Contaminación acústica marina el ‘mal’ de los óceanos que afecta a las especies que alberga: la contaminación acústica se convierte en uno de los principales peligros para el ambiente marino. Los ruidos producidos por los barcos, las operaciones industriales y las prospecciones de petróleo perjudicarán gravemente la comunicación y la alimentación de los animales marinos.
La sobreexplotación pesquera o la contaminación química han sido identificadas tradicionalmente como presiones importantes sobre la biodiversidad marina.
Sin embargo, existen otras presiones como la contaminación acústica, que junto con las basuras marinas constituye uno de los problemas emergentes más importantes.
Existe evidencia científica de que el ruido generado por las actividades humanas en el mar (ej. navegación, construcción de infraestructuras, campañas sísmicas) causa efectos negativos sobre la fauna marina.
La mayoría de estudios hasta la fecha se han centrado en los mamíferos marinos, observándose que el ruido submarino puede producir daños directos a tejidos y sistemas corporales (debido a aeroembolismos) y daños indirectos como la interrupción en la comunicación acústica entre ejemplares, afección a la capacidad de detección de predadores u otros peligros, alteraciones en los patrones de buceo y natación o incremento en la tasa de respiración.
Aunque un menor número de estudios existe para otros grupos de fauna marina, estos indican que el ruido submarino causa también impactos sobre peces (ej. barotrauma, cambios en comportamiento), invertebrados (ej. daño tisular, aumento de la mortalidad) o reptiles (ej. cambios de comportamiento).
Finalmente, existe evidencia científica reciente de que el ruido submarino puede dar lugar también a alteraciones en especies de flora marina (en raíces y procesos nutricionales) como Posidonia oceánica.
Una hélice de un barco rota, su casco rompe las olas y se desliza por el océano. Más al fondo, un cañón para prospecciones sísmicas expulsa una burbuja de aire que explota. Lejos, se hinca en el lecho marino, a 30 metros de profundidad, un pilar de hormigón que servirá para construir alguna estructura.
Quizá, también, en otro punto del océano el asta de un molino gira y genera energía. El denominador común: el ruido que generan y que viaja, a través del agua, a una velocidad de unos 1.500 metros por segundo. A veces durante cientos de kilómetros. Más rápido y lejos que por el aire.
El océano no es silencioso ni lo ha sido nunca, pero la actividad humana genera un ruido extra –la contaminación acústica– que inunda los mares e irrumpe en las actividades de sus habitantes. «Los humanos estamos sordos, en comparación a los mamíferos marinos, para captar los matices del sonido», dice Neus Pérez Gimeno, técnica de investigación en acústica submarina en el Laboratorio de Ingeniería Acústica del Instituto de Investigación Marina de la Universidad de Cádiz (INMAR).
Estos matices se captan por medio de la frecuencia, una característica del sonido que se mide en hercios (Hz) y determina si es más agudo o más grave –a más hercios, más agudo un sonido–. «Los cetáceos, por ejemplo, tienen mucha más variedad que nosotros en el rango frecuencial, también en la respuesta al sonido», dice Neus.
Cómo afecta la contaminación acústica a la vida marina
El ruido puede afectar a la comunicación o a la orientación de los mamíferos marinos, que son altamente dependientes de sus sistemas auditivos. Cuenta esta experta que hay dos tipos de daño que pueden sufrir: en primer lugar, los «trastornos temporales»: «Como cuando vas a un concierto, con la exposición al altavoz te quedas un poco sordo, pero te recuperas. Lo mismo con ellos, el ruido puede provocarles un daño temporal». «Has alterado el medio, generado un cambio en el comportamiento y provocado un daño pequeño y recuperable», cuenta.
El mayor problema viene con las lesiones permanentes. Un shock acústico muy fuerte en un corto periodo de tiempo puede provocar perjuicios graves: «Por ejemplo, cuando hay un animal debajo de una campaña sísmica –una prospección para buscar recursos o investigar el fondo marino– que genera más de 200 decibelios», cuenta.
«Se rompen tímpanos y membranas, puede haber incluso hemorragias». Dice que, cuando se producen daños de este tipo, «pueden ocurrir varamientos masivos«. «A lo largo de la historia ha habido varios eventos de este tipo, vinculados a campañas sísmicas y militares, hoy en día aún hay que controlarlo» aunque, dice, «la tecnología ha ido mejorando para minimizar el impacto acústico».
Pérez Gimeno alude también a la capacidad de adaptación de estos animales, que son de los más inteligentes del mundo. «Hay muchos estudios que demuestran que son capaces de adaptarse a entornos con ruido de barcos», dice, aunque apunta que «puede ocurrir enmascaramiento, es decir, que los cetáceos confundan el sonido de los barcos –de baja frecuencia, como el que emiten las ballenas– con el de otros animales y se produzcan colisiones«.
Renaud de Stephanis lleva 30 años trabajando en el Estrecho de Gibraltar y es director de CIRCE, una organización dedicada a la conservación de los cetáceos. Cree que, aunque la contaminación acústica «sí es un problema», no hay que «sobredimensionarlo».
