La era en la que China funcionaba como el almacén inagotable y fiable del mundo parece haber llegado a su fin, o al menos, ha entrado en una fase de transformación crítica que está obligando a Europa a reescribir sus estrategias comerciales. Un reciente informe de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China ha puesto cifras a un temor que llevaba meses recorriendo los despachos de las grandes corporaciones. El 36% de las empresas encuestadas ya están trabajando activamente para trasladar sus cadenas de suministro fuera del gigante asiático. El motivo no es otro que los crecientes controles de exportación impuestos por Pekín, una maniobra geopolítica que está golpeando la línea de flotación de la industria tecnológica y la economía verde.
Los datos arrojados por el organismo son contundentes y reflejan un escenario de “incertidumbre” que paraliza la inversión. Jens Eskelund, presidente de la cámara, ha sido claro al señalar que los controles de exportación han aumentado la inseguridad de las compañías, enfrentándose ahora a riesgos reales de “desaceleración de la producción o incluso paros” completos. La encuesta, realizada a finales de noviembre, revela que el impacto económico es tangible y doloroso. Una de las empresas participantes anticipa que los costes derivados de estas restricciones alcanzarán el 20% de sus ingresos globales para 2025. Otra compañía estima gastos adicionales que superan los 250 millones de euros, una factura demasiado alta derivada únicamente de las trabas burocráticas y logísticas.
El sector del automóvil, en el ojo del huracán
La situación se ha vuelto especialmente delicada para la industria automotriz, un sector que se encuentra en plena transición hacia el vehículo eléctrico y que depende casi en su totalidad de semiconductores y materias primas específicas. La crisis de la cadena de suministro se agudizó el pasado octubre tras la intervención del gobierno neerlandés en el fabricante de chips Nexperia por motivos de seguridad nacional. La respuesta de China no se hizo esperar y detuvo las exportaciones desde las instalaciones de dicha compañía en su territorio.
Este movimiento envió ondas de choque a través de todo el sector. Nexperia es responsable de la producción de cientos de millones de semiconductores discretos al año, componentes que son “esenciales para los sistemas eléctricos de los vehículos”. Gigantes como Volkswagen, BMW, Mercedes-Benz o Stellantis confirmaron estar monitorizando la situación con extrema cautela. De hecho, la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles advirtió que las existencias de chips disponibles apenas durarían unas semanas si el bloqueo persistía.
Ante este panorama, los fabricantes han dado una orden clara a sus proveedores (identificar alternativas a los componentes de origen chino). Matthias Zink, jefe de CLEPA, la asociación europea de proveedores, confirmó que ya han recibido consultas urgentes sobre cómo mantener el suministro prescindiendo de la tecnología china, lo que evidencia la prisa por desacoplarse de una dependencia que ahora se percibe como una amenaza existencial.
Tierras raras y burocracia como arma
El conflicto va más allá de los microchips. China ha utilizado su dominio sobre las tierras raras, elementos químicos indispensables para fabricar desde imanes de turbinas eólicas hasta pantallas de móviles, como una herramienta de presión. Pekín impuso dos oleadas de controles este año, exigiendo licencias de exportación que, en la práctica, funcionan como un embudo. Aunque las medidas de octubre fueron suspendidas temporalmente tras una reunión diplomática entre Xi Jinping y Donald Trump, los controles de abril siguen vigentes y sus efectos son notorios.
Las empresas europeas denuncian un bloqueo administrativo sistemático. El Ministerio de Comercio de China ha aprobado menos del 25% de las solicitudes de licencias de exportación presentadas. Además, el 40% de los encuestados indicaron que el proceso para obtener estos permisos excede el plazo prometido de 45 días, sumiendo a los departamentos de logística en un limbo operativo.
El análisis de esta situación sugiere que la confianza se ha roto. Grandes nombres como Nokia o TotalEnergies, que también participaron en el estudio, observan cómo la geopolítica se entromete en la eficiencia empresarial. La realidad es que las cadenas de suministro globales están pagando el precio de una guerra comercial que se libra en los despachos pero que se siente en las fábricas. La diversificación ya no es una opción estratégica a largo plazo, sino una necesidad imperiosa para sobrevivir en un mercado donde la “fábrica del mundo” ha decidido cerrar sus puertas de forma selectiva.













