El permafrost y el hielo de los glaciares se derrite en todo el mundo a causa del calentamiento global y los científicos están sumamente preocupados ante la posibilidad de que existe una liberación de bacterias y agentes patógenos que puedan convertirse en una amenaza para la salud de todos los seres vivos.
La resistencia de las bacterias a los antibióticos representa una amenaza significativa para la salud mundial, que podría verse agravada por la liberación de genes de resistencia a los antibióticos provenientes del derretimiento de los glaciares y el permafrost debido al cambio climático.
La realidad es que ni el hielo más remoto del planeta escapa a la amenaza de que genes de resistencia a los antibióticos se encuentren en proceso de reactivación por diferentes factores. Su dispersión no conoce fronteras y avanza gracias a la contaminación humana y a los perniciosos efectos del cambio climático.
Deshielo y bacterias resistentes
El viaje de una bacteria resistente a los antibióticos puede comenzar en un vertedero urbano del sur de Europa, cruzar el Estrecho de Gibraltar en el intestino de una gaviota, alcanzar las costas de la Antártida o liberarse del hielo que retrocede al ritmo del calentamiento global.
En ese tránsito, deja pistas de una amenaza invisible pero real: la expansión global del resistoma, el conjunto de genes que confieren a los microorganismos y bacterias la capacidad de resistir los efectos de los antibióticos. Una carrera evolutiva que comenzó mucho antes que la medicina moderna, pero que hoy se acelera por la acción humana y un clima cambiante.
Los genes de resistencia (ARGs, por sus siglas en inglés) están circulando en la naturaleza, lo que subraya la importancia de los enfoques One Health o una única salud para comprender mejor cómo se genera, evoluciona y dispersa la resistencia en el ambiente.
Aves portadoras en Doñana
En el sur de España, el Parque Nacional de Doñana acoge cada año a miles de aves migratorias. Muchas de ellas, como las gaviotas patiamarillas o las cigüeñas blancas, alternan entre espacios protegidos y entornos urbanos altamente contaminados. Estos animales se han convertido en portadores involuntarios, ya no solo de restos de plástico, sino también de bacterias resistentes a los antibióticos más potentes de la medicina moderna.
“Nos ofrecen la oportunidad de aprender de ellas, para mejorar las estrategias de uso de medicamentos y de gestión de los residuos que generan”, explica Sánchez, que es coautora de un estudio publicado en la revista Science of The Total Environment sobre concentración de genes de resistencia a las bacterias en fauna aviar. Esta pandemia silenciosa viaja adherida a plumas, patas y heces, alimentada por la contaminación humana.
En concreto, Sánchez y su equipo estudiaron ARGs en heces de diferentes aves acuáticas para comprender su papel como biovectores de bacterias resistentes. Hallaron múltiples ejemplos, la mayoría de ellos referentes a antibacterianos ampliamente utilizados tanto en medicina humana como animal.
Además, encontraron en gaviotas sombrías (Larus fuscus) genes de resistencia a carbapeménicos y colistina, lo que despierta cierta preocupación al ser antibióticos de última línea, es decir, los que se utilizan cuando ningún otro funciona para tratar bacterias multirresistentes. Esta especie cría en el norte de Europa y pasa el invierno en nuestras latitudes, adquiriendo y dispersando las resistencias a lo largo de toda su ruta.
Otro estudio en esta especie, publicado en Environmental Pollution y parte del proyecto DARABI, demostró que los especímenes que frecuentan vertederos y otras fuentes de contaminación muestran niveles significativamente más altos de genes en bacterias de resistencia que aquellos con dietas más naturales. “Es importante destacar es que las aves no son el problema, sino más bien nuestras aliadas al alertarnos sobre el impacto de las actividades humanas”, enfatiza la científica de la EBD.
Travesía al Atlántico Sur
Las especies que cruzan continentes contribuyen a la globalización de la resistencia. Uno de los ecosistemas más aislados del planeta, la Antártida, tampoco escapa a la presencia de estos ARGs. Un estudio en 2024 sobre excrementos de pingüinos Adélie y skuas antárticos en las cercanías de la Estación Syowa (Antártida Oriental) halló varios genes de resistencia a antibióticos y metales, así como otros patógenos.
