Los alimentos transgénicos, producto de la ingeniería genética, son plantas o productos cárnicos a los que se les ha modificado su ADN. El mismo es alterado artificialmente en un laboratorio, introduciéndole los genes de otras plantas, animales, virus, o bacterias, con el fin de producir especies diferentes.
Cuando hablamos de transgénicos, nos referimos a productos genéticos, que pueden ser resistentes a un herbicida, como los cultivos de Monsanto (ahora propiedad de Bayer) frente al Glifosato, a una plaga determinada o ser capaces de crecer a un ritmo muy acelerado y múltiples opciones más.
Dichas alteraciones genéticas son meramente experimentales, por lo que jamás se las encontraría como tales en la naturaleza. El término científico correcto para denominarlos es “transgénicos”. Pero también se alude a ellos como cultivos o animales GE u OMG y todos son producto de la ingeniería genética.
De los más de 190 países que componen nuestro planeta, menos de la mitad están obligados a etiquetar los alimentos modificados genéticamente. Una contradicción es que EEUU, la cuna de los transgénicos, no exige un etiquetado especial para vender los productos OMG. Lo preocupante es que esas mismas empresas son las que venden en el extranjero: ¿los mismos productos reformulados?
Uno de los primeros productos transgénicos que se vendió era una pulpa de tomates que se comercializaba en Inglaterra en los años 90. Y en la lata aclaraba que eran OMG. El hecho es que en la actualidad, en Europa se permite que desechos de soja, maíz, colza y algodón, se empleen, por ejemplo, como emulsionantes. Pero al no ser un producto “entero” no hay por qué advertir en la etiqueta que el origen es transgénico.
En Europa estamos consumiendo algunos de estos subproductos Genéticamente Modificados, pero no lo sabemos, Porque a menos que sea algo directamente producido como OMG, no hay por qué etiquetarlo así. Y ejemplos de ello hay muchísimos, además de los ya mencionados.
Inocuidad y equivalencia sustancial de los transgénicos
El tema de la inocuidad de los alimentos transgénicos u OMG se discutió por primera vez hace ya más de 30 años. Fue durante una reunión entre la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los representantes de biotecnología en 1990.
El concepto de «equivalencia sustancial» fue propuesto a principios de 1996. La adopción del mismo permitió que muchas empresas obtuvieran el permiso para comercializar y vender nuevos alimentos sin ningún tipo de pruebas de seguridad o de toxicología. Siempre y cuando su composición química no difiriera demasiado de la de los alimentos que ya estaban en el mercado.
Para decidir si un producto modificado es sustancialmente equivalente, este debe ser probado por el fabricante. Y ello se hace exponiéndolo a cambios inesperados en un conjunto limitado de variables, tales como toxinas, nutrientes o alérgenos que son conocidos por estar presentes en el alimento no modificado. Si estas pruebas no muestran diferencias significativas entre los productos modificados y los no modificados, entonces no se requiere ninguna prueba más para dar por sentada su seguridad alimentaria.
¿Riesgos? ¿Etiquetas?
Los riesgos para la salud de los seres humanos que consumen alimentos genéticamente modificados no están claros. Y al ser bastante recientes, no existen más que sospechas de sus consecuencias, ya que no se han realizado estudios a largo plazo sobre la seguridad de los alimentos transgénicos en los seres humanos.
Para aprobar los nuevos fármacos o alimentos se requieren estrictas evaluaciones, en cambio, la seguridad de los alimentos genéticamente modificados para consumo humano, según sostienen muchos científicos, no posee la rigurosidad adecuada.
Una gran cantidad de personas emplean los datos que se les brindan en las etiquetas, como la cantidad de calorías, los valores nutricionales o los elementos que contiene para seleccionar los alimentos que compran. Ya sea para ellos mismos, sus familias, amigos y hasta para sus mascotas (en muchos piensos hay soja o maíz transgénico y no hay obligación de especificarlo).
De lo que nadie tiene dudas es de que todos y cada uno de los habitantes del planeta, tenemos derecho a saber exactamente qué es lo que hay en nuestros Alimentos. Si contienen sustancias químicas y/o elementos potencialmente bioacumulables y si son subproductos de cultivos o de animales modificados genéticamente.
Apuesta por los alimentos ecológicos
Podemos y debemos instar al gobierno nacional y europeo a promulgar una legislación que exija pruebas estrictas que nos protejan de los posibles riesgos de los cultivos transgénicos y el etiquetado de TODOS, los alimentos que los contienen. Así sean productos o subproductos.
Podemos adquirir alimentos ecológicos de los agricultores que no usan semillas o métodos transgénicos, ni agroquímicos. Elegir aquellos que son orgánicos, ecológicos o naturales y verificar los sellos que le dan categoría de tales. Porque lo mejor para nuestra salud y la del medio ambiente es comprar frutas, verduras y demás productos certificados.
Y, por último, lo que no debemos hacer es creernos a pie juntillas la historia de que los transgénicos serán los alimentos que quitarán el hambre del mundo. Estas son meras falacias inventadas por las grandes compañías, que recurren a cualquier argucia, con tal de vender sus productos. Lo ecológico es la única alternativa válida para alimentarnos todos de manera adecuada, sin poner en peligro nuestra salud.