Las tierras desempeñan un papel vital en el sustento de las comunidades humanas, el cuidado de los diversos ecosistemas y la regulación del clima planetario. Por ello, las tasas actuales de degradación representan una importante amenaza ambiental y socioeconómica que contribuyen al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las crisis sociales.
Prevenir y revertir la degradación de la tierra son algunos de los objetivos clave de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación y también son fundamentales para las otras dos Convenciones de Río: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Convenio sobre la Diversidad Biológica.
Actuaciones para prevenir la degradación de la tierra
Reducir el desperdicio alimentario en un 75 %, recuperar el 50 % de las tierras degradadas y adoptar una dieta con menos carne y más productos marinos -incluidas algas- son los objetivos propuestos de cara a 2050 por una veintena de expertos internacionales en desertificación y ecología para frenar la degradación del territorio y la erosión.
Entre los firmantes del texto, un artículo que se publica hoy en ‘Nature’ y que pretende concienciar a los responsables políticos de la urgencia de la lucha contra la desertificación y degradación de la tierra, está el investigador del Centro Superior de Investigaciones científicas (CSIC), Jaime Martínez Valderrama, según ha informado este organismo.
“Cambiar el sistema alimentario reduciría la presión sobre los recursos naturales, lo que, a su vez, permitiría la recuperación de tierras y masas de agua afectados por procesos de desertificación. Esto no solo tiene efectos positivos sobre la degradación del territorio, sino que contribuye a mitigar el cambio climático y frena la pérdida de biodiversidad”, según Martínez Valderrama, investigador en la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), centro del CSIC en Almería.
De no disminuir el ritmo de la degradación del territorio, los autores advierten de que no será posible alcanzar los objetivos establecidos en el marco de las convenciones de Río (el Convenio sobre la Diversidad Biológica, la Convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático y la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación; llamadas así porque surgen de la conferencia celebrada en Río de Janeiro en 1992).
Entre los autores del texto se encuentran el jefe científico de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD) y varios miembros de la Science Policy Interface (Interfaz Ciencia-Política) de dicha convención. A día de hoy, el 34 % de la superficie terrestre no cubierta de hielo se destina a la producción de alimento, ya sea en forma de cultivos o forraje.
Agua potable y deforestación
Varios estudios concluyen que el sistema alimentario provoca el 21 % de gases de efecto invernadero, el 80 % de la deforestación y el 70 % del consumo de agua dulce, además de ser la mayor causa de pérdida de biodiversidad terrestre. A esto hay que sumar que las prácticas agrícolas no sostenibles erosionan y salinizan el suelo (lo que produce desertificación), agotan nutrientes y acuíferos y contaminan con agroquímicos ecosistemas terrestres y acuáticos.
Con las actuales tendencias de consumo, se calcula que, para 2050, el porcentaje de terreno dedicado a la producción de alimento podría elevarse hasta el 42 % de la superficie disponible, lo que intensificará la presión sobre los ecosistemas y pondrá en riesgo servicios esenciales como la regulación hídrica y la conservación de hábitats, amenazando el sustento de millones de personas.
Frente a este escenario, estos expertos proponen una «importante y necesaria» reducción del impacto ambiental ligado a la producción alimentaria, y reducir en un 75 % el desperdicio alimentario, además de recuperar el 50 % de las tierras degradas forestales y agrarias, tomando como base las cifras de 2020.
Los autores también ponen números a la dieta basada en productos marinos: El objetivo sería que pescado y marisco sostenible reemplacen al 70 % del consumo de carne roja y ultraprocesados, y que un 10 % del consumo vegetal sea a base de algas.
El artículo cuantifica el impacto positivo que supondrían los objetivos propuestos y lo hace usando indicadores de organizaciones internacionales, incluyendo la ONU, así como datos extraídos de estudios científicos recientes. El resultado es que adoptar estas recomendaciones permitiría reducir la superficie agraria en más de 40 millones de kilómetros cuadrados; además de mitigar las emisiones de CO2 en casi 400 gigatoneladas.
Los expertos ofrecen múltiples acciones para abordar la degradación de la tierra, que también generarían diversos beneficios para el clima y la biodiversidad, a la vez que promoverán sistemas alimentarios sostenibles que contribuyan a evitar el riesgo de una crisis alimentaria mundial. EFE / ECOticias.com