También hasta el océano austral se desplazó en 2022 y 2023 un equipo de la Universidad de Barcelona para entender la evolución de estos genes en condiciones prácticamente libres de intervención humana. “Este lugar es especialmente relevante tanto por su mínima influencia humana como por su aislamiento ambiental, reforzado por la corriente circumpolar antártica, que actúa como una barrera natural frente a la entrada de contaminantes externos”, indica el biólogo Gabriel Roscales García, miembro del equipo científico que participó en esta travesía que se engloba en el proyecto CHALLENGE-2.
Los investigadores recogieron muestras tanto de agua como de sedimentos marinos en 17 puntos distintos a lo largo de la península antártica, con distintos niveles de actividad humana y presencia de fauna. Para ello emplearon técnicas avanzadas de biología molecular como la PCR cuantitativa en tiempo real y la secuenciación del gen 16S rRNA, que permite caracterizar las comunidades microbianas asociadas a contaminación fecal.
Su objetivo era doble: describir la distribución y prevalencia de genes de resistencia en un entorno que funciona como referencia del resistoma ‘preantibiótico’, y analizar el impacto de las actividades humanas y animales en su propagación.
La tierra: una sola salud
Los resultados no dejan lugar a dudas, hasta las regiones más remotas y protegidas del planeta, amparadas por el Tratado Antártico, tiene niveles elevados de estos genes en áreas cercanas a bases científicas y zonas frecuentadas por fauna silvestre.
“Esto pone de manifiesto la magnitud global del problema. Si estos efectos se observan en un entorno tan restringido y vigilado como la Antártida, es lógico pensar que en regiones más pobladas y con menor regulación ambiental la propagación será aún mayor y más difícil de controlar”, advierte el investigador.
La investigación apunta como principales vías de introducción a las aguas residuales insuficientemente tratadas y la contaminación fecal. Los genes llegan transportados por bacterias resistentes expulsadas en aguas residuales, y no tanto por la selección natural inducida por la presencia de antibióticos en el entorno. “Necesitamos estrategias integrales bajo el enfoque One Health«, asevera Elisenda Ballesté, coautora del estudio en la UB.
¿Qué hay en el hielo?
Pero no todas las resistencias son nuevas, muchas podrían estar en nuestro planeta desde mucho antes que el ser humano inventara la penicilina. En los suelos expuestos por el retroceso de glaciares, algunos investigadores están descubriendo lo que podríamos llamar ‘resistomas fósiles’: genes antiguos que confieren resistencia y que, con el deshielo, están volviendo a interactuar con el entorno.
El oceanógrafo microbianoJabir Thajudeen, del Centro Nacional para la Investigación Polar y Oceánica de la India: “Nosotros hemos detectado ARGs en sitios remotos y prístinos, alejados de la actividad humana directa, lo que minimiza la probabilidad de contaminación reciente”.
En un estudio reciente apunta que muchos de estos genes están ligados a mecanismos intrínsecos de resistencia presentes en microbios antiguos como Actinobacteria y Acidobacteria, por lo que formarían parte de un proceso evolutivo natural y no exclusivamente producto de la acción humana moderna.
Según esta investigación, ciertos factores ambientales como el pH y el carbono orgánico total influyen significativamente en la configuración del resistoma en zonas de deshielo glaciar. “Estos cambios generan microhábitats que favorecen selectivamente a los microorganismos portadores de ARGs”, asevera, advirtiendo que estos ambientes pueden convertirse en nuevos “puntos críticos” de resistencia a medida que se acelera el calentamiento global.
Aunque actualmente el riesgo de propagación de genes resistentes desde las regiones polares hacia poblaciones humanas es bajo, Thajudeen advierte que “el deshielo impulsado por el cambio climático aumenta la conectividad entre los ecosistemas polares y templados”.
Esto podría facilitar la diseminación de genes resistentes y de bacterias a través de aguas de deshielo, aves migratorias o una mayor presencia humana. Asimismo, la detección de ARGs en patógenos oportunistas como Mycobacterium y Pseudomonas subraya la urgencia de establecer medidas preventivas y una vigilancia activa para mitigar riesgos futuros.
Recientemente han realizado campañas de campo en el Alto Ártico canadiense para investigar ARGs en el permafrost y ecosistemas adyacentes. “El monitoreo a largo plazo de los resistomas polares es una prioridad”, asegura, añadiendo que planean establecer programas de vigilancia. La colaboración con estaciones científicas y comunidades locales será clave para desarrollar sistemas de alerta temprana. ECOticias.com