Los microplásticos son uno de los contaminantes más preocupantes, complejos y de difícil manejo que afectan al medio ambiente. Son partículas de plástico de tamaño menor a cinco milímetros originadas por la fragmentación o fabricación directa de materiales de uso industrial y doméstico, que a estas alturas pueden considerarse omnipresentes.
Estas micropartículas se están incorporando en los diversos niveles de la cadena alimentaria, como el plancton, los mariscos, los peces, las tortugas, las ballenas o las aves marinas y playeras y por supuesto, los seres humanos. Esto supone impactos ecológicos, pero también sanitarios y socioeconómicos.
Lo complejo del problema de los microplásticos es estimar su propagación a gran escala y el daño que pueden ocasionar en los ecosistemas, especialmente en los acuáticos. El efecto de un macroplástico es evidente. Sin embargo, los efectos de los microplásticos aún son muy poco conocidos y requieren de técnicas especializadas para su diagnóstico.
El gran daño ambiental de los residuos plásticos
Si toda contaminación es intrínsecamente negativa, y si los residuos plásticos son un problema global de nuestra era, no parece necesario demostrar que la polución microplástica es dañina. Pero ¿cuánto y cómo?
No basta con dar por hechos los perjuicios medioambientales de un contaminante concreto; es necesario demostrar cuáles son, de qué índole y en qué magnitud. Solo conociendo los datos es posible saber si existen márgenes de seguridad, y de qué modo y en qué medida un nivel concreto de contaminación afectará al entorno natural.
En 2004 el biólogo marino Richard Thompson, de la Universidad de Plymouth (Reino unido), encabezaba una investigación que descubría una abundancia de contaminación por fragmentos microscópicos de plástico en los litorales de Gran Bretaña.
En el pequeño estudio publicado en Science se utilizaba por primera vez el término microplásticos, una categoría que quedaría definida por un rango de tamaño entre 5 milímetros y 1 micrómetro o milésima de milímetro. Los pedazos más pequeños se clasifican como nanoplásticos.
Pero aunque Thompson y sus colaboradores comprobaban en su investigación que estos minúsculos contaminantes podían ser ingeridos por los organismos marinos, aún no tenían datos para valorar cuáles podían ser sus efectos en el medio ambiente: “Se necesita más trabajo para establecer si existen consecuencias medioambientales de estos residuos”, escribían.
En todas partes
Dos decenios después, se han publicado más de 7000 estudios sobre contaminación microplástica, según recogían Thompson y sus colaboradores en una revisión publicada en 2024, con motivo del 20º aniversario del artículo original. Esas investigaciones han dibujado un panorama completo del problema: cada año se emiten al medio entre 10 y 40 millones de toneladas de microplásticos, una cantidad que se duplicará para 2040.
Las fuentes se reparten entre los microplásticos primarios, que incluyen componentes de los cosméticos, pinturas o pellets, y los secundarios procedentes del desgaste de neumáticos o fibras textiles y de la ruptura mecánica de toda la basura plástica. Los microplásticos han invadido hasta el último rincón de la Tierra y se han hallado en 1 300 especies acuáticas y terrestres, así como en múltiples órganos y tejidos humanos.
Pero ¿cuánto se ha avanzado en la evaluación de los riesgos ambientales? Los modelos predictivos indican posibles daños a gran escala en un periodo de 70 a 100 años. Se ha documentado la bioacumulación de los microplásticos y su toxicidad en experimentos de laboratorio. Pero a pesar de que su impacto en la salud ya figura entre las grandes preocupaciones del público, según Thompson “los análisis de riesgos detallados son limitados porque los datos sobre exposición y efectos son incompletos”.
Plastico: uso indiscriminado en los alimentos
En la misma línea, otra revisión reciente sobre el progreso en el testado de los efectos de los microplásticos concluye que la calidad de estos estudios está mejorando gradualmente, pero que muchos de los problemas de estas investigaciones identificados en 2016 aún eran relevantes en 2024, lo que incluye comparaciones que, según los autores, equivalen a “comparar peras con manzanas”.
Un ejemplo de los intentos de definir y cuantificar los daños ambientales concretos de los microplásticos es la estimación de su efecto sobre la fotosíntesis, de la cual depende la productividad de los ecosistemas, tanto en agua como en tierra. En un trabajo publicado en la revista PNAS, investigadores de la Universidad de Nanjing y de la Academia China de Ciencias han reunido más de 3 000 observaciones de 157 estudios sobre el efecto de los microplásticos en las plantas.
Aplicando un algoritmo de Inteligencia Artificial para extrapolar los resultados, los autores concluyen que los microplásticos reducen la fotosíntesis en plantas terrestres y en algas de agua dulce y marina entre un 7 y un 12 %, lo que podría disminuir de un 4 a un 14 % las cosechas de arroz, trigo o maíz.
Los datos actuales son discutibles
Pero este estudio es también una muestra de la dificultad de llegar a efectos tan precisos con una metodología rigurosa que resulte convincente.
Según expone Roberto Rosal, catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Alcalá de Henares especializado en contaminación plástica, el trabajo de los investigadores chinos es cuestionable: entre otras objeciones, las concentraciones de microplásticos son enormemente superiores a las ambientales, algunos de los plásticos incluidos no son relevantes y la toxicidad solo se estudia a corto plazo.
Tomar precauciones
“Estos problemas metodológicos los sufren todos los estudios de riesgo ambiental de plásticos porque no se dispone de datos relevantes”, dice Rosal. La carencia de datos y la consecuente falta de conclusiones firmes mantienen a algunos expertos en un escepticismo respecto a la relevancia del riesgo ambiental de los microplásticos, o en la postura de que la insistencia en este problema distrae la atención de otros mucho más críticos para los ecosistemas marinos, como el cambio climático o la sobrepesca.
Es decir, y hasta saber, como dice Rosal, “cuánto plástico es mucho plástico, suponer que cualquier liberación al medio ambiente conlleva un riesgo aunque no seamos capaces de cuantificarlo aún”.