Los electrodomésticos verdes, eficientes o de bajo consumo son esos aparatos que consumen menos energía que los normales porque la utilizan eficientemente pero también consumen menos ozono (si utilizan un refrigerante, éste no es clorado), menos agua (porque reutilizan internamente el agua de una toma de lavado para la siguiente, por ejemplo), incluso, menos espacio en plantas de residuos (porque usan materiales reciclables y reducen el aparatoso embalaje de estas máquinas). El consumidor los puede reconocer porque en la “etiqueta ecológica” -obligatoria para todo aparato del hogar que se venda en la Unión Europea desde 1995- lleva una letra A en verde oscuro que indica un ahorro energético del 25% en frigoríficos, congeladores y lavadoras, de un 23% en lavavajillas, y de un 7% en secadoras sobre la media de los aparatos de su misma categoría.
En el extremo contrario, los aparatos cuya pegatina marque una G en rojo oscuro consumen hasta un 125% más que la media y, aunque su precio sea algo más bajo, sepa que a lo largo de su vida, ese aparato puede costarle hasta tres veces más caro que los modelos eficientes. La etiqueta incluye, además, un texto explicativo sobre el nivel de ruidos, el consumo de agua o la reciclabilidad de materiales usados, pero éstos últimos datos no aparecen de modo comparado como sí ocurre en el código energético de letras y colores.
“El fabricante -explica Alberto Zapatero, técnico de la Asociación Nacional de Fabricantes de Electrodomésticos (ANFEL)- es quien se ´autoconcede´ la calificación ecológica de acuerdo a sus ensayos previos, pero los servicios de inspección de las comunidades autónomas han de revisar que la calificación corresponde al consumo energético real o al uso de materiales [benignos para el entorno] y, de no a ser así, puede imponer sanciones al fabricante”. También puede sancionar al distribuidor si no pone las pegatinas energéticas en cada aparato facilitadas por el fabricante.
Alemania, pionera
La historia de estos aparatos se inicia a finales de los años 80, cuando algunas marcas alemanas, como Bosch, Siemens o Electrolux se lanzaron a una carrera tecnológica para mejorar el rendimiento energético de su máquinas. Era una apuesta arriesgada porque los aparatos ahorraban dinero en electricidad y agua a la larga, pero en la tienda resultaban sensiblemente más caros. Sin embargo, el apoyo de la Comisión Europea (que en 1992 publicó la directiva sobre etiquetado energético que simplificaba la información al consumidor), así como las subvenciones de las administraciones germanas, sus campañas de información y la conciencia ambiental de los alemanes acabarían revoluciondo el mercado desde mediados de los 90 en éste y otros países de Europa. Según datos del Ministerio de Medio Ambiente alemán y de la consultora GfK, el 77% de las neveras y el 88% de las lavadoras vendidas en el país teutón pertenecen ya a la clasificación A o B. En Holanda, el 63% de los frigoríficos vendidos son de clase A y, en el conjunto de Europa, se considera que aproximadamente la mitad del equipamiento del hogar son modelos eficientes de tipo A o B.
Según estudios de la Comisión Europea, la popularización de estas tecnologías va a suponer a la larga un ahorro de costes energéticos superior al 20%, más de lo que exige a la UE el Protocolo de Kioto contra el Cambio Climático. Sólo en nuestro país, esto evitaría la emisión a la atmósfera de casi seis millones de toneladas de dióxido de carbono o CO2, entre otros gases. El comportamiento de los consumidores es tan positivo que la Comisión Europea ya prepara una reforma de la directiva sobre etiquetado energético de los electrodomésticos para reconocer a los aparatos “superecológicos” con una etiqueta de clase A+ y A++, cuyos ahorros de energía, agua y demás respecto a los aparatos de clase C o D superan ampliamente el 50% sobre la media de sus competidores “normales”.
España, retrasada
España, como Italia o el Reino Unido lleva un gran retraso en la comercialización de esta tecnología y ni siquiera existen estadísticas fiables sobre venta o utilización de “electrodomésticos verdes”. En gran medida y según los fabricantes, el retraso se debe a que no han existido suficientes subvenciones y campañas de información por parte de las Administraciones públicas. Hasta la fecha, la Administración central ha creado dos programas de ayudas a la compra de “aparatos verdes” y está en proyecto un tercer programa que permitiría recuperar una parte de la compra de aparatos A (el máximo de la subvención puede rondar los 100 euros) presentando la factura al Ministerio de Ciencia y Tecnología. En estos momentos, sin embargo, no hay ninguna subvención en este terreno.
Sin embargo, se pueden encontrar hoy una gran variedad de aparatos de clase A o B en el mercado español. Bombillas fluorescentes de bajo consumo y larga duración, lavadoras bitérmicas que toman parte del agua caliente del calentador a gas de la casa o lavavajillas con programa de media carga están disponibles en la mayoría de los establecimientos de venta, aunque no siempre esté visible la etiqueta, generalmente, por desconocimiento de su obligatoriedad por parte del vendedor. Tenga en cuenta, por ejemplo, que el frigorífico -el único electrodoméstico que funciona ininterrumpidamente- supone por sí solo entre el 18 y el 25% del gasto eléctrico del hogar.