Si los científicos encontraron la primera evidencia de coprofagia en los mamuts por casualidad en 2006, ahora concluyen que estos enormes elefantes peludos tenían la costumbre de comer sus propios excrementos antes de extinguirse.
¿Lo hacían por desesperación después de un crudo invierno en la árida estepa del noroeste de Alaska hace unos 12.000 años?, ¿era lo único que valía la pena comer antes que la vuelta de la primavera trajera de nuevo los pastos?, ¿o lo hacían simplemente para mantener una dieta sana y equilibrada?
Los microbios que proliferaban en las boñigas generaban altas concentraciones de vitaminas K, B12 y B7, convirtiéndolas en excelentes pasteles de los que el mamut obtenía nutrientes esenciales. Algo especialmente importante cuando la comida escaseaba.
Los investigadores no están sorprendidos con este hábito de ingerir los excrementos propios o de los otros miembros de la especie. De hecho, los elefantes jóvenes comen las heces de su madre para obtener las bacterias necesarias para digerir la vegetación que encuentran en la sabana. En este sentido, la coprofagia adquiere un papel esencial para que la flora intestinal sintetice los nutrientes antes de su absorción. Algo que no sería posible sin el reciclaje de heces.
Aunque a los humanos nos parezca impensable, numerosos animales se benefician de un programa de reciclaje culinario. Algunos de ellos incluso lo necesitan para sobrevivir. Y si bien la mayoría de los perros domésticos están bien alimentados, también de vez en cuando mastican sus propios excrementos. Los científicos creen que es posible que una pequeña parte de su cerebro más atávico les está diciendo que el suministro sin fin no puede durar para siempre.