Los incendios forestales calidad del agua, son capaces de contaminar las fuentes cercanas y empobrecer la calidad del agua de ríos, embalses, pozos y captaciones locales. Las precipitaciones posteriores a un incendio arrastran las cenizas y otros restos de combustión hacia estas corrientes.
El agua turbia y contaminada representa un riesgo para el consumo humano tanto para bebe como para cocinar con ella y para el riego de los huertos. Y este problema puede tener peores efectos a largo plazo, ya que los contaminantes pueden alterar los ciclos del agua no solo de manera inmediata, sino también durante años.
Como explica Marcos Francos, investigador de la Universidad de Salamanca, los filtros de las plantas depuradoras pueden obstruirse con estos sedimentos. Además, desinfectantes empleados en estos sistemas como el cloro pueden reaccionar con los compuestos tóxicos y generar nuevas sustancias dañinas.
Incendios forestales calidad del agua: el impacto silencioso que llega tras el fuego
“El Sil baja chocolate puro”, decía hace unas semanas el alcalde de O Barco de Valdeorras. Las precipitaciones posteriores a los incendios del verano arrastran contaminantes hacia ríos y embalses cercanos, y amenazan incluso a quienes dependen de pozos o captaciones locales, mucho más vulnerables que la red urbana.
Esta agua turbia —a la que en algunas zonas llaman ‘chapapote de monte’— supone un riesgo para beber, cocinar o regar huertos. Su efecto no es solo inmediato, los restos de combustión pueden seguir alterando los ciclos del agua durante años.
Para contenerlo, las confederaciones hidrográficas del Tajo, del Duero y del Miño-Sil han anunciado inversiones y medidas de emergencia, como barreras de retención de sedimentos y refuerzo de captaciones tras los incendios.
Estas masas de agua actúan como un vehículo que transporta materiales tóxicos. Al llegar a las depuradoras, los filtros se obstruyen.
Además, los desinfectantes, como el cloro, pueden reaccionar con esos compuestos generando nuevas sustancias perjudiciales, explica a SINC Marcos Francos, investigador de la Universidad de Salamanca y autor de un estudio sobre cómo estos incendios afectan la capacidad de los ecosistemas para depurar el agua y regular inundaciones.
‘Riada negra’: cenizas, sedimentos y químicos que contaminan embalses y ríos
Paradójicamente, los propios productos químicos que ayudan a apagar el fuego, como los fluorosurfactantes, terminan contaminando y liberando toxinas al agua. “Como resultado, se vuelve más turbia y cambia su composición química general, dañando a la fauna y flora acuáticas”, añade el experto.
Un ejemplo claro aparece en un trabajo reciente publicado en Nature, que analizó datos de 1984 a 2021 en cuencas afectadas y no afectadas por incendios forestales en el oeste de EE UU.
La investigación encontró que los fuegos aumentan de 3 a 100 veces el carbono orgánico, nitrógeno, fósforo, sedimentos y turbidez en aguas superficiales.
En áreas rurales, el agua extraída de pozos no controlados puede convertirse en un problema de salud pública. “Podría presentar impurezas y resultar tóxica. Es imprescindible realizar controles periódicos, ya que los contaminantes pueden infiltrarse en acuíferos subterráneos durante años”, enfatiza Francos.
Efectos duraderos de los impactos invisibles
El incendio de la Sierra de la Culebra, uno de los más devastadores ocurridos en España, ilustra bien esa vulnerabilidad. Juan Carlos Santamarta, investigador la Universidad de La Laguna lidera un estudio que comparó más de una década de datos previos al incendio con muestras de aguas subterráneas tomadas tras las lluvias de 2023.
Los resultados detectaron un descenso generalizado del pH, sobre todo en acuíferos permeables, debido al arrastre de compuestos ácidos de la vegetación quemada. También aparecieron aumentos puntuales de sulfatos, nitratos, metales y señales de infiltración de cenizas.
El fenómeno no es aislado. En una investigación en Braga, Portugal, tras un incendio forestal en 2017, se detectaron aumentos de metales como hierro, manganeso y cromo, así como de sulfatos y nitrógeno en manantiales y pozos locales.
Depuradoras bajo presión: filtros obstruidos y nuevas sustancias tóxicas
Otro estudio en zonas urbanas de California señala que los incendios forestales próximos pueden movilizar químicos de viviendas, vehículos y otros materiales de construcción.
