En el Atlántico Norte existe un mar sin orillas. No es una licencia poética, sino una rareza oceanográfica con nombre propio. El Mar de los Sargazos es una región delimitada por grandes corrientes (no por tierra) y, por eso, se considera el único “mar” del planeta sin costa. Su frontera es dinámica y la marcan el giro subtropical y la circulación superficial que encierra sus aguas durante buena parte del año.
La consecuencia más visible es lo que flota. El sargazo (algas pardas del género Sargassum) se acumula en la superficie y forma bandas y manchas que actúan como un hábitat móvil en pleno océano. Su estructura incluye pequeñas bolsas de gas que le permiten mantenerse a flote y desplazarse con el viento y las corrientes, en lugar de hundirse.
Un vivero en mar abierto
Esa cobertura vegetal, dispersa pero persistente, funciona como refugio y despensa. En un océano donde el alimento suele estar muy repartido, las “esteras” de sargazo concentran invertebrados, peces juveniles, tortugas y aves marinas, y sostienen una cadena trófica que sería difícil de imaginar en aguas abiertas sin ese soporte. La NOAA subraya precisamente esa condición de “hábitat” en mar abierto como una de las claves ecológicas de la zona.
El Mar de los Sargazos también está ligado a uno de los grandes enigmas de la biología marina. Las anguilas europeas y americanas se reproducen en esta región del Atlántico y luego sus larvas emprenden viajes transoceánicos empujadas por las corrientes. La reproducción sigue siendo difícil de observar de forma directa, pero su vínculo con el área es una de las constantes de la literatura científica y divulgativa que lo describe como punto de partida y regreso de un ciclo vital extraordinario.
Un termómetro del Atlántico y una trampa moderna
La física del lugar importa tanto como su biología. La región forma parte del engranaje que redistribuye calor en el Atlántico Norte, con una marcada estacionalidad. La variabilidad térmica se observa con claridad en estudios oceanográficos que documentan enfriamientos invernales intensos en el área y su influencia sobre las capas superficiales.
Pero el mismo mecanismo que concentra vida también concentra basura. La Comisión del Mar de los Sargazos (creada a partir de la Declaración de Hamilton) advierte de que los procesos que agrupan el sargazo y generan “oasis” biológicos tienden a acumular contaminantes. En su síntesis científica cita mediciones históricas de redes de plancton en las que la densidad de plásticos llegó a superar el equivalente a 200.000 fragmentos por kilómetro cuadrado en el área de estudio del Mar de los Sargazos.
Esa presión se suma a otras más silenciosas. El aumento de nutrientes en el Atlántico y los cambios químicos asociados a actividades humanas están detrás de transformaciones en el propio sargazo pelágico y de su expansión hacia latitudes y cuencas donde antes era menos frecuente, según recogen trabajos y resúmenes divulgativos basados en investigaciones académicas.
Quién manda en un mar sin costa
La pregunta de fondo es jurídica y política. Si no hay litoral, ¿quién tiene competencia para protegerlo. La Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar establece que los Estados ejercen soberanía en su mar territorial (hasta 12 millas náuticas desde la costa) y derechos específicos en su zona económica exclusiva (hasta 200 millas náuticas), pero más allá comienza la alta mar, un espacio de gobernanza fragmentada.
En ese contexto, los acuerdos internacionales han intentado cerrar vacíos. La Unesco recuerda que el Acuerdo sobre biodiversidad en zonas fuera de jurisdicción nacional (conocido como tratado de alta mar o BBNJ) fija su entrada en vigor para enero de 2026, un hito relevante para regiones como el Mar de los Sargazos, donde la protección depende de reglas comunes y cooperación efectiva.


















