La obesidad urbana se ha convertido en una de las crisis sanitarias más urgentes del siglo XXI, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que su avance está estrechamente ligado al diseño deficiente de muchas ciudades.
En entornos urbanos donde predominan el tráfico denso, la falta de espacios verdes y la escasez de infraestructuras seguras para caminar o andar en bicicleta, las personas encuentran más difícil mantener estilos de vida saludables. Esta combinación de factores está disparando el riesgo de obesidad, especialmente en los sectores más vulnerables.
Según la OMS, las ciudades mal planificadas favorecen entornos obesogénicos: barrios sin parques, aceras deterioradas, transporte público deficiente o escasa disponibilidad de alimentos frescos y asequibles. En estas zonas, la comida ultraprocesada suele ser más accesible y barata que las opciones nutritivas, lo que contribuye a dietas desequilibradas y a obesidad.
La OMS alerta: la obesidad urbana comienza en el diseño de las ciudades
La presencia de núcleos urbanos que puedan visitarse andando, con pequeños parques, lagos, comercios, zonas de ocio y cultura no solo enriquecen a una ciudad en su apariencia estética, sino que sus ciudadanos también se benefician de ella al obtener un mejor perfil cardiovascular y metabólico.
La prevención contra la obesidad comienza fuera de los hospitales. Es decir, en las áreas donde residimos, en las escuelas y también dónde compramos nuestros alimentos
Un estudio, publicado en la revista científica Obesity Reviews, vincula que los entornos construidos que promueven el deporte y el contacto con la naturaleza reducen el riesgo de padecer obesidad.
De hecho, sus investigaciones concluyeron que la actividad física moderada –medida con acelerómetros– influye entre un 8 y un 12 % en la relación entre la transitabilidad de un barrio y la aparición de esta enfermedad crónica. En cuestionarios cualitativos caminar por ocio explicaba un 20 % el vínculo con el índice de Masa Corporal (IMC) y alrededor de un 40 % el de la circunferencia de la cintura.
Calles caminables y movilidad activa: claves para frenar la epidemia de obesidad
La prevención contra la obesidad comienza fuera de los hospitales. Es decir, en las áreas donde residimos, en las escuelas y también dónde compramos nuestros alimentos
Según comenta la directora de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la OMS, María Neira, “la prevención contra la obesidad comienza fuera de los hospitales”. Es decir, “en las áreas donde residimos, en las escuelas y también dónde compramos nuestros alimentos”, argumenta.
Para la experta, es necesario planificar ciudades que apuesten por la movilidad y la interacción social, que respeten la cultura, incluyan centros de reunión ciudadana y fomenten el contacto con la naturaleza. Algunas ciudades, como Estocolmo o Copenhague, ya son modelos ejemplares de este tipo de rediseño para evitar la obesidad en este sentido.
El rol del sector público: garantizar actividad física accesible para todos
“La salud está por encima de todo debate político”, afirma Neira. “Cualquier alcalde puede identificar nuevas vías para prevenir la obesidad desde sus políticas públicas y lograr un éxito importante”. Para ello, añade, los ciudadanos deben ser más exigentes e incorporar a la comunidad científica en estas medidas.
Conforme a la Guía para Planificar ciudades Saludables del Ministerio de Sanidad, existe un método para promover el movimiento y el deporte –desde la ordenación urbanística– con el fin de comprender la ciudad como un entorno que fomente la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos; fuera de la obesidad.
De hecho, el urbanismo nace con este propósito, según expresa a SINC una de sus autoras e investigadora en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), Esther Higueras. “En el siglo XIX surgen las primeras leyes sanitarias que intentaban frenar las altas tasas de mortalidad de las ciudades industrializadas”.
Es preciso diseñar ciudades pensadas para caminar y montar en bici, introducir la naturaleza en los barrios para mejorar el clima urbano y crear espacios de encuentro y convivencia social donde no haya obesidad.
