«Cuando vas a la cordillera te das cuenta de que no hay pliegues ni cabalgamiento que justifiquen este levantamiento, está todo plano, no hay zonas arrugadas a pesar de las grandes altitudes», declara a DiCYT Puy Ayarza Arribas, investigadora de la Universidad de Salamanca. Su compañero Fernando Carlos Álvarez Lobato explica que «a diferencia de otras cordilleras, no tiene el acortamiento necesario para que se arrugue lo suficiente para ser tan alta y no tiene una raíz tan profunda».
La Tierra está formada por 3 capas principales: corteza, manto y núcleo. «Sus dimensiones en cuanto a espesor son proporcionales a las que tienen la cáscara, la clara y la yema en un huevo cocido», señalan los investigadores. En la Tierra, la corteza y la parte superior del manto, hasta una media de unos 100 ó 120 kilómetros, formarían la litosfera, que se divide en placas litosféricas, que chocan y forman las cadenas montañosas. Por ejemplo, el Himalaya aparece por la colisión de la India y la placa asiática. La primera placa desaparece por debajo de la segunda y la colisión produce la deformación y acortamiento de ambas placas que da origen a la Cordillera del Himalaya.
La altitud que alcanza una cadena montañosa depende de la importancia de esa colisión, es decir, del acortamiento que ésta produce en las placas litosféricas, que se acomoda con pliegues y fallas, zonas en las que la corteza se dobla y se rompe. Cuanto mayor sea el acortamiento, más pliegues y fallas existen y más alta es la cadena montañosa.
Por otra parte, cuando una zona es muy elevada, por debajo del nivel del mar la litosfera tiene una corteza potente, y un manto superior más estrecho de manera que la suma del peso de esa columna es igual que la de otra columna en la que la elevación es menor, lo que se conoce como isostasia. Es como los icebergs: la parte de hielo que nosotros observamos es mucho más pequeña que la que se esconde por debajo del mar. De la misma manera, la parte de una cadena montañosa que observamos es unas 6 veces más pequeña que la raíz que esconde, y que al igual que en el caso del iceberg, es lo que le permite flotar y mantenerse elevada.
Sin embargo, la cordillera del Atlas, en Marruecos, no cumple ninguno de los requisitos que los científicos han observado para la creación y elevación de una cadena montañosa. Primero, no se produjo por la colisión de dos placas diferentes, sino, dentro de una misma placa. Segundo, aunque tiene una gran elevación, superior a los 4.000 metros en algunos puntos, pero no tiene mucho acortamiento, ya que se observan pocos pliegues y fallas. Por último, debería tener una raíz de corteza de unos 15 a 18 kilómetros y todo indica que no es así.
Una cordillera anómala
«Cuanto más grande sea la raíz de una cordillera, más se levanta, como un iceberg, pero el Atlas tiene una raíz que correspondería a una cordillera mucho menos elevada», asegura Puy Ayarza. Usando otro ejemplo, «una barca pequeña no necesita hundirse mucho en el agua para flotar, pero un gran transatlántico sí, todo depende del contraste de densidades», señaña. Lo extraño es que «esta cordillera pesa mucho porque es muy alta y no tiene una raíz que la empuje para arriba».
Manuel Julivert, Maria Luisa Arboleya y Antonio Teixell, de la Universidad Autónoma de Barcelona, identificaron este problema a finales de los 90 y elaboraron una hipótesis: si el Atlas no está deformado y carece de una raíz cortical que lo sustente, debe existir un mecanismo más abajo que ayude a soportar su peso. Su modelo proponía la existencia de un lecho de astenosfera (la parte del manto que subyace a la listosfera) anómalamente alto. Las astenósfera esta parcialmente fundida y por lo tanto su densidad es menor que la del manto litosférico. Esto hace que empuje hacia arriba y pueda provocar un abombamiento que sujete al Atlas.
En el año 2001, Puy Ayarza y Fernando Alvarez Lobato, de la Universidad de Salamanca, se incorporaron al equipo de trabajo del Atlas. Su misión fue estimar a qué profundidad se encontraba ese lecho de astenósfera anómalamente alto por medio de experimentos de gravimetría, gracias a instrumentos que miden la fuerza con la que son atraídos por la gravedad, pero los datos no son demasiado exactos.