“Un equipo especial de respuesta del Cincinnati Zoo & Botanical Garden mató a tiros a Harambe un gorila de 17 años de edad, que agarró y arrastró a un niño de cuatro años de edad, tras haber caído en el foso donde moraba el enorme simio, el sábado pasado. Este hecho ha despertado todo tipo de críticas, debates éticos y una enorme indignación.”
Que si la madre fue la culpable de todo, que si están primero los derechos de los seres humanos antes que los de los animales, que si en vez de matarlo deberían haberlo dormido con dardos tranquilizantes, opciones y quejas las hay a puñados, pero qué fue primero ¿el huevo o la gallina?
Si no hubiera zoológicos…
Ese es el principio de todo. Si no hubiera zoos esta situación jamás se habría suscitado. Las voces que vienen advirtiendo acerca de la problemática básica de estos recintos de cautividad son cada vez más y hoy se oyen con mayor fuerza, porque lamentablemente vienen previendo que estas cosas pueden pasar desde hace años, pero no se las escucha hasta que ya es tarde.
Hablamos de un gorila de espalda plateada que debería estar en África y no en EEUU, para empezar. De un espécimen en extremo peligro de extinción que estaba siendo exhibido para regocijo de los visitantes, en unos espacios que ni siquiera son los adecuados para cumplir con las mínimas condiciones de vida de seres de una enorme complejidad, tanta que comparten con el ser humano casi el 98% de su genoma.
Simplemente Harambe no debería haber estado allí, sino en un sitio en donde se pudiera intentar reintroducirlo en la naturaleza o al menos en un espacio adecuado para que pueda reproducirse y ser parte de la salvación de su especie, nunca en un zoo.
Oferta y demanda
Más allá de que los zoológicos son un gran negocio, si no existiera una demanda de estos lugares, la oferta se acabaría por sí misma, esto quiere decir que si la gente dejara de pensar en lo bonito que es ver a un enorme simio que es capaz de aprender el idioma de los signos, de comunicarse con sus semejantes con complejos sonidos y de aprender de sus errores, languideciendo en espacios que para su naturaleza son diminutos (en los peores casos tras unas rejas), los zoos no existirían.
Y si no existieran los zoos, posiblemente estos animales y muchísimos más estarían en sus lugares de origen y correrían menos peligro de ser capturados para acabar tras las rejas de una jaula de exhibición o como mascotas exóticas lejos de sus propios ecosistemas y hábitats naturales.
Eso implicaría que otro enorme negocio, el de la caza ilegal y el contrabando, también se terminaría y todos los activistas y organizaciones que de una u otra manera luchan a diario contra esta plaga se quedarían sin trabajo y serían los primeros en aplaudir su desempleo.
Pero como existen y las personas acuden a ellos, si bien se toman medidas para que no ocurran incidentes como este, éstas pueden fallar (y ejemplos de ello hay millones) y cada espacio tienen sus propias reglas en cuanto a cómo solventar situaciones de emergencia, que pueden ser muy discutibles, pero que en el momento crítico su aplicación depende del criterio de los seres humanos, que aunque nos creamos superiores, somos sin duda falibles.
Educar, educar y educar
La educación sigue siendo el elemento que falta en esta ecuación y es la clave para que estas situaciones no vuelvan a repetirse. Esa madre que debe haber sufrido lo indecible cuando vio a su hijo en manos de un enorme gorila que lo arrastraba por el agua, debería asumir que el problema básico no es haber descuidado a su pequeño por un segundo, sino haberse planteado que llevarlo a un zoo era un error, porque básicamente es ser cómplice de la existencia de los mismos.
La enorme mayoría de los que se han indignado y se han puesto a buscar culpables a los que achacarles la responsabilidad de la muerte del gorila, deberían asumir que lo que no es justo es que Harambe estuviera en ese foso y no en algún lugar de África viviendo una vida acorde a su naturaleza salvaje, porque de nada sirve que se pongan flores en las estatuas de los gorilas si éstos siguen viviendo en cautividad.
Una reflexión final
El mejor homenaje que se debería hacer a la memoria de Harambe es luchar por el cierre definitivo de los zoos y la reintroducción paulatina de los animales en sus medios naturales. Pero como el ser humano es morboso en grado sumo, la muerte de Harambe ha hecho que se disparen las visitas a estos recintos en todas partes del mundo.
Y es que la nuestra es una raza que parece que se regodea en el sufrimiento ajeno, para luego auto consagrarse como los seres más inteligentes, porque podemos entender los abstractos conceptos de libertad o de justicia, pero lo que nos cuesta mucho es ponerlos en práctica. Así nos va.