El plan que propone para mejorar la vida en estos entornos pasa por tres líneas de actuación: diseñar ciudades pensadas para caminar y montar en bicicleta, introducir la naturaleza en los barrios para mejorar el clima urbano; y finalmente, crear espacios de encuentro y convivencia social.
Hoy en día tenemos problemas de salud importantes como el sedentarismo o el aislamiento social, que están fomentando la aparición de la obesidad, condiciones cardiovasculares, además de otras enfermedades de origen mental”, argumenta. Por ello, incitar a la movilidad pasa de tener espacios verdes a menos de 10 o 5 minutos a que las calles sean atractivas y estéticas.
Es preciso diseñar ciudades pensadas para caminar y montar en bici, introducir la naturaleza en los barrios para mejorar el clima urbano y crear espacios de encuentro y convivencia social donde no haya obesidad.
En esto último, “la belleza puede hacer que nos movamos alejando la obesidad”, puntualiza Higueras. “Si las ciudades tienen árboles, fuentes, bancos, zonas de juego y espacios para actividades, nos incitan a salir, a pasear y a movernos”, señala en relación con la Nueva Bauhaus Europea, iniciada por la Comisión Europea y cuyos valores apuestan por la sostenibilidad, la inclusión y la belleza de las ciudades.
Asimismo, otra investigación, centrada en Madrid y publicada en la revista Diabetología, defiende que la existencia de espacios públicos que fomenten el deporte como los polideportivos, los centros de baile o los gimnasios también reducen la prevalencia de obesidad y de enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2.
Sin embargo, no todo el mundo tiene acceso directo a estas instalaciones de deporte y ocio. Los hallazgos revelaron que los barrios con una menor disponibilidad tienen una mayor incidencia de enfermedades crónicas, especialmente en mujeres y vecindarios de bajo nivel económico.
Desigualdad urbana: los barrios más pobres sufren más obesidad y diabetes
La tasa de obesidad en barrios pobres es del 43,7 % frente a la de los barrios más ricos que tenían una incidencia del 30,6%
“Tener recursos como estos es imprescindible”, cuenta el primer autor del estudio e investigador en la Universidad de Alcalá (Madrid), Luís Cereijo. Sin embargo, “las condiciones materiales de vida son las que van a determinar en realidad el tiempo, los medios y las condiciones laborales para hacer deporte”, sugiere.
Él y su equipo se dieron cuenta de que la tasa de obesidad en barrios pobres era del 43,7 % frente a la de los barrios más ricos que tenían una incidencia del 30,6%. La diabetes, por su parte, siguió el mismo patrón con un 9,1 % y un 5%, respectivamente. Además, el número de instalaciones deportivas también variaba según la riqueza.
El sector público tiene que asumir que el deporte no solo tiene que ofrecerlo, sino que debe garantizárselo a todos los ciudadanos para evitar la obesidad.
Como solución, el experto anima a que el Estado asuma la responsabilidad de los programas deportivos en su totalidad, “porque si dependes del sector privado, sabes que tiene una serie de necesidades logísticas y económicas”, cuenta. Por lo que estas instalaciones, se ubicarán siempre en zonas donde se pueda pagar el coste de estos programas.
“El sector público tiene que asumir que el deporte no solo tiene que ofrecerlo, sino que debe garantizárselo a todos los ciudadanos para alejar la obesidad”, puntualiza el experto. Los recursos deportivos tienen que ser más accesibles, integradores y no estar orientados a la práctica de una u otra modalidad deportiva, sino a la actividad física libre, para que cada persona pueda acceder a ella y desarrollarla”, concluye.
La OMS subraya que revertir esta tendencia requiere políticas urbanas integrales: fomentar calles seguras para peatones, ampliar ciclovías, mejorar el transporte público, incentivar mercados locales de alimentos frescos y promover viviendas dignas.
Transformar la ciudad en un espacio que apoye decisiones saludables, donde no haya cabida para la obesidad, no solo beneficia la salud individual, sino que también reduce costos sanitarios y promueve comunidades más equitativas y resilientes. Seguir leyendo en ECOticias.com














