Una investigación internacional publicada esta misma semana ha descubierto que el zorzal común, un ave que, según los datos recabados, es capaz de transportar semillas a distancias superiores a los 500 kilómetros durante sus viajes migratorios. El estudio, llevado a cabo por la Universidad de Cádiz y en colaboración con la de Córdoba, Glasgow, Marburg y la Fundación Migres, demuestra que estos pájaros no solo vuelan, sino que generan cientos de miles de eventos de dispersión de semillas a más de 100 kilómetros cada año.
El trabajo se ha basado en datos precisos obtenidos mediante dispositivos GPS satelitales instalados en zorzales en diversos puntos estratégicos del continente, desde la campiña de Cádiz hasta la isla de Heligoland en Alemania o la península de Falsterbo en Suecia. Además, para entender la “mecánica interna” de este proceso, realizaron experimentos en el Zoobotánico de Jerez para medir cuánto tiempo retienen las semillas en su aparato digestivoantes de expulsarlas.
Lo que más llama la atención de este descubrimiento reside en la diferencia abismal entre el comportamiento de las aves cuando están sedentarias y cuando deciden migrar. Claudio A. Bracho-Estévanez, investigador principal del estudio, detalló que la dispersión de semillas durante la migración contrasta enormemente con las distancias cortas que alcanzan cuando las aves realizan movimientos locales. De hecho, durante sus estancias en zonas de invernada o cría, las semillas que transportan “rara vez superan el kilómetro de distancia”.
Ahora bien cuando comienza la migración, la escala cambia y según los modelos matemáticos desarrollados por el equipo, cruzando los datos de vuelo con los tiempos de digestión, revelan que estas aves actúan como un sistema de transporte de larga distancia para la flora. Es un servicio de “mutualismo” (una relación donde ambos salen ganando) en el que la planta alimenta al ave con frutos carnosos y, a cambio, el ave lleva su descendencia a nuevos territorios.
La salvación ante el aumento de temperaturas
A medida que las temperaturas globales aumentan, muchas especies vegetales necesitan desplazarse hacia latitudes más frías para sobrevivir. Como las plantas no pueden moverse por sí mismas, dependen enteramente de vectores como estos pájaros para “escapar” del calor extremo.
Pablo González Moreno, coautor del estudio, señaló que este trabajo evidencia que la migración aviar es un “poderosísimo motor” para conectar ecosistemas separados por cientos de kilómetros.
El estudio muestra que las plantas con semillas más pequeñas tienen una ventaja competitiva. Al permanecer más tiempo en el tracto digestivo del ave, tienen más probabilidades de viajar lejos. Los investigadores aportan cifras concretas; en especies como el tejo, solo el 0,1% de las semillas lograrían viajar más de 50 kilómetros. Por el contrario, en el caso del madroño, que posee semillas más menudas, esa misma proporción podría alcanzar distancias superiores a los 138 kilómetros.
Juan P. González-Varo, investigador principal del proyecto MIGRANTSEEDS, subrayó una paradoja importante. Esta función ecológica vital que realizan especies como zorzales, mirlos o petirrojos es “muy desconocida para la sociedad” y, lo que es más preocupante, suele ser “ampliamente ignorada” en las políticas medioambientales. Proteger a estas aves no es solo cuestión de conservar una especie, sino de garantizar que nuestros bosques tengan la capacidad de moverse y adaptarse a un futuro climático incierto.













