Durante el final del siglo XX, los investigadores que desarrollaron la teoría sintética de la evolución se centraron principalmente en la micro evolución. Es decir, en los cambios genéticos que se manifiestan en una población a lo largo de apenas un par de generaciones.
Hasta la década de 1970, se creía que los cambios de generación en generación necesitaban millones de años para manifestarse. Este modelo de cambio gradual a largo plazo, llamado gradualismo o gradualismo filético, es esencialmente la idea darwiniana del siglo XIX, de que las especies evolucionan lentamente a una velocidad más o menos constante.
Nuevas teorías
A partir de principios de 1970 este modelo fue desafiado por varios paleontólogos. Estos afirmaron que hay suficiente evidencia fósil para demostrar que algunas especies se mantuvieron esencialmente iguales por millones de años. Y luego, en lapsos cortos de tiempo, experimentaron rápidos cambios.
Estos períodos de cambios rápidos, interrumpidos, eran presumiblemente el resultado de importantes variaciones del medio ambiente. Como la presión de los depredadores, el suministro de alimentos y el clima.
En tiempos críticos, la selección natural puede favorecer variedades que antes estaban en desventaja comparativa. El resultado puede ser un ritmo acelerado de cambio a favor de las que se adaptan con mayor facilidad a las nuevas condiciones de la naturaleza. Sería de esperar que las sequías muy prolongadas, las grandes erupciones volcánicas y el comienzo y el final de las edades de hielo, fueran probablemente los elementos desencadenantes de la evolución rápida.
Adáptate o muere
En tales situaciones de estrés es factible que las poblaciones disminuyeran inicialmente, para luego aislarse. La deriva genética potencialmente debería haber acelerado el ritmo de la evolución de las diferentes especies. Y la conformación de nuevos y más diversos ecosistemas. Si por casualidad la naturaleza favoreció adaptaciones exitosas, la población volvería a aumentar en número. Pero si, por el contrario, hubo una mala adaptación, la población disminuiría y podría llegar a extinguirse.
Las mutaciones aleatorias proporcionan variaciones que ayudan a cada especie a sobrevivir. Ciertos cambios en determinados genes reguladores, en particular, pueden dar lugar rápidamente a nuevas variaciones radicales en la organización del cuerpo y sus estructuras más importantes.
Como consecuencia, los cambios en estos genes pueden implicar una mayor probabilidad de que al menos algunos individuos tendrán variaciones que les permitan sobrevivir a los mencionados eventos y evitar de esa forma la extinción. En esta situación, las generaciones posteriores cambiarían significativamente. En otras palabras, los genes reguladores probablemente juegan un papel crucial en las fases de cambio rápido de la evolución.
Líderes en supervivencia
Las especies de vida corta generalmente evolucionan a un ritmo más rápido que quienes tienen una existencia más larga. Esto es debido a que las nuevas variaciones genéticas aparecen normalmente en cada generación como consecuencia de la mutación en las células sexuales.
Esas pueden ser seleccionadas favor o en contra dependiendo del entorno puntual y las circunstancias del momento. Como consecuencia, los ciclos reproductivos más rápidos generalmente resultan en que la divergencia de especies se acelera. Por esta razón no es de extrañar que hay muchas más especies de insectos y organismos microscópicos, que de árboles y animales de gran tamaño como los baobabs, los elefantes, las ballenas o los seres humanos.
En general, las especies tropicales evolucionan a un ritmo más rápido que quienes viven en climas templados y fríos. Por ello, los bosques y selvas tropicales presentan una biodiversidad mucho mayor que la que se halla en los bosques de las regiones más frías. Lo que probablemente se debe a que en los ambientes cálidos los tiempos entre generación y generación son más cortos y por ende las tasas de mutación resultan más altas.
La irrupción del ser humano
Un factor muy importante, pero relativamente nuevo, que afecta a las tasas de evolución ha sido el ser humano. En la actualidad somos más de siete mil millones y esta cifra está creciendo rápidamente.
De hecho, ya hemos cambiado severamente la mayoría de los ambientes de nuestro planeta para satisfacer nuestras propias necesidades. Además, somos el ejemplo de lo que constituye un superdepredador. Puesto que hemos acabado con muchas especies y a otras las hemos dejado al borde de la extinción.
Como consecuencia, los seres humanos han alterado dramáticamente la selección natural. Las especies animales y vegetales que sobreviven han respondido a esta presión de varias maneras. Los peces que están sobreexplotados hoy en día suelen tener cuerpos más pequeños al llegar a la adultez y comienzan a reproducirse a una edad más temprana. Otras especies han cambiado sus ciclos reproductivos a causa del calentamiento global.
Además, está claro que la mayoría de las especies que se han extinguido lo han hecho a causa de su incapacidad para adaptarse a las nuevas condiciones. Incluidas las mil formas de depredación humana. Muchas de las cuales actúan lentamente, pero otras resultan demasiado rápidas y contundentes (como sucedió con el Dodo).
El futuro es evolución
Queda mucho por investigar, ya que el campo de la genética y la evolución son muy amplios. Además, se interconectan y dependen de infinidad de factores, pero las conclusiones dan esperanzas de que la adaptación sea la forma en la que las especies puedan sobrevivir, aun con el hombre depredando, contaminado y destruyendo hábitats propios y ajenos.