“La denominada “zona muerta” del norte del Golfo de México ha crecido hasta alcanzar casi los 17300 kilómetros cuadradas; contiene tan poco oxígeno disuelto, que impide casi la totalidad de vida marina.”
Científicos financiados por la National Oceanic and Atmospheric Administration, estiman que este estrago ambiental marino costó a la industria de peces y mariscos del Golfo de México, casi 80 millones de euros anuales.
Un viejo problema
La hipoxia o baja concentración de oxígeno en la zona del golfo de México sobre las costas de Texas y Luisiana, se remonta al menos a la década de 1970. La mayoría de los residentes están familiarizados con este fenómeno, pero ello no implica que no les preocupe que, en vez de disminuir, el área se extienda.
La estimación más reciente del tamaño de la zona es sustancialmente mayor que la que tenía del año pasado, pero lo que más preocupa es que ha sobrepasado las estimaciones de los científicos y en estos momentos ocupa un espacio similar al tamaño de los estados de Connecticut y Rhode Island juntos.
¿Cuál es la causa?
Tanto los científicos del gobierno como los independientes, creen que la causa principal es una reacción en cadena derivada de la escorrentía de nutrientes, que llegan a través de la cuenca del río Mississippi y sus afluentes, provenientes de 31 estados norteamericanos y dos provincias de Canadá.
Contaminantes tales como el nitrógeno y el fósforo desembocan en el golfo, lo que provoca un crecimiento explosivo de la floración de algas que acaba con el oxígeno (eutrofización). Cuando el alga muere y se descompone se asienta en el fondo del océano, consumiendo más oxígeno y produciendo metano.
¿De dónde vienen?
Este tipo de elementos son producto de los desechos de fertilizantes de tierras de cultivo, campos de golf, plantas de tratamiento de aguas residuales y tanques sépticos con fugas, que son arrastrados por las lluvias hacia los ríos y arroyos y en última instancia acaban en el Golfo de México.
Las inundaciones de 2015 y de principios de este año lavaron enormes cantidades de contaminantes, que se habían acumulado en la tierra durante la prolongada sequía. Las fuentes de gran parte de estos nutrientes eran campos de maíz, casi la mitad de los cuales se dedican a la producción de etanol.
Desde la introducción en 2005 del requerimiento de que el combustible para el transporte debe contener una cantidad mínima de bioetanol, la superficie utilizada para cultivar maíz y soja (mayoritariamente transgénicos) ha crecido de manera exponencial, gracias a los subsidios gubernamentales.
Muchas voces sostienen que, si se combinan los efectos de la sequía y posterior inundación de los campos de cultivo para producir etanol con la salida no comprometido del río Mississippi, el resultado es una pesadilla medioambiental financiada por el gobierno, disfrazada de plan para reducir los efectos del cambio climático.