Los megalodones son conocidos por la ciencia desde la década de 1840 gracias a sus enormes dientes triangulares que se han encontrado fosilizados. El nombre «megalodón» significa «diente grande» en griego antiguo.
Y ello se debe a que se ha comprobado que algunos superaban los 16 centímetros de largo. A modo de comparación, los dientes del gran tiburón blanco llegan como máximo a los 7,5 centímetros.
Para saber qué tan grandes eran los megalodones sería necesario contar con un esqueleto completo, pero dado que es un tipo de pez cartilaginoso, carece de huesos duros y el cartílago no es fácil que se fosilice, puesto que suele desintegrarse con el tiempo.
Este gigante de los mares se cree que era de los que estaba en la cima de la cadena alimenticia oceánica, por lo que los tiburones blancos que hoy carecen de predadores, serían parte integral de su dieta.
Megalodon: el mayor pez depredador de la historia
Durante millones de años, el megalodón dominó los océanos como el mayor pez depredador de la historia de la Tierra. Con una longitud estimada de hasta 24 metros y dientes del tamaño de una mano, este coloso marino se consideraba un supercarnívoro especializado en cazar ballenas. Sin embargo, un nuevo estudio publicado en la revista Earth and Planetary Science Letters cambia esa percepción: el Otodus megalodon no se alimentaba únicamente de grandes mamíferos marinos, sino que tenía una dieta más amplia y diversa.
«Cuando tenía oportunidad, sí cazaba ballenas», explica Jeremy McCormack, investigador del departamento de Geociencias de la Universidad Goethe de Frankfurt (Alemania) y autor principal del estudio. «Pero las evidencias sugieren que su alimentación era mucho más variada de lo que se pensaba«.
Para llegar a esta conclusión, un equipo internacional de científicos de Alemania, Francia, Austria y EE UU analizó la proporción de isótopos de zinc en dientes fósiles de megalodón, una técnica reciente que permite reconstruir con precisión la posición trófica de los animales extintos. El zinc se incorpora al organismo a través de la dieta, y su composición isotópica cambia en función del tipo de alimento consumido. Cuanto más alto en la cadena alimentaria se encuentra un animal, menor es la proporción del isótopo pesado (zinc-66) en sus tejidos.
Comparando los dientes de megalodón y de su pariente cercano Otodus chubutensis con los de otras especies extintas y actuales de tiburones, los investigadores determinaron que estos gigantes marinos sí ocupaban la cúspide de la cadena trófica, pero con una cierta flexibilidad ecológica.
Restos fósiles en los Alpes
«Estudiamos dientes fósiles procedentes de depósitos en Sigmaringen y Passau, en Alemania, que hace 18 millones de años formaban parte de un estuario poco profundo junto a los Alpes«, detalla McCormack. “Allí convivían diversas especies de tiburones y peces, desde los que se alimentaban de moluscos en el fondo marino hasta los grandes depredadores como Otodus megalodon”.
El análisis permitió reconstruir un modelo de la red trófica marina en aquella región: en la base se encontraban peces como los sargos, que consumían moluscos y crustáceos; les seguían tiburones pequeños como los carcharinos y cetáceos primitivos; más arriba, tiburones medianos como los toro; y en la cima, grandes especies de tiburón como Araloselachus cuspidatus y los del género Otodus.
Sin embargo, las señales isotópicas del megalodón también muestran que ocasionalmente se alimentaba de presas situadas en niveles inferiores. «El megalodón era lo bastante versátil como para consumir tanto mamíferos marinos como peces grandes, dependiendo de lo que estuviera disponible», indica el científico. La comparación entre fósiles de diferentes regiones también revela diferencias en la dieta, lo que apunta a variaciones geográficas y temporales en el ecosistema.
Cambiar la historia del megalodón
Para McCormack, esta flexibilidad tiene implicaciones importantes: «Nuestra investigación dibuja un retrato del megalodón como un generalista ecológico. La idea de que se centraba exclusivamente en cazar ballenas necesita ser revisada».
La técnica basada en isótopos de zinc, aún incipiente, se ha mostrado muy eficaz en este trabajo, y ha producido resultados coherentes no solo para tiburones y ballenas extintas, sino también para rinocerontes prehistóricos herbívoros y tiburones actuales. “La determinación de las proporciones isotópicas del zinc en dientes se confirma como una herramienta valiosa para las reconstrucciones paleoecológicas”, señala McCormack.
«El estudio nos ofrece una nueva perspectiva sobre cómo han cambiado las comunidades marinas a lo largo del tiempo geológico«, añade Kenshu Shimada, paleobiólogo en la Universidad DePaul de Chicago y coautor del trabajo. «Y nos recuerda, además, que ni siquiera los superdepredadores están a salvo de la extinción».
Estudios previos, incluidos algunos liderados por el propio McCormack, ya habían apuntado que la aparición del gran tiburón blanco moderno pudo contribuir al declive del megalodón. Esta nueva investigación aporta una pieza más al rompecabezas sobre cómo vivía y por qué desapareció uno de los depredadores más formidables de la historia natural.