Desde el comienzo de la era industrial en el siglo XVIII, las actividades antropogénicas han aumentado el porcentaje de CO2 atmosférico. Pero las cantidades que hay en la actualidad son tan grandes que superan con creces las que se produjeron naturalmente al final de la última glaciación hace 20.000 años.
El dióxido de carbono o CO2 es un gas de efecto invernadero o GEI, llamado así porque que atrapa el calor del sol y ‘calienta’ la atmosfera. Este GEI proviene de la extracción y quema de combustibles fósiles (como el carbón, el petróleo y el gas natural), de incendios forestales, etc. y está acelerando el calentamiento global del planeta.
Las emisiones de CO2 dependen de una gran cantidad de factores: la cuantía y el origen de la electricidad que empleamos, el uso que damos a los vehículos tradicionales, el tipo de consumidores que somos, qué alimentos, envases, ropa, zapatos, tecnología y demás artículos elegimos, cada cuánto cambiamos el móvil o si reciclamos y reutilizamos las cosas.
¿Cuál es el problema con el CO2?
Y es que, en realidad, la producción de dióxido de carbono está íntimamente ligada a cada una de las acciones que realizamos Todos los seres humanos, por eso cada persona tiene una huella de carbono personal, que aumenta o disminuye según su comportamiento y las elecciones que realiza, en todos los aspectos mencionados y en muchos más.
Las interrelaciones personales también influyen en la cantidad de CO2 que se libera, para cumplir nuestras expectativas. Si tomamos todas las precauciones en nuestra vida personal, pero vamos habitualmente a casa de personas que no reciclan, las bebidas que tomemos generarán residuos que aumentarán indirectamente nuestra huella de carbono real.
Lo mismo pasa con cada uno de nuestros actos, ya que tiene repercusión directa o indirecta sobre nuestra huella de carbono, lo que se haga en el trabajo, en el gimnasio, yéndonos de vacaciones, al cine o a un concierto o de compras a un centro comercial. Todas y cada una de nuestras elecciones condicionan nuestra incidencia y responsabilidad en la producción de CO2 y de otros gases de efecto invernadero.
¿Y yo puedo hacer algo?
La respuesta es SÍ, puesto que, como ya explicamos, cada acto tiene sus propias repercusiones en cuanto a la emisión de CO2 y si somos conscientes de ello, podemos limitar nuestra participación. Optar por vehículos eléctricos, trayectos imprescindibles y viajes colectivos, exigir que la huella de carbono de los productos y servicios sea un dato público y presionar para que se empleen energías renovables y se produzca de forma sostenible, son buenas ideas.
Dentro de casa hay infinidad de pequeños detalles que debemos corregir en nuestro devenir diario, que no solo ayudarán a que disminuya la cantidad de CO2, sino que ahorrarán recursos y dinero. Cuidar el agua, decantarnos por la eficiencia energética, no desperdiciar alimentos, comprar lo necesario, reciclar nuestros desperdicios, reparar y reutilizar todo aquello que sea posible y donar lo que no necesitemos, debería ser una costumbre.
Ten en cuenta que, además de contribuir personalmente a disminuir la cantidad de Dióxido de Carbono emitido, estaremos dando ejemplo a otros. Logrando que la suma de muchos esfuerzos y la presión pública fomente y fuerce la necesidad de cambios mayores. Solo la acción colectiva y masiva, motivada por la concienciación social, puede detener la vorágine autodestructiva en la que estamos inmersos.