“En algunos casos se han detectado compuestos orgánicos volátiles, como benceno, en el agua potable tras estos incendios”, explica a SINC Steve LeDuc, coautor del trabajo en la Agencia de Protección Ambiental de EE UU.
En los embalses, la llegada masiva de sedimentos, cenizas y restos vegetales reduce la capacidad de almacenamiento y obliga a costosas operaciones de dragado.
“Este aporte extra hace que se necesiten mayores cantidades de desinfectantes en las depuradoras y que los mecanismos de los embalses deban ser revisados”, añade Francos.
La alteración tras los episodios de grandes incendios, cada vez más frecuentes debido al cambio climático, comienza en el suelo. Con la vegetación destruida, la superficie queda expuesta y el fuego genera una capa hidrofóbica que impide la infiltración del agua.
La variación de los flujos de agua
“Esto incrementa la escorrentía y la erosión, movilizando contaminantes hacia ríos y arroyos o filtrándolos hacia las aguas subterráneas”, explica el investigador.
El agua que antes se filtraba lentamente hacia los acuíferos ahora arrastra cenizas, carbono y metales pesados que terminan en los pozos o depósitos cercanos, con riesgos para la salud si se consumen sin tratamiento.
El agua que antes se filtraba lentamente hacia los acuíferos ahora arrastra cenizas, carbono y metales pesados que terminan en los pozos o el depósito más cercano
Los agentes contra incendios también contaminan el agua
Sin embargo, advierte que no todas las intervenciones son adecuadas: “Algunas pueden ser contraproducentes y causar más daño al suelo que el propio fuego, como la tala y la extracción de madera quemada con maquinaria pesada”.
El investigador, que actualmente coordina FuegoRed, un consorcio que agrupa a más de 500 científicos y técnicos de distintas disciplinas, subraya que cada incendio y cada ecosistema son únicos, por lo que las soluciones deben adaptarse a cada caso.
LeDuc enfatiza que la comunicación y la planificación son clave para reducir riesgos: “Es importante que los gestores del agua y la población sean conscientes de estos problemas potenciales tras los incendios, para asegurar que los suministros sean analizados y tratados”.
Las nanopartículas magnéticas (MNPs) se perfilan como una herramienta muy relevante para el tratamiento avanzado del agua.
“Su tamaño nanométrico, comparable al de muchos contaminantes, permite una interacción directa a escala molecular”, explica a SINC María Salvador Fernández, investigadora de la Universidad de Oviedo del grupo MAGHE y autora principal de un estudio publicado en Journal of Physics D: Applied Physics sobre esta prometedora tecnología.
Aumento del riesgo de incendios forestales en España
Además, pueden recuperarse aplicando un campo magnético. Esto facilita la depuración y reduce costes. Según Salvador Fernández, permite métodos “más compactos, rápidos, eficientes y sostenibles” que los convencionales. Las MNPs también destacan por su versatilidad.
“Pueden integrarse en membranas, filtros o hidrogeles, potenciando sus propiedades o combinándose con otros materiales”, señala la científica.
Gracias a ello, se aplican frente a contaminantes muy diversos. Esto incluye desde metales pesados y pesticidas hasta microplásticos o microorganismos, en entornos urbanos, industriales o rurales.
La ciencia lo confirma: hasta 100 veces más contaminantes tras un incendio
En su trabajo de revisión de más de 200 estudios recopilaron datos muy alentadores. “Los metales pesados, como plomo, cadmio o mercurio, se eliminan con eficiencias superiores al 90 %”, destaca la investigadora. También se obtuvieron buenos resultados frente a colorantes industriales, antibióticos e hidrocarburos.
El fuego deja cicatrices visibles e invisibles. Solo con innovación, gestión y prevención se restaura la calidad del agua, se revitalizan los ecosistemas y se protege la salud de las comunidades.
La alteración de la composición química del agua la vuelve más turbia, dañando la fauna y flora acuáticas, ya que coarta las funciones y puede ser tóxica.
Las confederaciones hidrográficas del Tajo, Duero y Miño-Sil ya han anunciado que harán inversiones y tomarán medidas como barreras de retención de sedimentos y de refuerzo de captaciones con el fin de mitigar el problema. Seguir leyendo en ECOticias.com















