Lobbies: los políticos se asesoran por los mismos que provocan el cambio climático. Núria Almiron es profesora de la Universitat Pompeu Fabra analiza el poder de lobbies. Defiende que está más extendido el «obstruccionismo» de la acción climática que el negacionismo.
A medida que los impactos del cambio climático se hacen más palpables, en forma de olas de calor, sequías o menores cosechas, es cada vez más difícil negar la evidencia. El negacionismo como tradicionalmente se ha entendido -decir que el cambio climático no existe- se hace cada vez más marginal, mientras crece en paralelo otra tendencia, tanto o más peligrosa, según los expertos: la obstrucción de la acción climática.
Núria Almiron, estudia de lo que ha denominado como obstruccionismo. Sobre este concepto, no tan conocido todavía como el de negacionismo.
¿Quién obstruye la acción climática en España?
Pues prácticamente todo el mundo. Los sectores industriales, el energético, el de la agricultura y la ganadería, o el del transporte son los grandes y clásicos obstructores. Pero desde la política se hace muchísimo obstruccionismo, e incluso a nivel ciudadano hay todavía mucha inconsciencia de lo que suponen nuestros actos diarios, muchos de ellos innecesarios.
¿Cambio climático, es obstruccionismo o negacionismo?
Se utilizan como sinónimos, pero en realidad no lo son. Cuando hablamos de negacionismo podemos estar hablando de tres cosas. La primera, quienes niegan que exista cambio climático. De esto prácticamente no hay nada, es muy residual incluso en Estados Unidos. La segunda categoría es el negacionismo de que sea antropogénico, de que sea por causa de la actividad humana, algo que creo que está en aumento. Y el tercer tipo, el más extendido, es el que no niega que exista, pero se resiste a entender los cambios que eso significa, ya sea a nivel de sociedad y como a nivel personal: los aviones que tomo, la carne que como, etcétera.
Pero lo que está más extendido a nivel de industria es retrasar las políticas contra el cambio climático, esto está estudiado desde hace 20 o 30 años. Desde las industrias ha habido un esfuerzo enorme para boicotear las políticas de acción climática, para frenarlas o para aparentar que están participando en ellas, pero las están boicoteando por detrás.
Por eso le llamamos obstruccionismo, porque esto lo puede hacer desde una organización que sea negacionista del cambio climático a Boeing, Nestlé o cualquiera. Su narrativa es decir que les preocupa mucho el cambio climático, pero después entre bastidores hacen lobby para frenar lo que realmente podría ayudar a mitigar las emisiones. Es el concepto más ajustado a la realidad.
¿Cómo operan los lobbies?
Es en Bruselas donde se hace el lobby más importante. Hasta ahora no hemos tenido en Europa gobiernos que hayan sido claramente negacionistas del cambio climático. Han reconocido que esto es un problema muy enorme, pero no hacen nada. Y en parte no hacen nada porque tienen una presión enorme por parte de los lobbies. Tienen capacidad para poner presión pública o a nivel político, como con las puertas giratorias. Es un mundo en el que es muy difícil poner una raya que separe a unos de otros.
Tenemos que pensar que los temas técnicos no hay ningún gobierno que pueda resolverlos por sí solos, es lógico, no tienen expertos en todo. Entonces, para cualquier tema muy técnico como pueda ser las emisiones de las granjas de animales, lo que hacen es pedir asesoramiento de quien sea, sobre todo si es de gente que tiene muchos recursos y que puede montar comisiones de investigación bien formadas con los gobiernos. Es un mal endémico, muy difícil de solventar.
Quizá el problema está en que solo tienen voz los que tienen acceso al poder y, en cambio, deberíamos tener voz todos los ciudadanos. En Suiza, por ejemplo, hacen referéndums para todo. Es algo que retrasa los tiempos, pero implica que la gente tenga que informarse. Ahora mismo los gobiernos están siendo asesorados por los mismos que contaminan, esto es una aberración. Del resto, solo algunas ONG con mucha visibilidad tienen un poco de acceso al poder, pero no tienen ni punto de comparación con la capacidad de acceso que tienen los poderes industriales.