«El estrecho es una zona llena de ruido, y aun así hay muchos cetáceos, porque son capaces de adaptarse», comenta el investigador. Narra un caso en el que el ruido sí molesta a los cetáceos de la zona: «Algunos delfines cazan atún por acústica pasiva, hacen unos clics que funcionan como un sónar y localizan a las presas. Si se hace mucho ruido, se puede interferir en este proceso».
Aunque los mamíferos marinos, por su mayor dependencia del sonido, son los más sensibles al ruido antropogénico –procedente de la actividad humana–, muchas otras especies pueden, también, sufrir sus consecuencias. «El sonido es energía que se transmite, vibra», dice la experta del INMAR, y «afecta también a especies sin sistemas auditivos; moluscos marinos, flora…» que, además «no tienen la capacidad de adaptación de los cetáceos».
Es, además, la consecuencia menos estudiada de un campo de investigación ya de por sí joven: «Se empezó a mirar las consecuencias en flora y fauna más allá de los mamíferos marinos hace unos 10 años». Sobre las fuentes de contaminación acústica marina, dice Pérez Gimeno que «el tráfico marítimo es el rey«.
Tráfico marítimo, el mayor contaminante con menor capacidad de regulación
Según el órgano de la ONU para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), el 80% del comercio mundial pasa por los mares. Decenas de miles de mastodontes metálicos surcan sin descanso los océanos del mundo. Sus hélices, motores… producen la mayor parte de la contaminación acústica marina.
Francisco Javier Rodrigo Saura es director de operaciones de SAES, una empresa especializada en electrónica submarina. El ingeniero, que ha publicado varios estudios sobre contaminación acústica, cuenta sobre el ruido de los navíos que «lo que más ruido hace es la hélice (menos a bajas velocidades, como en zonas portuarias). La vibración del casco (generada por el motor y demás máquinas del barco) también genera contaminación acústica».
El sonido que emiten los barcos es de baja frecuencia. Cuenta Saura que «es el que más lejos llega en el medio acuático». Es el mismo tipo de frecuencia que utilizan los grandes cetáceos –que pueden mandar mensajes a cientos de kilómetros de distancia– para comunicarse. Por tanto, el ruido de los barcos puede interferir en su comunicación.
El técnico explica que, de momento, las medidas para paliar estos efectos pasan por restricciones de espacio y tiempo para, dice, «restringir el tráfico en determinadas zonas en función de su actividad ecológica» como zonas de cría en determinadas épocas. Aparte de eso, el único freno al ruido naval son las limitaciones para la construcción de los barcos que, dice Saura, «con los años, como cualquier otro vehículo, envejecen y acaban haciendo más ruido».
Restringir la contaminación acústica que generan los barcos al navegar es complicado. Neus Pérez cuenta que «el mar, a nivel legislativo, es un cacao». «Hay zonas de aguas internacionales, otras compartidas…», dice, «como el estrecho de Gibraltar, que controlan España, Inglaterra y Marruecos».
«¿Ahí como legislas?», se pregunta. Otro problema es el pabellón en el que se inscribe el navío: «Un barco de Somalia o Cabo Verde no va a tener las mismas exigencias que el de un país europeo, y puede navegar por cualquier mar», explica.
Burbujas en las profundidades: prospecciones sísmicas y otras fuentes de ruido
Hay actividades humanas en el mar que producen una contaminación acústica contraria, momentánea y traumática. Como los estudios sísmicos.
Estos estudios sirven para saber qué hay debajo del lecho marino. Un barco arrastra un cañón de aire que, en un momento dado, genera un cambio de presión y forma una burbuja que explota y lanza ondas de baja frecuencia. Estas ondas penetran en el lecho y permiten saber si bajo el suelo hay bolsas de gas o petróleo, por ejemplo. El ruido que generan estos cañones supera los 200 decibelios, por encima del umbral en que se pueden dañar los sistemas auditivos de los animales.
Carla Álvarez Chicote es socia fundadora de SUBMON, una ONG que desarrolla proyectos destinados a la conservación, estudio y divulgación del medio marino. Chicote, que colaboró en la elaboración de una guía para mitigar los efectos de la contaminación acústica marina, cuenta que hay varias medidas que se pueden adoptar para evitar el daño a los cetáceos.
«En primer lugar están las medidas preventivas«, explica, que pasan por «calibrar bien los equipos, asegurarse de que no se hagan otras campañas en la zona…». Luego se hace una «modelización«, es decir, un estudio donde «se determina qué ruido hará la actividad para saber a qué distancia puede generar daños temporales a los cetáceos». Después, en base a esta área, se establece «una zona de exclusión». «Se buscan cetáceos mediante observación visual y sonidos, si hay alguno, se para la actividad hasta que pasen», cuenta Álvarez, que ha participado en campañas de este tipo.
Otra de las fuentes de contaminación acústica marina es la construcción, para la que se clavan en el lecho marino pilares que generan un ruido similar al de las prospecciones. Según la experta, las medidas para mitigar este tipo de contaminación son «similares a las que se utilizan en campañas sísmicas, con la diferencia de que, al ser estáticas, existen más formas de reducir el ruido, como el uso de cortinas de burbujas que bloquean el sonido».
Sobre el ruido generado por los las aspas de las instalaciones eólicas marinas, cuenta que «sí está demostrado que generan ruido» pero que «no está claro» hasta qué punto constituye un riesgo para el medio: «Es algo que aún se está estudiando».