Qué es la transición verde. En la lucha contra el cambio climático hay una prioridad: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, sobre todo, de dióxido de carbono (CO₂).
El 75 % de esas emisiones las generamos consumiendo combustibles fósiles para producir energía, por lo que es esencial descarbonizar el modelo energético.
De ahí que la llamada transición energética se haya convertido en un aspecto central de las políticas climáticas de la mayoría de los países del mundo.

En muchos contextos, se usa el término transición verde o transición ecológica como sinónimo de transición energética. Sin embargo, existen matices.
Pacto Verde Europeo
Tal como se recoge en el Pacto Verde Europeo, la transición verde sigue teniendo como elemento central la transición energética, pero incorpora también medidas para restaurar y proteger los ecosistemas y los servicios que estos nos prestan, soluciones para hacer frente a los desafíos que ya está causando el cambio climático y acciones para reducir la contaminación y los residuos, entre otras cosas.
“Hablemos de transición energética o de transición verde, al final nos referimos a los cambios estructurales que hay que hacer en la economía para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera y luchar contra el cambio climático”, explica Jorge Sanz, director asociado en la Práctica de Energía y Medioambiente de la consultora NERA. “Y esos cambios estructurales, lógicamente, se centran en el sector energético porque es el responsable del 75% de las emisiones”, agrega.
“En la Unión Europea se pretende que en el año 2030 se emita un 55% menos de lo que se emitía en 1990 y para el año 2050 el objetivo es alcanzar las emisiones netas cero. Es decir, ser capaces de emitir lo mismo que podamos capturar bien a través de medios naturales, como los bosques y los humedales, o a través de medios artificiales”, añade el experto en energía y medioambiente.
La importancia de la inercia y de la tecnología
Para descarbonizar la producción de energía es importante actuar tanto en la forma en que producimos esa energía como en la forma en la que la consumimos en sus muchos usos finales. Para todo ello, en las últimas décadas se han desarrollado una serie de tecnologías que jugarán su papel en la transición energética y, también, en la transición verde.
- Renovables: eólica y solar. Son las dos tecnologías de producción eléctrica limpias que son rentables en la actualidad. Su gran desafío es que necesitan un respaldo, ya que su producción no es constante. En la actualidad, la mayor parte de ese respaldo se proporciona quemando carbón o gas y en las centrales nucleares, que tampoco emiten CO₂.
- Hidroeléctricas reversibles y bombeos. Las presas y las centrales hidroeléctricas son el método más antiguo de producir electricidad. En los últimos años, además, se están convirtiendo en un importante respaldo para las renovables mediante las centrales reversibles. Estas aprovechan la energía sobrante en los momentos de máxima producción renovable para bombear agua a un embalse a mayor altura. Cuando baja la producción renovable, ese agua se libera y se utiliza para generar electricidad.
- Baterías. Hoy por hoy, siguen siendo un método de almacenamiento demasiado costoso a gran escala, aunque sus precios no han dejado de bajar. El gran problema es que no poseen inercia, por lo que si algo falla pueden comprometer la seguridad de todo el sistema eléctrico.

Contribuir a descarbonizar usos concretos de la energía
“Para que el sistema eléctrico tenga garantías es importante que haya inercia, que haya ejes que se muevan y que giren, como en las turbinas. Si interrumpes la fuente de suministro, el eje no se para de forma instantánea, sino que sigue girando por su inercia y pierde velocidad poco a poco. Así, la caída de la producción eléctrica es gradual y el operador del sistema eléctrico tiene margen para poner en marcha otras instalaciones de generación y evitar una caída de todo el sistema”, explica Sanz.
Además de estas tecnologías, existen otras de menor rentabilidad o en un estado más temprano de desarrollo que, si bien no representan una solución definitiva, pueden contribuir a descarbonizar usos concretos de la energía. Los biocarburantes o los carburantes sintéticos avanzados, por ejemplo, nunca llegarán a ser competitivos frente a los vehículos eléctricos, según Sanz, pero sí podrían servir para reducir las emisiones de aquellos transportes que no se puedan electrificar.
En ese grupo también entrarían el biometano (que actualmente se está estudiando como solución para descarbonizar el transporte marítimo) y el hidrógeno verde (también llamado verde), que podría ser una solución para la aviación o para las industrias que necesitan producir altas temperaturas, inalcanzables de forma eficiente mediante un sistema eléctrico. Por último, también existen tecnologías para reducir la demanda final de energía, como todas aquellas destinadas a la rehabilitación energética de los edificios.
No causar perjuicio y la taxonomía verde
Aunque la estrategia europea de transición verde establece como prioritario cambiar el sistema energético, también recoge la importancia de proteger los ecosistemas y de completar esa transición de forma justa. En este sentido, cobra especial importancia el principio de no causar un perjuicio significativo sobre el medioambiente (DNSH, por sus siglas en inglés).
“La primera vez que se incluyó este término en las regulaciones europeas fue en 2020. Con él se logra que la legislación europea condicione las actuaciones de la Comisión Europea en su actividad ordinaria”, explica Sanz. Al introducir este principio en las sucesivas normas aprobadas desde entonces, lo que se busca es que ninguna actuación, desde los planes de desarrollo o los planes nacionales de energía y clima hasta las subvenciones, acabe por perjudicar el medio ambiente. Qué es la transición verde.