Habláis de los lobbies de la industria cárnica, tal vez no tan conocidos como los del sector de la energía
Tienen muchísimo poder, nosotros ponemos mucho énfasis aquí porque es el gran eslabón no discutido hasta hace muy poquito y culturalmente es uno de los más complicados, porque la dieta con carne está muy arraigada en todas las sociedades europeas y no digamos la española.
Es un sector que tiene muchísimas emisiones de muchos tipos e incrementa los efectos del cambio climático. Estos millones de animales que tenemos explotados los tenemos que alimentar y toda esta alimentación que supone muchísimas hectáreas de cultivos solo para los animales, son cultivos muy intensivos en fertilizantes químicos y en toda una serie de productos que proceden de los combustibles fósiles. La huella ecológica es enorme.
¿Qué otras tácticas utilizan los lobbies?
Hay lobbies de cada empresa y lobbies paraguas que agrupan a todas las grandes empresas de un sector que tienen muchos recursos, y financian informes que a los periodistas les cuesta identificar de dónde vienen. Por ejemplo, hay un gran think tank alimentario europeo que se llama EUFIC (siglas en inglés del Consejo Europeo de Información sobre la Alimentación). Se vende como un gran instituto de investigación en alimentación, que publica muchísimos artículos y da consejos sobre dietas. Y si miras quién lo fundó y quién lo financia, ahí verás que hay todas las grandes industrias alimentarias. Pepsi-Cola, Coca-Cola, McDonalds, Burguer King.
Tienen mucha producción realmente independiente, pero otra está impulsada por alguno de los financiadores o de los fundadores, que se vende como que forma parte de instituto serio. Esto crea una discusión falsa, mucha confusión: ‘hay gente que dice que en realidad la carne no contamina tanto, o que no es cancerígena’. Crear la duda es una táctica utilizada ya por la industria del tabaco.
¿El cambio climático se ha convertido en un elemento de guerra cultural aún hay consensos sobre este asunto?
Creo que esto es culpa de la hipocresía de los que han estado en el poder, porque cuando tú tienes un discurso, pero luego no lo aplicas en la práctica, se te acaba volviendo en contra. Estás alarmando a la gente sobre algo que es realmente muy problemático, pero a nivel de políticas no estás siendo coherente. Por ejemplo, en Cataluña están restringiendo el agua a la gente, pero restringen mucho menos la enorme cantidad de agua que se utiliza para cultivos, muchos solo de pienso para animales, o para los turistas.
Se genera el caldo de cultivo para que la gente diga ‘si tú tampoco te lo crees, porque me lo tengo que creer yo’, se reboten y empiecen a decir que no existe el cambio climático o que no nos afecta. La gente hay un momento en que, si no le das herramientas y le sigues enviando el mensaje alarmista, desconecta. La hipocresía política es enorme, porque han estado décadas no haciendo nada y de repente han empezado a vender un discurso de que les preocupa muchísimo el cambio climático, pero lo que hacen son amenazas a los ciudadanos, como ‘vas a tener que consumir menos, vas a tener que viajar menos’, en lugar de hacer políticas educativas, políticas de pedagogía.
Todos somos obstruccionistas por nuestras acciones, como coger vuelos baratos de un fin de semana.
Nos han predispuesto a todo esto. Es decir, tomamos vuelos baratos porque la industria aeronáutica está muy subvencionada. La gente no está volando porque quiera, sino porque le hemos generado un escenario de consumo así.
Yo no vuelo, pero nunca prohibiría volar a la gente, me parecería una falta de respeto enorme. Hemos generado una sociedad en la que la mayoría de personas trabaja en trabajos que no les llenan a nivel personal, que viven en espacios donde muchas veces poderse ir a algún sitio el fin de semana, escaparse de esa lógica, de esa vida que tienen, es lo único que tienen.
Debemos conseguir que la gente tenga más calidad de vida y vidas más plenas, trabajos mucho más satisfactorios, de forma que no necesiten escaparse a través del consumo.