos al problema de los incendios forestales, al que debemos sumar las consecuencias del cambio climático, el abandono del medio rural, y por encima de todo, la falta de prevención que arrasa los bosques de España.
Es bien sabido que para que exista un incendio se deben conjuntar tres factores: combustible, oxígeno y calor. El cambio climático aporta este último, al oxígeno no lo podemos controlar, pero sí es posible prever de que en los bosques no haya combustible más que el necesario y eso solo se consigue con una gestión responsable de los mismos, una derivada que se lograría con el impulso de la economía rural.
El triángulo de fuego para los incendios
Si bien las cifras de destrucción varían drásticamente de temporada en temporada, su rastro de destrucción en la biodiversidad y las comunidades rurales permanece. Es un buen momento para recordar que, también con el fuego, la mejor estrategia es la prevención.
Para evitarlo, primero hay que entender cómo comienza un incendio. La clave está en un concepto fundamental, el ‘triángulo del fuego’, compuesto por tres elementos: calor, oxígeno y combustible. Si eliminamos cualquiera de ellos, el fuego se apaga.
El calor es el detonante, el ‘mechero’ que enciende la llama, en forma de rayo, una chispa accidental o una negligencia. En España, más del 90 % de los incendios tienen causas humanas. El oxígeno, presente en el aire, alimenta la llama. Por eso cuando se cubre una vela con un vaso y se le quita este elemento, se apaga.
Finalmente, está el combustible. En una barbacoa, el carbón por sí solo no arde; necesita un material que prenda con facilidad para alimentar la llama. Lo mismo pasa en el monte, donde la vegetación del sotobosque –hierbas secas, arbustos y ramas caídas– actúa como ese papel o esas astillas: es el material que prende con más facilidad y permite que el fuego se propague a los árboles.
Los campos abandonados son un problema
Con el calor y el oxígeno fuera de nuestro control directo, la única vía realista para la prevención es la gestión del tercer componente: el combustible. Y el principal responsable de su peligrosa acumulación es un problema silenciado: el abandono rural. Muchas zonas del interior de España han dejado de cultivarse o pastorearse. Como resultado, el monte se llena de vegetación que actúa como combustible natural.
Apagar el fuego constituye la solución última y, por tanto, siempre es ya demasiado tarde. La clave, por lo tanto, no es solo combatir las llamas, sino apostar por una gestión activa del paisaje, que nos permita controlar ese combustible vegetal. No se trata de eliminar la vegetación, sino de gestionarla con inteligencia.
Un bosque ‘limpio’ no es un bosque sin vegetación, sino un ecosistema sano y resiliente que acoge refugios de biodiversidad y mantiene hábitats esenciales.
Hay que cambiar la economía rural
Proyectos como PRISMA, BIOVALOR o Bio+Málaga están explorando cómo convertir esta gestión activa en empleo y oportunidades para zonas rurales. Se trata de reimaginar nuestros montes no solo como espacios naturales, sino como motores de desarrollo local.
La clave está en prevenir
La tecnología puede jugar un papel importante en el desarrollo de la economía rural. En Navarra, los servicios de emergencia han desarrollado un sistema de información geográfica que permite cartografiar zonas de riesgo, visualizar accesos y coordinar respuestas en tiempo real.
Este sistema, cuyo valor reside en la prevención, permite saber con precisión dónde se acumula combustible vegetal, qué caminos están inactivos o qué áreas requieren atención prioritaria. Así, la gestión del monte puede basarse en datos y evidencias, invirtiendo recursos donde más se necesitan, y siendo más eficiente y precisa.
El viejo dicho forestal es muy cierto: los incendios no se apagan en verano, sino en invierno. Prevenir fuegos implica repensar el uso de nuestros recursos forestales. Un monte bien gestionado, que alimenta una economía circular en torno a sus productos y servicios, es un monte más seguro.
Mientras que darle valor al bosque reduce las amenazas que se ciernen sobre él, cuidar los montes se traduce en dinamizar la economía rural y devolver vida a los pueblos.
La oportunidad de un futuro más próspero y resiliente está en nuestros bosques. Porque un monte gestionado es más útil, más biodiverso y más vivo. Y, por supuesto, reduce el peligro de incendios.
Resulta imprescindible que se realice una gestión de los bosques todo el año, acompañada de una solida economía rural, que con acciones preventivas, evitaría la gestación y propagación de los incendios forestales. Debemos promover una nueva economía rural y a la vez no perder de vista la nueva realidad del cambio climático. ECOticias.com