En el verano de 1964, un trabajo académico en las montañas del este de Nevada terminó derribando, sin que nadie lo supiera en ese momento, uno de los seres vivos más longevos documentados. Prometheus, un pino longevo (Great Basin bristlecone pine) que crecía cerca de Wheeler Peak, cayó con autorización del Servicio Forestal de Estados Unidos (US Forest Service) y se convirtió después en símbolo de una pregunta incómoda (qué precio se paga por conocer con precisión la edad del mundo natural).
La historia, reconstruida con matices por el propio Parque Nacional de Great Basin, no está cerrada del todo. El servicio de parques admite que circulan varias versiones sobre la decisión final de talarlo y resume la incertidumbre con una frase que se ha repetido desde entonces (en inglés) y que condensa el caso (no se sabrá con certeza qué ocurrió).
Lo verificable es el marco. Donald R. Currey, geógrafo, estudiaba la antigüedad de depósitos glaciares (morrenas) y buscaba en los anillos de crecimiento una forma de fechar esas superficies. Para ello, obtuvo permiso para extraer testigos de madera de varios bristlecones del entorno.
En algún punto del muestreo, el método chocó con la realidad del terreno. El parque recoge como hipótesis que una barrena pudo atascarse o que el investigador consideró necesario disponer de una sección completa del tronco para completar el análisis. La autorización existía, pero la variable decisiva, la edad real del árbol, era desconocida antes de cortarlo.
La revelación llegó cuando los anillos se contaron con calma. En otra página divulgativa, el parque precisa que la sección permitió identificar 4.862 anillos de crecimiento y que, por las condiciones extremas en las que viven estos pinos, es plausible que algunos años no quedaran registrados como anillo visible (de ahí que la edad se estime alrededor de los 4.900 años).
El detalle importa porque explica el error humano que hizo posible la pérdida. Un bristlecone no impresiona por su altura como una secuoya, ni por su copa frondosa. Son árboles retorcidos, a veces con grandes partes muertas y solo una franja viva de corteza alimentando la parte activa. Ese aspecto, casi de madera vieja, puede inducir a pensar que se trata de un ejemplar más de un bosque áspero, no de un registro biológico que atraviesa buena parte de la historia humana.
Prometheus, además, cayó antes de que el lugar quedara bajo el paraguas de un parque nacional. El Servicio de Parques recuerda que el árbol se encontraba en una zona que hoy forma parte de Great Basin National Park, creado en 1986, y que el sendero hacia el Wheeler Bristlecone Grove incluye la referencia a aquel ejemplar que fue el más antiguo conocido de su tipo en el momento de su tala.
El legado científico de la dendrocronología no se detuvo, pero el episodio modificó la conversación sobre cómo investigar organismos excepcionales sin destruirlos. En las décadas siguientes, la disciplina consolidó procedimientos de comparación y verificación (cross dating) y, sobre todo, normalizó la obtención de información con técnicas menos invasivas y bases de datos compartidas. La NOAA, a través de su plataforma climática, explica cómo los anillos pueden fechar madera y reconstruir clima mediante patrones comparables entre muestras, precisamente para evitar depender de un único tronco convertido en “prueba total”.
En paralelo, la infraestructura de datos se profesionalizó. El repositorio internacional de datos de anillos (ITRDB), alojado en el servicio climático de la NOAA, reúne series de miles de emplazamientos y permite estudios comparativos sin necesidad de repetir intervenciones agresivas sobre ejemplares singulares.
Desde el punto de vista de la gestión pública, el caso funciona como un recordatorio de algo más prosaico y más actual (la conservación también depende de procedimientos). Un permiso administrativo puede ser correcto y, aun así, insuficiente si no incorpora una evaluación adecuada del valor irremplazable del objeto de estudio. La protección de arboledas de gran antigüedad y la regulación del muestreo científico se han endurecido en muchos contextos desde entonces, con la idea de que la ciencia no debería necesitar la tala para demostrar que algo ha sobrevivido milenios.
















