La erosión del suelo o degradación de la tierra (que puede acabar en desertificación) es un fenómeno complejo, en el que intervienen dos procesos: la ruptura de los agregados y el transporte de las partículas finas resultantes a otros lugares. Además de la pérdida de la capa de suelo, que contribuye a la desertización, las partículas arrastradas pueden actuar como vehículo de transmisión de contaminación (plaguicidas, metales, nutrientes, minerales, etc.).
Se trata de un fenómeno natural, pero que ha sido acelerado por las actividades humanas. La erosión puede ser causada por cualquier actividad humana que exponga al suelo al impacto del agua o del viento, o que aumente el caudal y la velocidad de las aguas de escorrentía.
La incidencia de la erosión por el viento, propia de climas áridos y semiáridos, es casi siempre debida a la disminución de la cubierta vegetal del suelo, bien por sobrepastoreo o a causa de la eliminación de la vegetación para usos domésticos o agrícolas y esta degradación es un paso definitivo hacia la desertificación de los espacios.
La degradación de las tierras debe detenerse lo antes posible
El científico jefe de la Convención de Combate de la Desertificación (UNCCD), Barron Joseph Orr, ha urgido a acelerar «lo antes posible» las medidas sobre el terreno para atajar la degradación de la tierra. Orr, que es una referencia en el ámbito de la desertificación -degradación de la tierra en zonas áridas-, cree que «no es suficiente» lo que se hace ahora para combatir el problema, pero admite que se «han dado algunos pasos en la dirección adecuada que deberían llevar al éxito«.
«Se puede ralentizar la degradación de la tierra y convertirlo en una trayectoria positiva, que es nuestro objetivo último, aunque para ello haya que abordar los objetivos medioambientales, económicos y sociales, empleando la tierra como base», argumenta.
Su mensaje resulta esperanzador, aunque avisa de que «de forma inequívoca, no se logrará ninguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible -destinados a proteger el planeta y luchar contra la pobreza en busca de un mundo más justo y sostenible- sin una tierra sana». Lograrlo, admite, es un problema «complejo y global, con manifestaciones muy diferentes a nivel local».
Frente al desconocimiento que imperaba en los 70, cuando comenzó a analizarse este fenómeno y a buscarle soluciones, se dispone en la actualidad de la ciencia. «Existe voluntad política y hay casi 1,2 billones de hectáreas de compromisos por todo el mundo, lo que nos sitúa en el camino a lograr los objetivos que necesitamos», subraya.
Contamos además con la llamada ‘Neutralidad de la degradación de la tierra (NDT)’, «un enfoque holístico destinado a que no haya pérdidas netas, combinando conservación, agricultura sostenible y restauración de manera mucho más estratégica, país por país«, pese a que «hace falta más acción sobre el terreno».
Casos exitosos anti desertificación
El coautor principal del marco científico sobre NDT -en la que la pérdida de tierras productivas se compensa por la restauración de otras áreas degradadas– que en 2017 adoptaron 197 partes en la UNCCD, Orr resalta la urgencia de actuar «lo antes posible, porque mientras suben las temperaturas, la capacidad de la tierra para retener carbono baja».
«Es un elemento de base crítico para abordar el cambio climático y será clave para el éxito en el largo plazo del lado del cambio climático. Se trata del futuro», remacha. Por ello, «se debe optimizar lo que hacemos, y dónde lo hacemos, bajar el ritmo y frenar la conversión de tierra y su desertificación, para poder centrarnos más en la restauración a fin de cumplir con las necesidades futuras», enfatiza.
En la lucha contra la desertificación se encuentran algunos casos reales «de éxito» en algunas partes del mundo en los que se ha logrado, por ejemplo, vincular la restauración de la tierra con prácticas de agricultura sostenible. Uno de ellos es la llamada Gran Muralla Verde del Sahel (al sur del Sáhara), un proyecto diseñado para frenar la desertificación en esa zona «y que ahora se está replicando en el sur de África», además de estar introduciéndose en países como China «con gran éxito».
¿Qué se espera de la COP30?
Preguntado por los objetivos que se perseguirán en la próxima COP30 que acogerá en noviembre Belém (Brasil), el experto anticipa que «habrá un gran énfasis en los bosques, en la restauración de la tierra y en la protección del ecosistema».
Allí se intensificarán las negociaciones sobre la financiación climática y, por ello, «la financiación de la tierra con un objetivo muy amplio de 1,3 billones de dólares (…); y se incluirá el esfuerzo que realiza Brasil para poner en marcha la iniciativa ‘Tropical Forests Forever facility» (ideada para reducir la deforestación con incentivos a países que protejan sus bosques).
«Sé que ya fue un gran desafío en la última COP, pero me gustaría que se diera un gran paso hacia adelante en materia de finanzas. Se realizaron progresos en Azerbaiyán y me gustaría ver que se avanza sobre esto y con un fortísimo énfasis en la tierra y en el combate a la desertificación«, concluye. EFE / ECOticias.com