«No podemos admitir que se produzcan hechos como la “crisis de los pepinos” conociendo los valores de calidad de nuestro sector hortofrutícola y, en general, de la producción agraria mediterránea.»
Antonio Bello, doctor en Ciencias Biológicas es profesor de investigación en Ciencias Agrarias desde 1987. Miembro fundador y vicepresidente de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica, es también miembro fundador de la sociedad Científicos por el Medio Ambiente (CIMA). Ha sido director durante 8 años del Centro de Ciencias Medioambientales del CSIC. Es asesor de las Naciones Unidas y de la FAO en alternativas al bromuro de metilo como fumigante del suelo, así como de los Ministerios de Medioambiente, Agricultura, Pesca y Alimentación. Es uno de nuestros investigadores con mayor reconocimiento internacional por su destacada y amplia labor en las tareas relacionadas con la agricultura sostenible y el cuidado del medio ambiente. Su humildad va pareja a los importantes premios que ha recibido, como el Premio del Protocolo de Montreal en 2007, por su contribución a la eliminación del bromuro de metilo, un elemento destructor de la capa de ozono. Antonio Bello Pérez es un referente científico internacional que ha hecho del contacto con los campesinos una ciencia participativa entre la investigación de excelencia que él representa y la sabiduría que da la tierra al hombre que la cultiva. Hablamos con él de política, economía, ciencia, en definitiva del substrato cultural que determina las ayudas o los obstáculos que afectan a la producción de nuestros alimentos.
– ¿Hay realmente alternativas a la producción agropecuaria industrial que contamina no sólo suelos, aguas corrientes y alimentos, sino también aguas freáticas y mares, afectando a corales, pesquerías y generando muerte (desiertos marinos) producción de gérmenes (como los de la gripe H1/N1, aviar, etc.) y otros efectos igualmente desastrosos? ¿O para alimentar a una población creciente debemos aceptar la coexistencia de los cultivos ecológicos, los convencionales y los transgénicos, y, acaso, paliar los problemas que acarrean estos últimos?
Hay que señalar que sólo existe un modelo agrario, que es aquel que se preocupa de la calidad de los alimentos, el respeto al territorio y la salud de los ciudadanos, basándose sobre todo en su alto valor social; el resto de lo que seguimos llamando “agricultura” puede ser cualquier otra cosa; se deben aplicar los criterios agroecológicos en el diseño y gestión de los diferentes sistemas de producción agraria; esos criterios deben ser el fundamento de cualquier alternativa agropecuaria; repito: sólo hay una Agricultura con mayúscula que es aquella que reúne todos los valores de calidad que hemos señalado; el resto son modas que los ciudadanos se encargarán de que desaparezcan con el tiempo.
¿Es posible el desarrollo de un mundo agrario en armonía con el medioambiente y con las personas? ¿Puede la agroecología resolver los problemas que se le achacan ―como alimentos más caros, hambrunas periódicas― y superar la necesidad de roturar más y más tierras vírgenes para satisfacer las necesidades de una población creciente?
En nuestro país sólo tenemos que analizar los valores de calidad de nuestros sistemas
agrarios tradicionales: los enarenados de Almería o los arenados de Lanzarote, los cultivos canarios sobre substratos de origen volcánico, los cultivos hortícolas en los alrededores de La Albufera de Valencia, los viñedos de Castilla-La Mancha, los olivares y frutales de la mayor parte de nuestro país, y, sobre todo, las “dehesas ibéricas” que han sabido armonizar agricultura y ganadería con la conservación del territorio; son sistemas con valores agroecológicos que he podido estudiar en los últimos años, y de los que hay que destacar que son capaces de autorregularse para hacer decrecer las poblaciones de organismos causantes de enfermedades o plagas que actúan como factores limitadores de la producción agraria. Al mismo tiempo, esos sistemas incrementan la fertilidad de los suelos mediante diferentes modelos de gestión agraria, destacando especialmente los sistemas de agricultura familiar, basados desde el punto de vista social y sobre todo económico en criterios de “ayuda mutua”; así se puede mantener una mayor rentabilidad de los cultivos con un menor coste de mano de obra y producción, sin necesidad de roturar una mayor superficie de tierras para mantener a la población.