El cambio climático se cobra víctimas inocentes que mientras las grandes empresas de combustibles fósiles siguen contaminando y emitiendo GEI, mientras practican el greenwashing, se quejan de que hay una ‘guerra’ contra ellos y publican beneficios récord.
El filipino Charles Zander y el peruano Saúl Lliuya le ponen cara e historia a esos millones de víctimas inocentes del cambio climático, al que no han contribuido a generar, pero del que sufren sus consecuencias a diario, ya que los efectos del calentamiento global dejaron al primero sin casa y están acabando con el glaciar del que depende el pueblo del segundo.
El reclamo de estas personas es que se les ayude, que necesitan que haya una financiación real que les permita enfrentar las graves consecuencias que el calentamiento global trajo a sus vidas. El financiamiento no solo es justo, sino que es imprescindible para que los pueblos más vulnerables puedan tener esperanzas de sobrevivir.
Víctimas del cambio climático COP30 y la batalla por una financiación justa
Víctimas de los efectos del calentamiento global y del cambio climático reclaman en la cumbre climática de la ONU (COP30) en Belém que los países aumenten de forma urgente la financiación para proteger a sus comunidades de un problema que ellas no crearon. Muchos hablan de injusticia histórica.
Mientras los negociadores encaran la recta final de la cumbre y discuten si “hoja de ruta” es o no es el mejor término, para el peruano Saúl Lliuya y el filipino Charles Zander la crisis climática no es una cuestión de palabras, sino de supervivencia.
Uno enfrenta un glaciar que se derrite y el otro, tifones cada vez más frecuentes y devastadores.
Tifones, glaciares y hogares destruidos: la crisis climática en primera persona
“Hemos visto muchas tácticas dilatorias de ciertos países, así que espero que escuchen las voces de las comunidades que están sufriendo”, dice Zander, un joven de 17 años que asiste a su primera COP con una cierta dosis de esperanza.
El día que quedó grabado en la memoria del joven empezó con un sol resplandeciente en la isla de Bohol, como si fuera una “señal” de que algo malo iba a suceder, cuenta. “Estábamos acostumbrados a los tifones y nos creíamos preparados”, explica, sobre lo que pensaron cuando el cielo empezó a oscurecerse.
Esta vez, sin embargo, fue diferente. El tifón Odette, de categoría 5, golpeó la comunidad con fuertes ráfagas de viento que se llevaron el techo de la casa de Zander y obligaron a la familia a evacuar a toda prisa. Alrededor de 400 personas murieron ese día bajo los escombros, entre ellas dos de los mejores amigos del joven.
Del otro lado del planeta, en los Andes peruanos, la amenaza que se cierne sobre Huaraz, la ciudad de Lliuya, es más silenciosa.
Un glaciar cercano, el Pastoruri se está derritiendo rápidamente debido al aumento de las temperaturas y la población teme que la laguna que recoge las aguas de la montaña se desborde. Además, el retroceso del glaciar amenaza su trabajo como guía de montaña que combina con el cultivo de papa y quinoa, cuyas cosechas también se han reducido con el paso de los años debido a la reducción de las lluvias.
“Estamos cayendo en un hoyo y nos sentimos impotentes; sabemos que es por el cambio climático, pero no qué hacer”, apunta este hombre de 45 años.
Demandas contra grandes contaminadoras: quién debe pagar por el daño climático
Ni Zander ni Lliuya se han conformado con su condición de víctimas. Pese a su semblante tranquilo, el peruano denunció en la justicia alemana a la empresa energética RWE, que opera a miles de kilómetros de su comunidad, por contribuir al cambio climático con sus emisiones.
En la demanda, que finalmente fue desestimada, se pedía que la empresa pagara 20.000 dólares (17.355 euros) para reforzar el dique de la laguna glaciar. Zander, a su vez, se ha convertido en activista ambiental y está apoyando la denuncia de cuatro islas cercanas a Bohol afectadas por el aumento del nivel del mar contra la petrolera Shell, otra gran contaminadora.
Pese a que la probabilidad de éxito de este tipo de demandas es baja, mandan un mensaje: el cambio climático tiene culpables y estos deben pagar.
En la COP30, la presidencia brasileña ha propuesto triplicar la financiación para acciones de adaptación que preparen a las comunidades para los efectos del calentamiento global. Sin embargo, una cosa es el documento y otra, la realidad, y los países desarrollados a menudo arrastran los pies para desembolsar lo prometido, una de las quejas perpetuas de las naciones emergentes.
Pérdidas y daños: un fondo mínimo frente a una emergencia de 400000 millones al año
El Fondo de Pérdidas y Daños, creado hace tres años para apoyar a las comunidades afectadas por el calentamiento global, ha recibido apenas 397 millones de dólares (344 millones de euros) de los 790 millones (685 millones de euros) anunciados y ni siquiera eso se acerca a las necesidades.
El mundo requiere alrededor de 400.000 millones de dólares (347.120 millones de euros) cada año para acciones de adaptación, según la sociedad civil y los expertos.
En la isla de Bohol, la familia de Zander no recibió ningún apoyo económico del Gobierno filipino para reconstruir su casa, que fue considerada solo “parcialmente dañada”. “Tuvimos que reconstruirla nosotros mismos después de enterrar a los amigos y, mientras tanto, esas compañías de combustibles fósiles continúan anunciando beneficios récord”.
Las historias de estas personas, uno luchando contra una energética alemana y el otro perdiendo su hogar por culpa de un tifón de grado 5, empeorado por el calentamiento global, no hace más que evidenciar que la crisis climática solo irá a peor, si no se toman medidas urgentes para pararla.
Se deben disminuir de forma radical las emisiones de gases de efecto invernadero, acabar con los combustibles fósiles de una vez por todas y financiar a los países que necesitan salir de esta crisis climática que no buscaron, pero que les golpea duramente. Seguir leyendo en ECOticias.com / EFE















