Comer carne es una aberración ecológica y social El debate continúa, también en Suiza. Una organización no gubernamental quiere animar a los consumidores a reducir a la mitad su demanda de carne.
Una iniciativa que, por cierto, disgusta a la industria cárnica.
Antes se hablaba de los riesgos para la salud, las cuestiones éticas y el desarrollo de enfermedades contagiosas. Recientemente, la salvaguardia del planeta se ha convertido en el nuevo credo de los detractores de la carne. Un imperativo social y ecológico que ha trascendido largamente el círculo de activistas y vegetarianos históricos.
«La salud, la pureza, la espiritualidad, la negativa a la matanza de animales… una alimentación adaptada al planeta fue un argumento de los primeros vegetarianos hace más de 30 años. La defensa de la naturaleza no es nueva, pero ha calado en la opinión pública en los últimos años con la creciente conciencia sobre el calentamiento global. Se combina con una ética hacia los animales, incluso más fuerte que las crisis alimentarias», dice Laurence Ossipow, etnóloga de la Escuela de Trabajo Social de Ginebra y autora del libro ‘La cocina del cuerpo y el alma’ (La cuisine du corps et de l’âme’).
La contaminación por metano, un gas potente que causa el efecto de invernadero, la deforestación, el saqueo de los recursos alimentarios de los países del Sur y el consumo de combustibles para importar carne y forraje son solo algunos argumentos esgrimidos por los opositores al filete.
¡Quita las manos de mi parrilla!
Pese a los llamamientos a la moderación, los suizos no han sido reacios a encender sus barbacoas en 2010. Consumieron un promedio de 53,6 kilos de carne por persona, un récord para la década.
«El vegetarianismo y la ecología son, sobre todo, preocupaciones de los ricos o de la clase media. Es probable que el consumo de carne esté disminuyendo en este grupo de la población, pero se vuelve más accesible a las clases bajas, aunque el discurso dietético y relacionado a lo biológico penetra poco a poco en todas los estratos sociales «, señala Laurence Ossipow.
Heinrich Bucher es director de Proviande, el gremio suizo de la industria cárnica que calma el apetito de los suizos: «El consumo de carne ha disminuido desde los años 90 y se estancó en la última década. Y Suiza está en la cola del pelotón europeo, muy por detrás de países como España o Francia».
Laurence Ossipow ve dos razones principales para medir el entusiasmo moderado de los suizos por la carne en comparación con sus vecinos europeos: la influencia del movimiento ‘Reforma de la vida’ (Lebensreform) y un modo de alimentación de esencia protestante que rechaza el exceso.
El mayor consumo de carne en Suiza se alcanzó en 1987. Fue dos veces mayor que en los años 50, siguiendo la tendencia en los países industrializados, donde el aumento de los ingresos fue de la mano de un mayor consumo de productos cárnicos.
La soja de Brasil en debate
Según Proviande, el 80% de la carne que se consume en Suiza se produce en el país. «Dos terceras partes del territorio se componen de tierras no cultivables; sin el ganado no podrían mantenerse. La producción de ganado bovino se hace a partir de heno y paja. Una gran parte del forraje destinado a la carne de cerdo proviene de subproductos de la alimentación humana. Esta agricultura tiene sentido «, estima Heinrich Bucher.
Andrea Hüsser, de la ONG Declaración de Berna, no comparte esta opinión. «Podemos producir tanta carne en Suiza solo a través de la importación de 650.000 toneladas de concentrados para el ganado, o sea, el 40% del forraje empleado aquí.»
En particular, a las 28.000 toneladas de soja de Brasil: «La mitad de las tierras cultivables en ese país se emplea en la producción de soja, que tiene como consencuencia la deforestación, la violación del derecho a la tierra y los desplazamientos forzados».
Alternativa barata a la proteína animal, la soja es esencial en la ganadería suiza, admite Heinrich Bucher : «El clima suizo no es favorable para la producción de soja y la utilización de harinas animales está prohibido tras la crisis de las vacas locas. Se ha discutido a escala europea para reintroducir estas harinas en la alimentación de cerdos y aves de corral, lo que mejoraría la situación. Por otra parte, el sector ganadero asumió en 2004 un compromiso a favor del cultivo de soja responsable y sin transgénicos».
Argumentos que no convencen a Andrea Hüsser. «El consumo de soja va a aumentar mucho más a partir de julio, cuando estará prohibido recuperar los desechos de comida para alimentar a los cerdos».
Para compensar las 100.000 toneladas de restos de comida que anualmente son transformados en alimento porcino, Suiza tendrá que importar entre 25.000 y 30.000 toneladas adicionales de soja brasileña, de acuerdo con los criadores.
¿Qué pasa con la industria cárnica?
Para detener totalmente la importación de carne y de forraje, la Declaración de Berna considera que los suizos deberían reducir a la mitad el consumo de este producto, es decir, a 500 gramos por persona y semana. “Eso no es realista”, dice Heinrich Bucher. No podemos dictar el menú a los consumidores”.
Aunque hipotética, tal reducción significaría cambios profundos para el sector, que emplea a casi 25.000 personas en Suiza. «El volumen de negocios del comercio al por menor vinculado a la carne representa de 5,5 hasta 6 mil millones de francos, el doble si se cuenta el consumo de carne fuera del hogar. La existencia de miles de productores y procesadores se vería amenazada «, insiste Heinrich Bucher.
Nos negamos a apoyar una producción de carne que no es responsable”, responde Andrea Hüsser. “No se trata de aplicar restricciones a los productores y a la industria, sino de una elección de los consumidores. Si ellos deciden comer menos carne, la demanda disminuirá y la economía deberá revisar su oferta. También otros sectores se ven obligados a adaptarse».